Sorprende la mirada al pasado de
los comentaristas sobre la elección presidencial en los Estados Unidos, cuando
es hoy evidente que los equilibrios de poder se están modificando para dar paso
a un nuevo orden mundial. Centrar el debate en el manejo de la Covid-19,
enigmática para todos los gobiernos del orbe, o sobre la creencia de que
supuestas simpatías por uno u otro de los candidatos puede afectar relaciones
bilaterales, es ignorar que la proclamada armonía para un mundo de posguerra
fría constituyó una utopía condenada a muerte prematura.
Los conflictos actuales
dibujan un escenario que muestra que las distinciones entre las civilizaciones son
ante todo culturales. El nuevo orden mundial estaría determinado por el ascenso
del sentimiento imperial de China, del resurgimiento del poder islámico y del
cuestionamiento de los valores de Occidente en el seno de los Estados Unidos y
de otras naciones occidentales. Basta repasar el proceso de disolución de la
antigua Yugoslavia, o el conflicto al interior de la Unión Europea por la
inmigración islámica, o el activismo intimidante de Irán y Turquía en el
oriente medio y el mediterráneo oriental, u observar la pretensión hegemónica
de China sobre el sudeste asiático y el denominado Mar de China, y con prestar
atención a los cuestionamientos de la izquierda estadunidense a su propio
régimen, para entender la naturaleza de los conflictos y sus efectos sobre la
conformación de un nuevo orden mundial.
Las civilizaciones suelen
perecer por sus propias contradicciones. En las elecciones de los Estados
Unidos lo que se juega es la vigencia de la civilización occidental sometida al
implacable ataque de la izquierda radical del partido demócrata. Las grandes
religiones han sido siempre los fundamentos de las grandes civilizaciones.
Mientras el islamismo renace, se consolida la religión ortodoxa y China impone
su credo marxista-leninista a manera de religión, en Occidente se intenta
convertir el laicismo en ateísmo, se destruyen iglesias y templos y se
vandalizan los símbolos del cristianismo. Ninguna otra civilización distinta a
Occidente ha construido una ideología política relevante como la democracia y
su tradición de derechos y libertades individuales, traducidos en la
representación política, la propiedad privada y la libre empresa como
herramientas del desarrollo social y económico.
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