Estimado BERNARDO SOCHA ACOSTA
Me gustaría contarle la historia de Dagoberto Vargas, quien lo perdió todo más de una vez. La violencia se ensañó con él durante casi tres décadas. Primero lo sacaron corriendo de San Vicente del Caguán y años después –cuando el conflicto parecía cosa del pasado– tuvo que abandonar la vida que había reconstruido en una población del Huila.
Su historia, como la de millones de colombianos, es tan cruel como suena: la de un desplazado al que volvieron a desplazar. Y como si las cosas no pudieran ser peores, a Dagoberto no le fue posible conseguir un trabajo digno, por su edad y por una discapacidad en el brazo.
Hoy, sin embargo, él dice algo que resulta inverosímil: “Me siento muy contento”… Difícil creer que esas palabras vengan de quien ha padecido tantas angustias, pero así es. Don Dagoberto es uno de los 480 mil compatriotas a los que hemos reparado por medio de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas.
Él se siente afortunado porque –después de tantas dificultades– ahora tiene lo que nunca creyó que fuera posible: un techo y un negocio propio –de frutas y verduras– en Soacha, Cundinamarca. “Perdonemos… nosotros (las víctimas) tenemos que ser ejemplo”, dice él, reconciliado con la vida y dispuesto a reconciliarse con sus victimarios. Este diciembre, su Navidad será en paz y con perspectivas reales de un próspero Año Nuevo.
Don Dagoberto es una de las caras de lo que hemos logrado en nuestro gobierno. Colombianos como él son la razón de ser de nuestra labor. Su historia y la de otros miles nos recuerdan a diario que hemos hecho mucho, pero todavía nos falta mucho por hacer.
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Hay más heridas por sanar y otras vidas por reconstruir, pero vamos por buen camino. La Colombia que soñamos es el nuevo país que desde ya todos estamos construyendo: en paz, con equidad y mejor educado.
Le deseo una feliz Navidad.
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