Como a otros pueblos en el pasado, a los colombianos nos ha tocado pagar ahora un precio exorbitante, por el magnicidio del líder que encarnaba la esperanza de la equidad social, para que no se abrigaran desequilibrios ofensivos por el olvido y el desprecio de una sociedad soberbia, y un Estado que no tiene abiertas las puertas hacia el bienestar de la aplastante mayoría de colombianos, que viven en silencio una tragedia cotidiana.
Jorge Eliécer Gaitán encarnaba también la esperanza de la legalidad constitucional, y no se cansó de ser un guardián insomne de la moral pública, el más intrépido defensor de los intereses democráticos nacionales, en todos los aspectos de nuestra vida republicana.
Concebía la vida como integral entrega de todas las facultades del alma a un ideal de convivencia humana, una emoción de patria y de nacionalidad, que trascendía el corto espacio de sus días mortales.
Le arrancó laureles a la esplendida Universidad Nacional de Colombia y a la Real Universidad de Italia, en la que se especializó en Derecho Penal, haciéndose acreedor a la distinción Magna Cum Laude, declarada por el eximio maestro Enrico Ferri; le arrancó laureles también al foro con sus fulgurantes triunfos de prestante jurista; a la cátedra, como reflejo de su formación mental; al Congreso como parlamentario diligentísimo, sin capitulaciones en la defensa del decoro, con proyectos de ley de hondo calado social, en esa larga lista de reformas y cambios a favor de los más desprotegidos y humillados, a los que las élites y los gobiernos oprobiosamente en su recorrido hasta el presente, han echado a un lado, con proverbial inequidad; le arrancó laureles además como magistrado integérrimo a la Corte Suprema de Justicia, con su “clasificación de los hombres que premeditan” e ingentes aportaciones jurídicas; al Ministerio de Educación, promoviendo y materializando planes de alfabetización, restaurantes escolares, cine educativo ambulante, etc.; y en igual forma arrancó laureles a la Alcaldía Mayor de Bogotá, en donde implantó para el bien común entre otras cosas, el “zapato escolar gratuito y la asistencia social”. Así mismo, le arrancó laureles a la elocuencia impecable por el fondo de humanidad profunda, con el sello severo de la justicia permanente y la vasta cultura, que nimbó de encanto cada una de sus oraciones; por el esplendor de la forma estrechamente unida a las fuentes más puras de la lengua, como entretejiendo con un mirto simbólico, sus gajos inmortales.
Podemos elegir una de las impresionantes verdades señaladas por Gaitán: “La mecánica política se ha hecho objeto a sí misma: presenciamos una pugna de pequeños y feroces intereses que no tienen ningún significado ideal; y de ahí proviene la desmoralización de nuestra vida colectiva…”.
Los signos distintivos de esa época, se acumularon por décadas, y, hoy se han agravado por conexión entre el narcotráfico, la subversión y los paramilitares, con la complicidad del poder público.
En este orden de ideas, podemos señalar que se ha perdido la legitimidad del Estado: El gobierno no respeta la separación de poderes, ni el imperio de la justicia, en otras palabras, el Estado de Derecho. Y paralelamente, un asombroso número de congresistas no han respetado la voluntad popular, puesto que recurren al terror o a la compra de votos para la victoria de sus apetitos. De ahí que se encuentren sub judice. Es el imperio de la venalidad.
El execrable magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, ha sido una de las grandes tragedias de la patria; porque fue un faro de dignidad, de entereza, de moral, y obstáculo infranqueable para las fuerzas que pretendían arrollar el Estado de Derecho.
A sus eximias cualidades, le agregó su muerte, la calidad de símbolo, que perpetúa sus ideales y las magnas reivindicaciones que requiere Colombia. En el silencio de su desolación la conciencia colectiva, sin duda, terminará expresándose algún día. Regresar a Inicio...
Jorge Eliécer Gaitán encarnaba también la esperanza de la legalidad constitucional, y no se cansó de ser un guardián insomne de la moral pública, el más intrépido defensor de los intereses democráticos nacionales, en todos los aspectos de nuestra vida republicana.
Concebía la vida como integral entrega de todas las facultades del alma a un ideal de convivencia humana, una emoción de patria y de nacionalidad, que trascendía el corto espacio de sus días mortales.
Le arrancó laureles a la esplendida Universidad Nacional de Colombia y a la Real Universidad de Italia, en la que se especializó en Derecho Penal, haciéndose acreedor a la distinción Magna Cum Laude, declarada por el eximio maestro Enrico Ferri; le arrancó laureles también al foro con sus fulgurantes triunfos de prestante jurista; a la cátedra, como reflejo de su formación mental; al Congreso como parlamentario diligentísimo, sin capitulaciones en la defensa del decoro, con proyectos de ley de hondo calado social, en esa larga lista de reformas y cambios a favor de los más desprotegidos y humillados, a los que las élites y los gobiernos oprobiosamente en su recorrido hasta el presente, han echado a un lado, con proverbial inequidad; le arrancó laureles además como magistrado integérrimo a la Corte Suprema de Justicia, con su “clasificación de los hombres que premeditan” e ingentes aportaciones jurídicas; al Ministerio de Educación, promoviendo y materializando planes de alfabetización, restaurantes escolares, cine educativo ambulante, etc.; y en igual forma arrancó laureles a la Alcaldía Mayor de Bogotá, en donde implantó para el bien común entre otras cosas, el “zapato escolar gratuito y la asistencia social”. Así mismo, le arrancó laureles a la elocuencia impecable por el fondo de humanidad profunda, con el sello severo de la justicia permanente y la vasta cultura, que nimbó de encanto cada una de sus oraciones; por el esplendor de la forma estrechamente unida a las fuentes más puras de la lengua, como entretejiendo con un mirto simbólico, sus gajos inmortales.
Podemos elegir una de las impresionantes verdades señaladas por Gaitán: “La mecánica política se ha hecho objeto a sí misma: presenciamos una pugna de pequeños y feroces intereses que no tienen ningún significado ideal; y de ahí proviene la desmoralización de nuestra vida colectiva…”.
Los signos distintivos de esa época, se acumularon por décadas, y, hoy se han agravado por conexión entre el narcotráfico, la subversión y los paramilitares, con la complicidad del poder público.
En este orden de ideas, podemos señalar que se ha perdido la legitimidad del Estado: El gobierno no respeta la separación de poderes, ni el imperio de la justicia, en otras palabras, el Estado de Derecho. Y paralelamente, un asombroso número de congresistas no han respetado la voluntad popular, puesto que recurren al terror o a la compra de votos para la victoria de sus apetitos. De ahí que se encuentren sub judice. Es el imperio de la venalidad.
El execrable magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, ha sido una de las grandes tragedias de la patria; porque fue un faro de dignidad, de entereza, de moral, y obstáculo infranqueable para las fuerzas que pretendían arrollar el Estado de Derecho.
A sus eximias cualidades, le agregó su muerte, la calidad de símbolo, que perpetúa sus ideales y las magnas reivindicaciones que requiere Colombia. En el silencio de su desolación la conciencia colectiva, sin duda, terminará expresándose algún día. Regresar a Inicio...
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