Por Sergio Isnardo Muñoz
En Colombia, ha hecho carrera
la idea de que el tema de la corrupción que carcome el país no debe ser
ventilado en las campañas políticas. Y que, cuando éstas lo abordan, así sea
tangencialmente, corren el riesgo de recibir el desprecio de los ciudadanos, que,
de ninguna manera, estarían dispuestos a creer que a algún político se le
ocurra la idea de combatir la corrupción en serio. En otras palabras: el tema
de la corrupción se volvió tóxico, y abstenerse de tocarlo es la mejor
decisión. Pero no en mi caso.
Yo creo, por el contrario, que
debemos enfrentar este asunto con toda sinceridad y claridad, de modo que los
ciudadanos—los electores de los comicios de octubre próximo—sepan a qué
atenerse respecto del desempeño de la política y decidan en consecuencia.
La verdad es que son muchos
los aspirantes a cargos de elección popular que, en el pasado, enarbolaron el
tema de la corrupción como uno de tantos recursos de campaña. Hicieron mucho
aspaviento con la idea de combatir los malos comportamientos en la Administración
Pública y gracias a ello obtuvieron el necesario respaldo para resultar
elegidos… pero después se dedicaron a hacer lo mismo que habían criticado, es
decir, a realizar contrataciones torcidas y sacar el máximo provecho del poder.
En esas circunstancias, ¿quién estaría dispuesto a creer que, cuando un
candidato habla de combatir la corrupción, está siendo sincero y no utilizando
el concepto como uno de tantos medios para seducir al electorado?
En mi caso particular,
despojado de toda prevención y convencido de que los bumangueses debemos
marchar hacia delante a pesar de las dificultades, quiero manifestar mi
determinación de hacer de la lucha contra toda forma de abuso de poder un
compromiso fundamental, que garantice el éxito de la gestión pública. Cada vez
que se me presenta la oportunidad, hago conciencia de que este drama de la
corrupción es espinoso, por las razones ya expuestas, pero que tenemos que
enfrentarlo a pesar de la incredulidad ciudadana. Alguien tiene que ponerle el
cascabel al gato, como reza el adagio popular.
Creo que los bumangueses hemos
madurado lo suficiente como para establecer la diferencia entre los recursivos
politiqueros de siempre, que hablan de combatir la corrupción para pavimentar
el camino para su propia corrupción, y quienes—como en mi caso—tenemos una
postura auténticamente ética y la firme voluntad de acabar con una de las
enfermedades más graves que ponen en riesgo nuestra democracia. Porque si
seguimos tolerando las licitaciones chuecas, los sobrecostos y todos esos
errores que están asociados al ejercicio del gobierno, jamás podremos superar
los problemas que frenan el desarrollo de nuestra sociedad.
Así las cosas, propongo que,
en desarrollo de esta campaña, hablemos sin ambages de la corrupción y sus
graves consecuencias, he propuesto la creación de una oficina anticorrupción
que trabaje de la mano de la ciudadanía y de las veedurías existentes como las
que ha liderado la Cámara de Comercio de Bucaramanga. Del éxito de esa empresa
depende el verdadero desarrollo..
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