“A pesar de las advertencias,
el país no estaba preparado”, dice la portada de Semana, que se regodea por
tener, esta vez sí, una noticia literalmente explosiva. Aparecen los Cerros
Orientales de Bogotá incendiados en medio de la noche, debajo de la luna llena.
Las advertencias a las que se refiere el artículo no son más que papeles:
oficios y memorandos, planes y resoluciones. Los mismos papeles que se llevó el
viento durante la avalancha en Mitú en tiempos de Santos, en el huracán que
arrasó San Andrés cuando estaba Duque, o en el deslizamiento de la vía
Quibdó-Medellín hace unos días.
“El Gobierno Petro, cuya
bandera es el cambio climático, ha mostrado serias falencias en atender la emergencia”,
concluye Semana. No es la única. Periodistas, políticos de oposición y
analistas hacen lo mismo. Entierran la cabeza en sus teclados o declaman frente
a la cámara su diagnóstico. Aún no se extinguen las llamas y las cabezas
parlantes ya resolvieron el entuerto de un planeta combustible, de bosques que
se prenden con el sol después de meses de lluvia, de ramas y chamizos secos
como fósforos. El país no estaba preparado. Ellos tampoco.
Con los bosques ardiendo, las palabras del Presidente sofocan aún más el ambiente. Él también posa como experto: “Se advirtió a alcaldes salientes y entrantes la gravedad del fenómeno del niño que el IDEAM marcaba”, escribió en una de sus primeras reacciones. Punto seguido, y para no perder la costumbre, celebró su propia pericia como si le hubiera revelado al mundo un misterio: “La predicción ha sido casi exacta”.
Al día siguiente, Petro señaló
a los mandatarios locales con condescendencia: “Los alcaldes en sus desesperos,
son alcaldes que llevan apenas estos días del mes de enero, algunos conocen los
procedimientos, otros los desconocen, están acudiendo desordenadamente a
diversas instituciones del gobierno nacional, y produce una falta de
planificación y descoordinación en el mismo gobierno”.
El truco del Presidente es
cada vez más obvio. A toda crisis que enfrenta le da la vuelta, gira el
tablero, hace una maroma y cambia la dirección de la flecha. “No nos dejan
gobernar”, repite. A mano tendrá siempre algún salvavidas de la oposición, como
el que le tiró la Procuradora con la decisión arbitraria de suspender al
Canciller. No obstante, con el paso de las semanas y los meses la grieta entre
la teoría y la práctica del gobierno, se vuelve abismo.
A la par con los incendios
brotan las denuncias sobre la emergencia: es que le quitaron recursos a los
bomberos, es que el avión de la Fuerza Aérea no estaba listo, es que el
director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo (Ungr) es cuota
política. Culpa de Petro, concluyen. Después nos enteramos de que en realidad
los bomberos no ejecutaron el presupuesto, que el avión está varado en el
taller desde 2019 y que debajo de cualquier piedra de una entidad estatal está
el amigo de alguien.
Con ninguna de esas denuncias
se apaga una fogata, ninguna contratación escandalosa que se descubre sirve
para que caiga más agua. A los congresistas y concejales de la oposición no les
interesa que esto se resuelva, como en su momento a los que hoy están al mando
les tenía sin cuidado que el gobierno anterior pudiera sortear una emergencia.
Más allá de lo que haga o deje de hacer, que a Petro le vaya bien en esto es
una derrota para la orilla contraria. Así fuera una buena noticia para todos.
Como los frailejones
carbonizados, nadie se mueve de su sitio. En el juego de suma cero en el que
estamos, cada cosa que pasa es una oportunidad para librar otro round e
intentar liquidar al enemigo. Sin importar que implique una disociación burda
de las ideas propias; así sea igual de útil que echar un discurso durante un
terremoto.
El detective del Secop
convertido en concejal hurga en los contratos de la Ungr para salpicar a
Nicolás Petro; la senadora de derecha María Fernanda Cabal, negacionista de la
crisis climática, aprovecha para enrostrarle a la izquierda la Primera Línea;
el senador del Pacto Wilson Arias alimenta la teoría de la conspiración según
la cual los incendios están siendo orquestados por la oposición, antes que
tener alguna relación con el problema que expone reiteradamente Petro en foros
internacionales; y el sistema de medios públicos, al servicio de la propaganda
oficial, informa que las tanquetas de la Policía que se usaban para reprimir
ahora combaten el fuego. ¿Sí sirven esos camiones pesados con sus mangueras a
chorro para extinguir las llamaradas? Nadie sabe y no importa. Al Presidente le
sirve para encajarle un golpe a su antecesor y eso es más que suficiente.
Debajo de esa nube gris que
nos ahoga está lo importante: el esfuerzo de funcionarios y voluntarios
invisibles, los proyectos ciudadanos sobre reforestación y calidad del aire,
las políticas públicas e iniciativas comunitarias que debemos impulsar antes de
que nos cubra el agua y nos derrita el sol. Allá tendremos que llegar –nosotros
o los que vengan–, en algo de eso ya estamos a pesar de todo.
Se calcinan los bosques en Colombia mientras debatimos con antorchas. En realidad, no debatimos. Sólo somos la continuidad del humo, del ruido de los helicópteros y del olor a chamuscado que nos entra por los ojos. No hay espacio colectivo para vivir esta tragedia, para mirar hacia la montaña en silencio, para darle un sentido a nuestra huella como especie y, sobre todo, para tener alguna dimensión de lo que enfrentamos. (La Silla vacía enero 27 de 2024)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario