Nada tenía que decir el
magistrado Hernández y al hacerlo violó intencional y descaradamente sus
obligaciones y deberes de imparcialidad e independencia, consustanciales a la
recta administración de justicia y por ello a su indeclinable legitimidad. Sus
afirmaciones constituyen reprobable e inaceptable intimidación a la juez
competente y a su independencia, por ser ella subalterna suya en la
organización jerárquica del aparato judicial colombiano. Con ello, solo revela
sus pasiones políticas, sus sesgos ideológicos y las malquerencias que ellos
engendran, que con anterioridad había desplegado, junto a su colega Barceló en
insólita entrevista en reconocida cadena televisiva. No es ese comportamiento
correcto, aceptable y legitimo en quien desempeña la presidencia de la más alta
Corte de la Jurisdicción Ordinaria en Colombia.
Con su indebida e inapropiada
intervención no solo vulneró la garantía constitucional al debido proceso,
derecho fundamental de todo ciudadano inmerso en procedimientos judiciales y
administrativos en Colombia, sino también los estándares internacionales sobre
independencia judicial reconocidos por la ONU, y con ello pretendió afectar la
integridad moral de la Fiscalía y de la defensa, lo que al menos constituye
falta disciplinaria gravísima a título de dolo. No se trata de un desliz
ocasional, sino de una actitud que riñe con los más altos estándares éticos y
profesionales de quien ostenta la representación de la Corte Suprema de
Justicia y que contribuye al malhadado declive de la institución que hoy
sospecha con inquietud la ciudadanía colombiana.
Es, por lo tanto, una actitud
que no se debe pasar por alto. Vivimos ciertamente tiempos de incertidumbre que
reclaman conductas apropiadas y legitimas en quienes integran y conducen las
instituciones colombianas. Tiempos azarosos exigen personas que en sus
conductas obedezcan a las más altas cumbres de probidad, competencia, saber y
capacidad para mantener la cohesión de la nación. No podemos resignarnos al
manejo errático de las autoridades en quienes depositamos la capacidad de
preservar la integridad de nuestras instituciones, fortalecer nuestra
democracia, consolidar nuestros derechos fundamentales y auspiciar tolerancia,
dignidad y convivencia entre todos nosotros.
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