Por: Fernando Carrillo Florez
COMO HOY NADIE QUIERE SER DICtador pues eso ya no se usa, hay que disfrazarse de algo mejor presentado y para ello las constituciones son la coartada perfecta.
Sartori ha apuntado que por esa razón las dictaduras posmodernas son camufladas, que niegan serlo y fingen ser democracias a diferencia de las dictaduras fascistas, nazis y comunistas de hace varias décadas. Un disfraz constitucional se hace a la medida de las aspiraciones de cada uno; sea de centro, izquierda o derecha. En Europa, África, Asia o América Latina.
Esta segunda década del siglo comienza con fragilidades democráticas globales. Al punto que algunos se aventuran a sostener que comienza a desvanecerse la teoría de la universalización de la democracia por cuenta del fracaso de su exportación a países como Irak y Afganistán. Aun en la Europa del Este, veinte años después de la caída del muro y hoy de lleno en el corazón de la Unión Europea, comienza a reflejarse en las encuestas una especie de frustración con la experiencia democrática.
Los dictadores de antaño revocaban las constituciones sin reparo, las desconocían olímpicamente o las violaban de manera flagrante en nombre de los intereses de la mayoría. Según Sartori, hoy el dictador se infiltra gradualmente en las instituciones democráticas ya existentes y las vacía desde dentro; se desarrollan “Constituciones inconstitucionales” que eliminan por ejemplo las estructuras garantistas y se erigen Estados cuya Constitución acepta y autoriza un ejercicio concentrado e incontrolado del poder.
En América Latina subsistieron los denominados regímenes de la seguridad nacional suspendiendo las garantías constitucionales, aun bajo el amparo de poderes judiciales que seguían operando bajo anormales coordenadas de centralización del poder y de sometimiento del derecho a la fuerza. Tras tres décadas de la ola democratizadora, además de los desafíos sociales y económicos que enfrenta la agenda democrática es hora de examinar cuál es la senda constitucional que comienza a recorrerse en los últimos años.
Una especie de neopopulismo constitucional arropado en nostalgia autoritaria se ha venido apoderando del ejercicio del poder, personalizando la actividad política bajo un patrón cesarista. Dicha patología aparece normalmente acompañada de varios déficits republicanos como una inexistente capacidad de control entre los poderes, y la suplantación progresiva de las instituciones de la democracia representativa. Esto último en un escenario de tierra arrasada donde el sistema político juega sin Congreso, sin partidos y por ende sin oposición.
A la orden del día se encuentran democracias iliberales según Zakaria o defectivas de acuerdo con la expresión de Vallespín, que aunque facturan victorias en el campo de los procesos electorales, carecen de los controles auténticamente liberales que permiten una vigilancia estrecha y efectiva del poder político para garantizar los derechos y libertades ciudadanas.
Ahora más que nunca debe recordarse que el constitucionalismo es tal en la medida en que instituye poderes contrabalanceados, que se restringen y fiscalizan recíprocamente. Esa es la prueba de fuego determinante del sistema constitucional que se va a legar a las nuevas generaciones de ciudadanos.
*Las opiniones expresadas son del autor y no de la institución para la cual trabaja.
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