Escribe: José Óscar Fajardo
Y con el guarapo, bebida
cultural, empieza la tragedia alcohólica de los campesinos de las zonas
cañadulceras de Colombia. Alguna vez en
una conferencia se lo dije a una delegada de la FAO y el asunto le pareció
explosivo, tomó buenos apuntes, pero nunca supe en qué paró su informe. Y lo
que más le llamó la atención, fue cuando se le hizo saber que el guarapo forma
parte del menú alimenticio rural al cual tienen acceso los niños campesinos
desde su más temprana edad. Ese trabajador colombiano está bebiendo guarapo
desde las seis de la mañana cuando recibe el desayuno en la finca donde se va a
realizar una molienda. Aparte del que toma como sobremesa en las comidas normales, todo el día se le
está abasteciendo de esta bebida que actúa como un doping, tal como ocurre en
el indígena mambeador de hoja de coca del Perú y del Ecuador. Cuando termina su
jornada a las cuatro o cinco de la tarde, el cortero, el levantador y todos los
demás, ya están entre pintones y pichos de la rasca, expresándolo en un
lenguaje coloquial. En esas condiciones, en las zonas cañicultoras y en sus
alrededores, la violencia en general es verdaderamente alarmante. Para qué
decir de la violencia intrafamiliar, de la violencia sexual incluso de orden
familiar o incestuosa, y del empobrecimiento pauperizado de este campesino en
todos los sentidos. Pobreza económica, pobreza moral, pobreza física y
necesidades básicas insatisfechas. Y lo peor de todo es que el Estado, hasta
donde yo sé, no está haciendo absolutamente nada. En Santander el problema se
evidencia en municipios como Güepsa, San
Benito, Puente Nacional. En
Boyacá en los municipios de Santana, San José de Pare, Togüí y otros que son
limítrofes con nuestro Departamento. Pero repito, lamentablemente los alcaldes
de esos municipios que nombré, aquí de Santander, no desarrollan políticas
educativas y culturales en las zonas de influencia de tan delicado problema. La
costumbre de tomar guarapo habitualmente, los va convirtiendo lenta e
inexorablemente en alcohólicos, abocándolos al consumo de otro tipo de bebidas
espirituosas como cerveza, aguardiente y otras, obvio de mayor poder
embriagante y de un costo económico que les pauperiza mucho más sus miserables
economías. Si esta columna llega a leerla un alcalde de alguno de esos
municipios podría preguntarse, qué se debe hacer. Pues un proceso social,
educativo y cultural a través de talleres, conferencias, charlas personales y
todo lo demás que esté al alcance, para dar inicio a la sustitución del guarapo
por jugos de frutas como la naranja, mandarinas, limones y todas las que se
produzcan en la región. Incluido el jugo de guayaba, uno de los alimentos más
completos de la naturaleza. Pero no se vayan a imaginar que, como el proceso
del posconflicto, eso se da en ocho o diez días. Ni lo sueñen. De antemano les
aclaro que los cambios socio-culturales son bastante largos y difíciles de
lograr. El ser humano con su cultura viene afectado desde el Inconsciente. Los
únicos animales que tenemos dos herencias, abran bien los sesos y las esas,
somos los seres humanos. Por un lado la herencia genética mediante la cual
heredamos todos los caracteres físicos: estatura, color de piel, de ojos... Y
mediante la herencia cultural, que es la más brava, heredamos todas las
costumbres buenas o malas y eso viene consignado en el Inconsciente del
individuo como un tatuaje Maorí. Somos godos o cachiporros y católicos, por
herencia cultural. Y vaya quítele de la cabeza eso a un godo o a un cachiporro
o a un católico para que vea cómo es.
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