Trafugario
Escribe José Oscar Fajardo
Lo más bello que tiene la
literatura es que le permite al ser humano que así lo quisiere, decir todo lo
que ve y piensa del mundo que lo rodea. Por ejemplo, si mis detractores
supieran lo que yo pienso de ellos, ya me habrían matado. Y así cosas por el
estilo. Historia oficial del amor, es la más reciente novela del escritor
Ricardo Silva Romero, y de donde se puede deducir que, “Esta es una explicación perfecta de este país incomprensible:
una explicación de su suerte y de su naturaleza feroz, de sus delirios, de sus
equívocos a toda prueba”. Y en unos párrafos más adelante “…nos habla de una
sociedad enloquecida y sectaria. Una sociedad partida en dos, incendiada por
sus políticos mesiánicos, por sus dañinos redentores que no concebían que nadie
pensara distinto a ellos”. Vaya, vaya, vaya. Yo no puedo creer que ser uno
bruto tenga tanto problema, se me da a mí por decir. Claro porque la guerra es la hija legítima de la
brutalidad. Qué descripción tan hermosa y a la vez pavorosa que hace el
escritor sobre la realidad colombiana porque estas frases están vigentes ahora
más que nunca. “Incendiada por sus
políticos mesiánicos” es una frase que nos llega a los colombianos hasta
los tuétanos. Colombia siempre ha sido un circo político con payasos nefastos.
Pero con esto de la paz, de la negociación del conflicto y del diseño del
posconflicto, del plebiscito, se han visto cosas que no las había imaginado
escritor alguno para sus novelas de ficción, y ni siquiera están consignadas en
El Delfín, de Alvaro Salóm Becerra, un mamador de gallo a diestra y siniestra
que fue capaz de desafiar a los políticos. Es que ver uno a un cristiano de
dios, de raca mandaca, doctor en Derecho y profesor universitario, además de Procurador General de la Nación, con un
crucifijo en la diestra husmeando a ver quién no está de acuerdo con él para
romperle la cabeza a “cristasos”, es un situación de sainete que no se le
ocurrió ni de fundas al candidato a la presidencia de Crazy Port, doctor
Nabucodonosor Cristanchi Acelga de las Huertas en su alocada novela “La
increíble estupidez de los difuntos”, autoría de este modesto escritor. Uno no
puede concebir que haya gente adicta a
la guerra cuando los principios elementales del psicoanálisis dictaminan
así a vuelo de pájaro y de entrada que, “el hombre nace para el placer”. Que el
hombre es hedonista, incluso desde su Inconsciente, por naturaleza propia. Uno
no puede, o lo queda difícil aceptar, que haya políticos con suficiente poder
para paralizar al país, incitando a la guerra como si estas se hicieran no con
fisiles y sangre sino con pétalos de rosas. Y lo más increíble es que en ello
anden doctores en Derecho, especializados en Penal, en Derechos Humanos, en
Política Internacional, laboralistas, filósofos, profesores universitarios y
otro tipo de “pensadores”. Los señores que solo han visto la guerra por la
televisión encamados con sus mocitas allá en el norte de la capital, y así a
todos los ciudadanos que comulgan con la misma idea como asnos comiendo heno,
que piensen y apliquen que la guerra no es más que el fracaso de la
inteligencia. Políticos mesiánicos o dioses terrenales que todavía no les
alcanza mil, dos millones de dólares para vivir sin tremendos “sacrificios” el
resto de sus vidas y todavía jodiendo. Dañinos redentores que solo buscan
salvaguardar sus tesoros extraídos de las tripas de los más llevados que
estarán así, o empeorando, hasta que
algún día termine la eternidad, y
ellos jodiendo.
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