Por: Gerardo Delgado Silva (Abogado)
Es difícil entender lo que está pasando. Pero la lucha contra el terrorismo –que compete a todo hombre de bien– está reflejando las sucesivas y delirantes violaciones del gobierno de Uribe al espíritu y letra de nuestra Carta Política, y ahora a las normas vigentes del Derecho Internacional Público e Internacional Humanitario.
Es innegable que ha incurrido en extremos absurdos y desmesurados al atentar contra la soberanía del pueblo de Ecuador, acudiendo a las “razones de Estado”, y a una pretendida “legítima defensa”, que jurídicamente, no tiene el alcance genuino de su significación. El Embajador Ospina ante la O.E.A., el liviano Canciller Araujo y otros funcionarios menores, no saben a ciencia cierta en qué consiste esta figura. Por eso opinan estólidamente como el sepulturero de Ofelia en Hamlet, quien dijo de ella: “se suicidó en legítima defensa”.
El caudal probatorio acerca de la violación de la soberanía, es irrefutable, lo cual permitió a la O.E.A., la persuasión de la verdad, es decir llegar a la certeza.
Mientras tanto, en estos tiempos en que todo vale, con este episodio ha quedado el profético testimonio de la ambición de poder, la obsesión de Uribe por preservar su popularidad en la empresa de reelección, eclipsando el contenido moral y jurídico de la trasgresión, hasta destacar la ausencia de contradicción con el derecho.
Pero cabe preguntarse: ¿No fueron estratagemas de Uribe, Correa, Chávez y Ortega, como un grupo de actores brillantes, para imponer en voz alta las razones o temores de su arraigo mítico en el trono de sus respectivos países?
Y los burócratas, con mayor apremio que nunca, siguen alimentando las fantasías antiguas del origen divino del poder. Por ello, se ha entronizado en nuestra patria, la presunción según la cual el poder es un asunto exclusivo entre los reyes y Dios. De ahí la hechizada aceptación popular del Presidente Uribe, con todas las desmesuras, incluyendo la apelación a medios ilegales. Los certificados de buena conducta otorgados por los administradores del Nuevo Orden Mundial, Bush y los neoconservadores como representación suprema del Imperio del Bien Absoluto, no se hicieron esperar.
¿En qué punto estamos de este doloroso camino hacia la paz y hacia dónde vamos?
Y en este escenario se abren paso las argucias del Ministro Santos, para “recompensar” al delincuente “Rojas”, por el asesinato del bandido Iván Ríos, consagrando con aguas bautismales los actos proditorios. Como si en la cúpula de estas altas posiciones, no se tuviera que cumplir con lo que señalan la Constitución y las leyes de la República y con aquello que se desprende del orden moral de la conciencia. No se puede conminar al país a aplaudir hechos punibles envileciendo los valores que representan el legado ético de la nación. Pretende canalizar incluso los sentimientos de las personas, liquidando la llamada “seguridad democrática”, reemplazando la fuerza pública en el monopolio de las armas; en fin, superando el Estado de Derecho, dándole el visto bueno inescrupulosamente al surgimiento demencial de mercenarios. Es una repugnante renuncia a los caminos de la justicia, única que hace la luz en el desorden que nos rodea.
El derecho fundamental a la vida, aún de los delincuentes, comprende la prohibición absoluta para el Estado y los particulares de provocar la muerte de alguien. Entonces, el pago de la “recompensa”, que pretende el Ministro Santos, dándole aplicación diferente a los bienes del Estado, se subsume en el delito de peculado y es posible su adecuación típica en el delito de instigación a delinquir. Los que están por fuera de la ley penal, deben ser capturados y procesados, pero no asesinados tras la esperanza de conseguir el oro, ese “oro con el que después todo se dora”, como escribe Juan de Castellanos.
¿Quiere el Ministro, poner en marcha la “guerra de todos contra todos”, según las palabras de Hobbes?
No logra tiznar al estadista Eduardo Santos, congénere que si llegó al cenit luminoso y recto de la vida pública, y cuyo pensamiento, tiene viva actualidad: “No hay guardianes en la heredad, ni luz en la poterna”. Regresar a Inicio... o - Titulares...
Es difícil entender lo que está pasando. Pero la lucha contra el terrorismo –que compete a todo hombre de bien– está reflejando las sucesivas y delirantes violaciones del gobierno de Uribe al espíritu y letra de nuestra Carta Política, y ahora a las normas vigentes del Derecho Internacional Público e Internacional Humanitario.
Es innegable que ha incurrido en extremos absurdos y desmesurados al atentar contra la soberanía del pueblo de Ecuador, acudiendo a las “razones de Estado”, y a una pretendida “legítima defensa”, que jurídicamente, no tiene el alcance genuino de su significación. El Embajador Ospina ante la O.E.A., el liviano Canciller Araujo y otros funcionarios menores, no saben a ciencia cierta en qué consiste esta figura. Por eso opinan estólidamente como el sepulturero de Ofelia en Hamlet, quien dijo de ella: “se suicidó en legítima defensa”.
El caudal probatorio acerca de la violación de la soberanía, es irrefutable, lo cual permitió a la O.E.A., la persuasión de la verdad, es decir llegar a la certeza.
Mientras tanto, en estos tiempos en que todo vale, con este episodio ha quedado el profético testimonio de la ambición de poder, la obsesión de Uribe por preservar su popularidad en la empresa de reelección, eclipsando el contenido moral y jurídico de la trasgresión, hasta destacar la ausencia de contradicción con el derecho.
Pero cabe preguntarse: ¿No fueron estratagemas de Uribe, Correa, Chávez y Ortega, como un grupo de actores brillantes, para imponer en voz alta las razones o temores de su arraigo mítico en el trono de sus respectivos países?
Y los burócratas, con mayor apremio que nunca, siguen alimentando las fantasías antiguas del origen divino del poder. Por ello, se ha entronizado en nuestra patria, la presunción según la cual el poder es un asunto exclusivo entre los reyes y Dios. De ahí la hechizada aceptación popular del Presidente Uribe, con todas las desmesuras, incluyendo la apelación a medios ilegales. Los certificados de buena conducta otorgados por los administradores del Nuevo Orden Mundial, Bush y los neoconservadores como representación suprema del Imperio del Bien Absoluto, no se hicieron esperar.
¿En qué punto estamos de este doloroso camino hacia la paz y hacia dónde vamos?
Y en este escenario se abren paso las argucias del Ministro Santos, para “recompensar” al delincuente “Rojas”, por el asesinato del bandido Iván Ríos, consagrando con aguas bautismales los actos proditorios. Como si en la cúpula de estas altas posiciones, no se tuviera que cumplir con lo que señalan la Constitución y las leyes de la República y con aquello que se desprende del orden moral de la conciencia. No se puede conminar al país a aplaudir hechos punibles envileciendo los valores que representan el legado ético de la nación. Pretende canalizar incluso los sentimientos de las personas, liquidando la llamada “seguridad democrática”, reemplazando la fuerza pública en el monopolio de las armas; en fin, superando el Estado de Derecho, dándole el visto bueno inescrupulosamente al surgimiento demencial de mercenarios. Es una repugnante renuncia a los caminos de la justicia, única que hace la luz en el desorden que nos rodea.
El derecho fundamental a la vida, aún de los delincuentes, comprende la prohibición absoluta para el Estado y los particulares de provocar la muerte de alguien. Entonces, el pago de la “recompensa”, que pretende el Ministro Santos, dándole aplicación diferente a los bienes del Estado, se subsume en el delito de peculado y es posible su adecuación típica en el delito de instigación a delinquir. Los que están por fuera de la ley penal, deben ser capturados y procesados, pero no asesinados tras la esperanza de conseguir el oro, ese “oro con el que después todo se dora”, como escribe Juan de Castellanos.
¿Quiere el Ministro, poner en marcha la “guerra de todos contra todos”, según las palabras de Hobbes?
No logra tiznar al estadista Eduardo Santos, congénere que si llegó al cenit luminoso y recto de la vida pública, y cuyo pensamiento, tiene viva actualidad: “No hay guardianes en la heredad, ni luz en la poterna”. Regresar a Inicio... o - Titulares...
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