Trafugario
Escribe: Jose Óscar Fajardo
Ya va a ser un mes que murió
un brillante escritor de este país y un gran amigo de por lo menos media
Colombia. Creo que ya dedujeron que me estoy refiriendo a Fernando Soto
Aparicio. Yo me di el lujo de ser amigo personal, hasta llegar a bebernos unos
aguardienticos en Chiquinquirá, en el Encuentro Nacional de Escritores “Jetón
Ferro”, o en Ráquira y Villa de Leiva en las excursiones que suele ofrecer la
organización. En Ráquira hace cuatro años nos empacamos numerosos niquelados en
compañía de Javier Ocampo López, historiador escritor, y entre tantos otros
oficios, presidente de la Academia de Historia de Boyacá. Chucho Stapper no
estuvo ausente, lo mismo que José Luis Días Granados. Hizo falta Javier Félix, poeta, para
completar el combo de Santander. Fernando Soto era un hombre muy cálido y muy
noble, además que un genio de la literatura si se tiene en cuenta que empezó a
escribir a sus seis años en una vetusta Remington que tenía su abuelo, notario
de Santa Rosa y también escritor. Su madre le había enseñado a leer a los cinco
años y a los nueve leyó por primera vez Los Miserables, esa prodigiosa novela
del francés Víctor Hugo, la cual influyó en su trabajo durante muchos años. Fue
el libro que lo llevó a ser escritor, contaba él mismo. Pero lo más increíble
de la capacidad escritoral y de producción, es el hecho de que a los 10 años de
edad, todavía un niño de balones y bicicletas, haya escrito dos novelas del
corte de su maestro Víctor Hugo y muy parecidas a Los Miserables. Claro que en
Soto Aparicio también influyó mucho Alejandro Dumas y Emile Zolá. “Eran cosas
de capa y espada pero tenían cosas muy
mías; del amor, de las peleas, de un París que yo me imaginaba. Pero en
una de esas desesperanzas grandes que a uno le dan en la vida, las quemé”.
Luego el periodista que lo estaba entrevistando le preguntó ¿A esa edad por qué
se siente desesperanza? No lo recuerdo, respondió. Fue como una angustia, una
tristeza. Todo el mundo vaticinaba que era una vida fracasada la de un escritor
porque era una profesión de drogadictos, borrachos, peligrosos mala clase”.
Pero lo cierto es que el futuro escritor, dejó para siempre el estudio por dos
cosas. “Primero porque no podía hacer gimnasia, una clase importantísima que
daba un sargento, pero yo no podía saltar una cerca ni hacer una flexión, y las
flexiones importaban más que las reflexiones. Segundo, porque me enamoré de una
profesora de matemáticas: una señora de 18 años toda bonitica, con unas
blusitas chiquitas y unas falditas cortas. Yo nunca miraba al tablero. Entonces
dejé el estudio. Mejor dicho, nunca volví a un colegio, porque yo nunca he
dejado de estudiar”. Fernando Soto era un hombre refinadamente divertido,
ameno, armamento que sin duda alguna le sirvió para conquistar muchas mujeres
que, dicho por él, era el talón de Aquiles de su corazón. Pues dicen los
epistemólogos del amor que, cuando un hombre hace reír a una mujer con toda la
donosura, ya está en su corazón. “Ellas
y yo”, es el título de su última novela que unos días antes de su muerte
intentó terminar. Con ella hubiera completado setenta y dos. Y a un tipo de
estos, con 72 novelas a las costillas, se le deben rendir todos los homenajes.
Como decir, los cinco Doctor Honoris Causa que recibió. El pesar que me queda
es que nunca pude llevarlo a Barbosa, porque en los encuentros de escritores
que inventaba todos los años, nunca nadie me respaldó.
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