La reciente historia de Hugo Chávez en el ejercicio de su autocracia en la sufrida Venezuela permite comparar su esquema de “construcción de poder” con el prototipo de de los dictadores latinoamericanos del Siglo XX: el célebre “Benefactor de la República Dominicana” general Rafael Leónidas Trujillo Molina.
No vale la pena incursionar en los estilos y matices de aquella siniestra pléyade de personajes totalitarios -de distintos signos ideológicos- que infectaron la región durante lapsos afines. Con sus más o sus menos los Somoza, Vargas, Duvallier, Pérez Jiménez, Rojas Pinilla, Ubico, Odría, Stroessner, Batista, Castro, García Mesa, Velazco Alvarado -y tantos otros- accedieron al poder utilizando la violencia o las mañas más arteras, buscando aniquilar las instituciones republicanas e intentando perpetuarse en el mando hasta que la muerte los separe de sus esperpénticas “obras públicas” y sus empinados monumentos en vida. Deliberadamente dejaríamos al margen de este análisis a la Argentina y el Uruguay, nos comprenden las generales de la ley y por ello se complicarían las reflexiones.
Antes de acceder al poder Trujillo y Chávez conspiraron a ojos vistas contra gobiernos constitucionales ejerciendo altas jerarquías en las fuerzas armadas. Usufructuaron situaciones complejas con los gobiernos norteamericanos y aprovecharon los conflictos internacionales en sus respectivas contingencias. Ambos fracasaron en anteriores conatos de conspiraciones violentas. En sus comienzos hicieron la suficiente buena letra para ganarse la consideración de los gobiernos legítimos. Rafael Trujillo llegó a arrodillarse, implorar y llorar al presidente Horacio Vázquez en el año 1929 ante lo cual logró mantener ciertas posiciones militares.
Después de un golpe artero y cruento contra el presidente Carlos Andrés Pérez, el coronel Hugo Chávez logra el indulto del presidente Rafael Caldera y aparece en la escena política como si no hubiera hecho nada malo, hasta mostrándose exultante por su pasado golpista. De ahí a incidir en la campaña despiadada contra la presunta corrupción de Carlos Andrés Pérez no le costó gran cosa. ¡Cuántas veces se ha visto en esta triste Latinoamérica a los delincuentes con antecedentes violentos travestirse en rígidos fiscales de los hombres de la democracia…!
Ambos personajes -Trujillo y Chávez- han sido maestros en concentrar fuerzas políticas a su favor con el eufemismo de la “concertación democrática”, borocotizando dirigentes de la oposición, demonizando gobiernos anteriores, eliminando a los que los habían ayudado anteriormente, imponiendo su dominio personal sobre legisladores, jueces y periodistas; creando un movimiento o frente político a la medida del déspota, haciendo desaparecer los antiguos partidos políticos, dominando férreamente a las fuerzas armadas, debilitándolas y creando guardias de choque a la usanza de las S.A. o las S.S. de Adolf Hitler. Fundaban monopolios de prensa y perseguían la libertad de palabra solazándose como si fueran deportes lisonjeros. Bendecían estos dictadores a la burocracia estatal como al Ogro Filantrópico que describiera Octavio Paz. Consagraban al “imperialismo yanqui” -con variopintas tácticas- en el protagonista de todos los males y el victimario número uno de la humanidad. No por casualidad con estos mismos métodos llegaron tan lejos la Italia Facsista, la Unión Soviética, la Alemania Nazi, la China de Mao, el Japón belicista, la Cuba de Castro con su medio siglo de muerte, mentira y mazmorras y el terrorismo de la Jihad islámica que hace temblar de pánico a los habitantes del planeta.
LAS JUGARRETAS DE LOS DICTADORES.
No solamente Mussolini, Stalin, Mao, Hitler, Tojo, Fidel Castro o Bin Laden han jugado sus pasos de comedia con los Estados Unidos. Algunas veces con cercanos o melosos rodeos y en la generalidad con un inusitado fervor de diatriba lacerante contra sus “feroces prácticas imperialistas”. Llevando a actitudes de hostilidades ilimitadas por vía de conflagraciones cruentas , guerra fría, bombardeos sorpresivos, guerrillas, atentados, conflictos diplomáticos, políticos y económicos. Desde las grandes potencias hasta minúsculos países u organizaciones civiles, políticas o religiosas -bilateralmente o en foros internacionales- se ha acusado al “imperialismo yanqui” con reproches de toda índole cuya sustancia no son del caso analizar por la complejidad de su historia.
Los dictadores latinoamericanos cimentaron su poderío en sus respectivos países mediante un juego de mancha y contra mancha con los Estados Unidos. Se acercaban a Washington o se alejaban de esa metrópoli según su conveniencia. Con el fin de buscar popularidad en sus pueblos alegaban gran indignación contra el hegemonismo financiero de la potencia del norte, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, la instalación de bases militares en diferentes regiones del planeta, la polémica intromisión en los asuntos internos de otros países, el armamentismo de la paz armada, la dependencia o el predominio en el comercio mundial, la difusión cultural a través del Reader Digest o el cine de Hollywood, el envío de los marines para defender la seguridad de los americanos en peligro y otros tantos actos de predominio reales, exagerados o inventados.
Trujillo y otras dictaduras militares en la época de la segunda conflagración mundial y parte de la guerra fría recibieron alguna protección de los Estados Unidos por considerarlos “our sons of a bitch” (“nuestros H. de P.” - F.D.Roosevelt dixit). Sin embargo el dominicano sostuvo graves enfrentamientos con la potencia, recuérdese el secuestro en pleno Manhatan y la posterior tortura y muerte en Santo Domingo del escritor español Jesús de Galíndez y los oprobiosos crímenes de las tres distinguidas hermanas Mirabal que indignaron al mundo contra el audaz tirano. Pero las atrocidades de aquellos dictadores maléficos se consumaban en los límites de sus propios territorios, salvo el caso citado de Galíndez sádicamente asesinado por escribir el libro “La Era de Trujillo”.
Fidel Castro y Hugo Chávez se diferencian de aquellos por abarcar un cínico matiz internacional. Castro exportó y difundió su sistema de violencia guerrillera por Latinoamérica y África. Convocó personajes de la cultura y la política para enviarlos como cruzados armados por las distintas latitudes de ambas regiones mencionadas. Decaída su dependencia rufianesca de la URSS continuó Castro la actividad saboteadora y terrorista mediante una técnica más barata inspirada en el pensamiento de Antonio Gramsci. La influencia de este astuto proceder fidelista -apoyado en su incansable y machacona retórica- la estamos sufriendo en carne propia los argentinos. Evaluamos la instrumentación de un muro ideológico compuesto por periodistas, docentes, artistas, gremialistas y políticos desprevenidos actuando como un ejército disciplinado. Aún siendo claramente minoritarios, estos centuriones gramscianos han demostrado un talento suficiente para confundir la filosofía de la comunidad. Al liberalismo lo han disfrazado de conservador. Los que condenan al pobre a padecer sus carencias eternas los llaman “progresistas”. La seguridad de los seres humanos la atrofian evitando o combatiendo las normas represivas del delito. Los terroristas son los únicos susceptibles de garantías en el respeto a sus derechos humanos. Los emprendedores de la economía son lúdicos expoliadores de la riqueza ¿? de los pobres. Los que nunca en su vida pagaron de su bolsillo un salario son los heroicos titulares de los gremios representativos de los trabajadores, a cuya costilla viven. Se premia y alienta a los empresarios renuentes a la competencia y los riesgos, a su vez amantes ardorosos de los subsidios y la protección prebendaria. Se cultiva la industria de una apasionada moralina para tapar la corrupción estructural.
El fenómeno Chávez aparece con otro estilo de proxenetismo. El ex militar golpista utiliza los abundantes petrodólares del hambreado pueblo venezolano para financiar su imitación de los presuntos métodos utilizados por el odioso “imperio”. Todo lo que Chávez despotrica falazmente en sus kilométricos discursos contra los EE. UU. es exactamente lo que él practica para someter a los gobiernos torpes que “protege” “apoya” “ayuda” “orienta” en sus luchas chauvinistas contra la supuesta dominación yanqui. Sus amigos de Cuba, Bolivia, Argentina, Ecuador, Nicaragua, Irán, Rusia, Belarús, Siria, Uganda, Nigeria y distintas naciones caribeñas o antillanas reciben sus dádivas a tasas asombrosamente altas; sus embajadores son meros militantes y agitadores, intercambian y adiestran activistas; las empresas del estado de sendos países profundizan la repartija espuria de fondos ilícitos; cultiva el venezolano el sostenimiento de grupos u ONGs ideologizados, ejerce desde ahí una descarada intromisión en las elecciones foráneas, organiza eventos deportivos al estilo Nürenberg 1938, actos públicos en estadios grandes o en escalinatas universitarias del exterior de su país; aparece con circenses desplantes o vedettismo incansable en los foros internacionales; despilfarra en el orbe gastos de propaganda enfermiza a favor de su pintoresco socialismo del siglo XXI que no es otra cosa que un grotesco bonapartismo, intentando destacarse con las ínfulas de una primera potencia.
¿Quién ha sido el modelo impecable de este estilo de dictadores que ensuciaron la historia del siglo XX y años sucesivos…? Hay que recordar al histriónico Duce de mandíbula exuberante, gesto presuntuoso, habilísimo propagandista que desde el exterior abundaba en discursos arrogantes para inflamar el ego de un pueblo nostálgico de Julio César y Augusto. No hay que olvidar, ese mismo pueblo colgó su cadáver “patas arriba” junto al de su pareja exhibiéndolos largamente en la Piazza Loreto. El mismo pueblo que se entusiasmaba confundido con sus arengas alocadas, vociferadas desde el balcón del Palazzo Quirinale.
epoblet@fibertel.com.ar
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No vale la pena incursionar en los estilos y matices de aquella siniestra pléyade de personajes totalitarios -de distintos signos ideológicos- que infectaron la región durante lapsos afines. Con sus más o sus menos los Somoza, Vargas, Duvallier, Pérez Jiménez, Rojas Pinilla, Ubico, Odría, Stroessner, Batista, Castro, García Mesa, Velazco Alvarado -y tantos otros- accedieron al poder utilizando la violencia o las mañas más arteras, buscando aniquilar las instituciones republicanas e intentando perpetuarse en el mando hasta que la muerte los separe de sus esperpénticas “obras públicas” y sus empinados monumentos en vida. Deliberadamente dejaríamos al margen de este análisis a la Argentina y el Uruguay, nos comprenden las generales de la ley y por ello se complicarían las reflexiones.
Antes de acceder al poder Trujillo y Chávez conspiraron a ojos vistas contra gobiernos constitucionales ejerciendo altas jerarquías en las fuerzas armadas. Usufructuaron situaciones complejas con los gobiernos norteamericanos y aprovecharon los conflictos internacionales en sus respectivas contingencias. Ambos fracasaron en anteriores conatos de conspiraciones violentas. En sus comienzos hicieron la suficiente buena letra para ganarse la consideración de los gobiernos legítimos. Rafael Trujillo llegó a arrodillarse, implorar y llorar al presidente Horacio Vázquez en el año 1929 ante lo cual logró mantener ciertas posiciones militares.
Después de un golpe artero y cruento contra el presidente Carlos Andrés Pérez, el coronel Hugo Chávez logra el indulto del presidente Rafael Caldera y aparece en la escena política como si no hubiera hecho nada malo, hasta mostrándose exultante por su pasado golpista. De ahí a incidir en la campaña despiadada contra la presunta corrupción de Carlos Andrés Pérez no le costó gran cosa. ¡Cuántas veces se ha visto en esta triste Latinoamérica a los delincuentes con antecedentes violentos travestirse en rígidos fiscales de los hombres de la democracia…!
Ambos personajes -Trujillo y Chávez- han sido maestros en concentrar fuerzas políticas a su favor con el eufemismo de la “concertación democrática”, borocotizando dirigentes de la oposición, demonizando gobiernos anteriores, eliminando a los que los habían ayudado anteriormente, imponiendo su dominio personal sobre legisladores, jueces y periodistas; creando un movimiento o frente político a la medida del déspota, haciendo desaparecer los antiguos partidos políticos, dominando férreamente a las fuerzas armadas, debilitándolas y creando guardias de choque a la usanza de las S.A. o las S.S. de Adolf Hitler. Fundaban monopolios de prensa y perseguían la libertad de palabra solazándose como si fueran deportes lisonjeros. Bendecían estos dictadores a la burocracia estatal como al Ogro Filantrópico que describiera Octavio Paz. Consagraban al “imperialismo yanqui” -con variopintas tácticas- en el protagonista de todos los males y el victimario número uno de la humanidad. No por casualidad con estos mismos métodos llegaron tan lejos la Italia Facsista, la Unión Soviética, la Alemania Nazi, la China de Mao, el Japón belicista, la Cuba de Castro con su medio siglo de muerte, mentira y mazmorras y el terrorismo de la Jihad islámica que hace temblar de pánico a los habitantes del planeta.
LAS JUGARRETAS DE LOS DICTADORES.
No solamente Mussolini, Stalin, Mao, Hitler, Tojo, Fidel Castro o Bin Laden han jugado sus pasos de comedia con los Estados Unidos. Algunas veces con cercanos o melosos rodeos y en la generalidad con un inusitado fervor de diatriba lacerante contra sus “feroces prácticas imperialistas”. Llevando a actitudes de hostilidades ilimitadas por vía de conflagraciones cruentas , guerra fría, bombardeos sorpresivos, guerrillas, atentados, conflictos diplomáticos, políticos y económicos. Desde las grandes potencias hasta minúsculos países u organizaciones civiles, políticas o religiosas -bilateralmente o en foros internacionales- se ha acusado al “imperialismo yanqui” con reproches de toda índole cuya sustancia no son del caso analizar por la complejidad de su historia.
Los dictadores latinoamericanos cimentaron su poderío en sus respectivos países mediante un juego de mancha y contra mancha con los Estados Unidos. Se acercaban a Washington o se alejaban de esa metrópoli según su conveniencia. Con el fin de buscar popularidad en sus pueblos alegaban gran indignación contra el hegemonismo financiero de la potencia del norte, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, la instalación de bases militares en diferentes regiones del planeta, la polémica intromisión en los asuntos internos de otros países, el armamentismo de la paz armada, la dependencia o el predominio en el comercio mundial, la difusión cultural a través del Reader Digest o el cine de Hollywood, el envío de los marines para defender la seguridad de los americanos en peligro y otros tantos actos de predominio reales, exagerados o inventados.
Trujillo y otras dictaduras militares en la época de la segunda conflagración mundial y parte de la guerra fría recibieron alguna protección de los Estados Unidos por considerarlos “our sons of a bitch” (“nuestros H. de P.” - F.D.Roosevelt dixit). Sin embargo el dominicano sostuvo graves enfrentamientos con la potencia, recuérdese el secuestro en pleno Manhatan y la posterior tortura y muerte en Santo Domingo del escritor español Jesús de Galíndez y los oprobiosos crímenes de las tres distinguidas hermanas Mirabal que indignaron al mundo contra el audaz tirano. Pero las atrocidades de aquellos dictadores maléficos se consumaban en los límites de sus propios territorios, salvo el caso citado de Galíndez sádicamente asesinado por escribir el libro “La Era de Trujillo”.
Fidel Castro y Hugo Chávez se diferencian de aquellos por abarcar un cínico matiz internacional. Castro exportó y difundió su sistema de violencia guerrillera por Latinoamérica y África. Convocó personajes de la cultura y la política para enviarlos como cruzados armados por las distintas latitudes de ambas regiones mencionadas. Decaída su dependencia rufianesca de la URSS continuó Castro la actividad saboteadora y terrorista mediante una técnica más barata inspirada en el pensamiento de Antonio Gramsci. La influencia de este astuto proceder fidelista -apoyado en su incansable y machacona retórica- la estamos sufriendo en carne propia los argentinos. Evaluamos la instrumentación de un muro ideológico compuesto por periodistas, docentes, artistas, gremialistas y políticos desprevenidos actuando como un ejército disciplinado. Aún siendo claramente minoritarios, estos centuriones gramscianos han demostrado un talento suficiente para confundir la filosofía de la comunidad. Al liberalismo lo han disfrazado de conservador. Los que condenan al pobre a padecer sus carencias eternas los llaman “progresistas”. La seguridad de los seres humanos la atrofian evitando o combatiendo las normas represivas del delito. Los terroristas son los únicos susceptibles de garantías en el respeto a sus derechos humanos. Los emprendedores de la economía son lúdicos expoliadores de la riqueza ¿? de los pobres. Los que nunca en su vida pagaron de su bolsillo un salario son los heroicos titulares de los gremios representativos de los trabajadores, a cuya costilla viven. Se premia y alienta a los empresarios renuentes a la competencia y los riesgos, a su vez amantes ardorosos de los subsidios y la protección prebendaria. Se cultiva la industria de una apasionada moralina para tapar la corrupción estructural.
El fenómeno Chávez aparece con otro estilo de proxenetismo. El ex militar golpista utiliza los abundantes petrodólares del hambreado pueblo venezolano para financiar su imitación de los presuntos métodos utilizados por el odioso “imperio”. Todo lo que Chávez despotrica falazmente en sus kilométricos discursos contra los EE. UU. es exactamente lo que él practica para someter a los gobiernos torpes que “protege” “apoya” “ayuda” “orienta” en sus luchas chauvinistas contra la supuesta dominación yanqui. Sus amigos de Cuba, Bolivia, Argentina, Ecuador, Nicaragua, Irán, Rusia, Belarús, Siria, Uganda, Nigeria y distintas naciones caribeñas o antillanas reciben sus dádivas a tasas asombrosamente altas; sus embajadores son meros militantes y agitadores, intercambian y adiestran activistas; las empresas del estado de sendos países profundizan la repartija espuria de fondos ilícitos; cultiva el venezolano el sostenimiento de grupos u ONGs ideologizados, ejerce desde ahí una descarada intromisión en las elecciones foráneas, organiza eventos deportivos al estilo Nürenberg 1938, actos públicos en estadios grandes o en escalinatas universitarias del exterior de su país; aparece con circenses desplantes o vedettismo incansable en los foros internacionales; despilfarra en el orbe gastos de propaganda enfermiza a favor de su pintoresco socialismo del siglo XXI que no es otra cosa que un grotesco bonapartismo, intentando destacarse con las ínfulas de una primera potencia.
¿Quién ha sido el modelo impecable de este estilo de dictadores que ensuciaron la historia del siglo XX y años sucesivos…? Hay que recordar al histriónico Duce de mandíbula exuberante, gesto presuntuoso, habilísimo propagandista que desde el exterior abundaba en discursos arrogantes para inflamar el ego de un pueblo nostálgico de Julio César y Augusto. No hay que olvidar, ese mismo pueblo colgó su cadáver “patas arriba” junto al de su pareja exhibiéndolos largamente en la Piazza Loreto. El mismo pueblo que se entusiasmaba confundido con sus arengas alocadas, vociferadas desde el balcón del Palazzo Quirinale.
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