Mario González Vargas
La pandemia y sus devastadores
efectos en todos los órdenes de la vida nacional entraña cambios sustanciales
en el escenario, posicionamiento y determinaciones de las fuerzas políticas.
Anticipadamente, empiezan a insinuarse tanto en lo ideológico como en lo
táctico, como se desprende del fomento de la polarización por Petro, o de la
ansiosa búsqueda del centro por otros, sin lograr aún descifrar sus coordenadas
ni sus contenidos. Vivimos tiempos de incertidumbres, que exigen nuevos
liderazgos, creatividad e ingentes esfuerzos para habilitar el fortalecimiento
institucional del régimen democrático, sometido a las incógnitas que acompañan
el desenlace de la crisis que vivimos.
El progresismo de hoy es el nuevo
ropaje de un marxismo actualizado con el que se invisibiliza la añeja dictadura
del proletariado con unas supuestas causas sociales de aparente naturaleza
igualitaria, todas signadas de ideología, pero que le permite trocar su
vocación violenta por imágenes de academismo, tolerancia y pluralismo con las que
adornan el pensamiento político correcto, nuevo ariete en la conquista de
opinión y de poder. Convierten la ecología en ecologismo, la feminidad en
ideología de género, los derechos fundamentales de la persona en militancia sistémica
de contrapoder, el laicismo en ateísmo, todos ellos instrumentos para el
tránsito de una cultura de libertades y libre empresa a otra de estatismo
ilustrado, adoctrinamiento cultural y libertades restringidas. Es esa una
postura que necesita y estimula la polarización porque su afán principal es la
sustitución de valores de la sociedad que se pretende derrumbar por los parámetros
ocultos y militantes de la que se procura imponer.
El Centro (así con mayúscula)
tiene hoy mucho de inasible e indefinido. No debe entenderse simplemente como
equidistante de los extremos polarizantes, ni como compromiso etéreo ante
amenazas provenientes de diestra y siniestra, porque tendría más de utopía que
de realidad. La historia enseña que las situaciones extremas como las que
enfrentamos por la pandemia y ante el cambio de época que se avizora, exigen la
adopción y concreción de visiones, pensamientos y metas que, por sus contenidos,
convoquen el esfuerzo colectivo y cuenten para su conducción con liderazgos
firmes e inspiradores. Nada de ello se alcanza sin una construcción y
definición de los objetivos y de las ideas que permitan el acompañamiento de
las mayorías para realizarlos, que no pueden surgir sino de la comprensión de
lo que somos, de lo que ansiamos y de la capacidad de unirnos para lograrlo.
Democracia sin esguinces, libertades políticas, sociales, religiosas, de
pensamiento y opinión, de emprendimiento y a la propiedad, en el marco de la
solidaridad social que promueva la equidad, son principios y valores que aún no
hemos perfeccionado y que son consustanciales a un Estado democrático que no
hemos terminado de construir. Esos serían los valores de una causa política que
podríamos denominar el Centro en nuestro sistema y que está al alcance de
nuestras posibilidades. Restaría por saber quiénes apuestan a su realización. El
conservatismo, como superación de su pasado reciente, este sábado debería ser
el primero en tomar partido.
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