¿Candidato de los viejos? ¡A mucho
honor!
Horacio Serpa
“Yo también tuve 20 años”, les
recuerdo algunas veces a mis alumnos y se ríen a carcajadas. Sonrío con
picardía y al vuelo recuerdo épocas gratas. Hice militancia política desde los
16 años en el MRL; me posesioné como Juez a los 21; fui Alcalde a los 25 años,
Representante a la Cámara a los 31,
Senador a los 43, Procurador a los 45, Ministro a los 47, Constituyente a los
48, Comisionado de Paz a los 49. A los 50 ya había hecho carrera política
completa. A los 54 luché a brazo partido por la Presidencia de la República.
Fueron enormes compromisos en la juventud y la madurez.
Lo recuerdo porque algún
despistado pretendió ofenderme diciéndome que soy el candidato de los viejos al
Senado de la República. Por supuesto y con mucho interés. Lo soy también de
otros temas y compromisos, pero igualmente de mis contemporáneos, de la gente
de la tercera edad. Nací en 1.943 y soy uno de ellos. Los puedo representar
“con lujo de detalles”.
Somos 4.5 millones de viejos,
si así quieren llamarnos a los mayores de 60 años. Menos de una cuarta parte
tienen pensiones de miseria. La mitad vive en la pobreza absoluta. Algo más de
un millón reciben cada dos meses un pequeño subsidio del Estado, que les sirve
bastante a los más pobres. Pero todo esto es una situación injusta. Una hecatombe
ética, inicua, inequitativa.
Con gusto, con compromiso
social, me apersono de esta población marginada, sin seguridad social, sin
amparo estatal, abandonada en gran parte, que sufre humillaciones, tiene
hambre, está enferma, no cuenta con techo y una gran mayoría vive en los
rincones, perdidas la esperanza y la dignidad.
Todos los viejos pobres deben
tener subsidio o la media pensión que reclaman. Todas y todos han de contar con
seguridad social. Las pequeñas pensiones deben reajustarse con el aumento del
salario mínimo. En general, deben gozar de recreación, asistencia social,
respeto, afecto. Lo merecen.
La actual sociedad debe
bastante a las y a los mayores de edad. Su destino no debe ser esperar la
muerte en medio de sufrimientos y tristezas.
Hay que ponerle vida a sus
años. Ya que Dios y la sociedad me brindaron el privilegio de ser un veterano
sano y con bienestar, en el Congreso promoveré la revolución social para la
tercera edad. Pensionados, adultos mayores, ancianos, tendrán doliente en el
Senado.
No debiera ser tarea solo de
viejos. Buscaré la ayuda de los jóvenes, en nombre de sus padres, de sus
abuelos y de su propio futuro. Porque si les va bien, llegarán a viejos. La
vejez es grata, es una época de luz, de felicidad, pero con amor, con ingreso,
con seguridad social y dignidad. Lucharé por mi clase, por mi gente mayor, por
mi gremio pensional. ¡Con gusto, a mucho honor!
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