Mario González Vargas
Claudia López ha resuelto
controvertir en vez de gestionar y administrar. Enfrentó la pandemia con
improvisaciones que pretendió ocultar con su permanente rencilla con el
presidente y su gabinete, actitudes que siguen cobrando vidas en la ciudad y que
representan la mayoría de las muertes en Colombia. La seguridad ciudadana se
descompuso al ritmo de su inquina con la Policía, cuya labor sistemáticamente
obstaculiza y procura demonizar y deslegitimar. Los subsidios y ayudas se
entregan a manera de dádiva y sus destinatarios son reprendidos y humillados en
el ejercicio de sus labores de subsistencia. La ejecución de sus programas se concentró
en superar a Petro en el reparto de mermelada y su único galardón ha sido el de
sus retractaciones por mandato judicial.
El novel alcalde de Medellín
no obra por impulsos temperamentales, sino con el claro propósito de subsumir
lo privado en lo público en obedecimiento a su credo ideológico, mediante la
ejecución de las herramientas procedimentales necesarias para tal efecto. No
importa que con ello amenace la prosperidad de la ciudad construida gracias a la
colaboración del sector privado en la realización de las políticas públicas y
en la satisfacción de los servicios al ciudadano. Allí, ni el alarde
tecnológico del alcalde logró contener la propagación del virus y su enorme
costo en vidas. Allí, también, revivió la mermelada que se dispensa a raudales
a quienes comparten su agenda y objetivos, sin que tampoco lograra combatir la
inseguridad y la delincuencia que diariamente golpea e intimida al ciudadano.
En Cali, el alcalde ha
resuelto espantar los flagelos del virus y de la inseguridad con otros programas,
pero igualmente ineficientes, buscando conjurar sus efectos con un relajamiento
permisivo ante la fiesta y la rumba, seguramente considerados antídotos ante
las amenazas presentes.
Las políticas en las tres
ciudades parecen la aplicación de la “estrategia del caracol” que permite el
desmantelamiento de la casa, con conservación de su fachada, hasta la hora de
su destrucción final. Podría inspirar las propuestas presidenciales
progresistas en las que Colombia Humana suscita miedos y la batuta indecisa y
etérea de Fajardo despierta incertidumbre, porque en esos lares el canon
ideológico prima sobre la realidad.
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