sábado, 16 de julio de 2016

Donde hay caña dulce hay guarapo

Trafugario
              Escribe: José Óscar Fajardo 

Y con el guarapo, bebida cultural, empieza la tragedia alcohólica de los campesinos de las zonas cañadulceras de Colombia. Alguna  vez en una conferencia se lo dije a una delegada de la FAO y el asunto le pareció explosivo, tomó buenos apuntes, pero nunca supe en qué paró su informe. Y lo que más le llamó la atención, fue cuando se le hizo saber que el guarapo forma parte del menú alimenticio rural al cual tienen acceso los niños campesinos desde su más temprana edad.  Ese  trabajador colombiano está bebiendo guarapo desde las seis de la mañana cuando recibe el desayuno en la finca donde se va a realizar una molienda. Aparte del que toma como sobremesa  en las comidas normales, todo el día se le está abasteciendo de esta bebida que actúa como un doping, tal como ocurre en el indígena mambeador de hoja de coca del Perú y del Ecuador. Cuando termina su jornada a las cuatro o cinco de la tarde, el cortero, el levantador y todos los demás, ya están entre pintones y pichos de la rasca, expresándolo en un lenguaje coloquial. En esas condiciones, en las zonas cañicultoras y en sus alrededores, la violencia en general es verdaderamente alarmante. Para qué decir de la violencia intrafamiliar, de la violencia sexual incluso de orden familiar o incestuosa, y del empobrecimiento pauperizado de este campesino en todos los sentidos. Pobreza económica, pobreza moral, pobreza física y necesidades básicas insatisfechas. Y lo peor de todo es que el Estado, hasta donde yo sé, no está haciendo absolutamente nada. En Santander el problema se evidencia en municipios como Güepsa, San  Benito, Puente  Nacional. En Boyacá en los municipios de Santana, San José de Pare, Togüí y otros que son limítrofes con nuestro Departamento. Pero repito, lamentablemente los alcaldes de esos municipios que nombré, aquí de Santander, no desarrollan políticas educativas y culturales en las zonas de influencia de tan delicado problema. La costumbre de tomar guarapo habitualmente, los va convirtiendo lenta e inexorablemente en alcohólicos, abocándolos al consumo de otro tipo de bebidas espirituosas como cerveza, aguardiente y otras, obvio de mayor poder embriagante y de un costo económico que les pauperiza mucho más sus miserables economías. Si esta columna llega a leerla un alcalde de alguno de esos municipios podría preguntarse, qué se debe hacer. Pues un proceso social, educativo y cultural a través de talleres, conferencias, charlas personales y todo lo demás que esté al alcance, para dar inicio a la sustitución del guarapo por jugos de frutas como la naranja, mandarinas, limones y todas las que se produzcan en la región. Incluido el jugo de guayaba, uno de los alimentos más completos de la naturaleza. Pero no se vayan a imaginar que, como el proceso del posconflicto, eso se da en ocho o diez días. Ni lo sueñen. De antemano les aclaro que los cambios socio-culturales son bastante largos y difíciles de lograr. El ser humano con su cultura viene afectado desde el Inconsciente. Los únicos animales que tenemos dos herencias, abran bien los sesos y las esas, somos los seres humanos. Por un lado la herencia genética mediante la cual heredamos todos los caracteres físicos: estatura, color de piel, de ojos... Y mediante la herencia cultural, que es la más brava, heredamos todas las costumbres buenas o malas y eso viene consignado en el Inconsciente del individuo como un tatuaje Maorí. Somos godos o cachiporros y católicos, por herencia cultural. Y vaya quítele de la cabeza eso a un godo o a un cachiporro o a un católico para que vea cómo es.

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