En medio de las dificultades que ha enfrentado el país en años pasados, no ha sido fácil percatarnos de los cambios que durante las dos últimas décadas han afectado a la educación y sus instituciones. Sigilosamente, pero con inquebrantables decisión y ejecución, se ha venido registrando en Colombia un modelo educativo que pugna por extenderse por el mundo occidental, que desdice de los valores que han sido los suyos y responde a la aparición de una formulación político cultural que pretende fundarse en la denuncia de todas las formas a las que atribuye espíritu de dominación. A su amparo, se entronizó la regla de lo políticamente correcto como única válida guía de pensamiento, sustituto del análisis y del debate de ideas que habían enriquecido las artes, la ciencia, la filosofía y hasta la política. Con ella, la enseñanza y la investigación se convirtieron en escenarios en los que prima el dogmatismo ideológico que amenaza los saberes científicos y los haberes de la razón, que terminan siempre en la proscripción del descubrimiento y de la originalidad. Irrumpió así la hegemonía de la ideología de lo diverso que desató la tiranía de lo minoritario y contaminó la sociología, la ciencia política, la antropología, la historia y la filosofía, abriendo el paso a concepciones decolonialistas, racialistas, indigenistas, neo feministas y de ideología de género, erigidas en dogmas para una nueva sociedad constreñida al abandono de la libertad de pensamiento sobre la que descansa toda actividad académica y pedagógica. El ingreso a la catedra se fue restringiendo a los sacerdotes de la nueva cultura que expandieran la difusión de sus credos y ejercieran tarea policiva para la exclusión de los infelices que todavía comulgan con la herejía de la libertad.
Esa concepción de lo políticamente correcto tiene libre curso en algunas de las universidades colombianas y es guía de pensamiento de sus directivas, de sus catedráticos y por lo tanto de muchos de sus discípulos. Resulta también fuente ideológica compartida por agrupaciones de izquierda y será motivo de controversia en los debates que en las elecciones se suscitarán, como ya lo empieza a ser por razón de Fecode, con sus negativas a la evaluación de sus capacidades didácticas y la evidencia del sesgo ideológico con el que adoctrina a sus incautos alumnos. Asimismo, la eventual candidatura del rector de la Universidad de los Andes será propicia para el debate, como que representa al vocero autorizado de ese pensamiento políticamente correcto en las esferas académicas, y que hoy pretende enarbolar en el escenario político. Será la oportunidad para defender el pluralismo, en el pensar y en el análisis, de las imposiciones de lo que se considera políticamente correcto, para develar su naturaleza totalitaria que pena en ocultarse en el semblante intelectual y profesoral del candidato en ciernes. En el debate será posible correr el telón que hasta ahora ha mantenido esa concepción lejos de la comprensión ciudadana y de defender las libertades de pensar, enseñar y crear que son inseparables y esenciales en toda sociedad democrática.
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