Nos ha correspondido vivir la incertidumbre que siempre ha acompañado a la humanidad cuando ha confrontado procesos de reestructuración de los andamiajes políticos, sociales y tecnológicos de sus estructuras globales. Surgen esfuerzos de reacomodamiento que por su propia naturaleza suponen peligros que aún no han sido bien percibidos, que exigen herramientas de gestión difíciles de elaborar y, por consiguiente, precariamente inteligibles.
Se vislumbra hoy un claro deterioro de los valores democráticos que han servido en más de un siglo de instrumento para procurar el desenvolvimiento pacifico de las diferencias domésticas y de las relaciones internacionales, y para construir instituciones con las que se logró mal que bien reducir la violencia y promover libertades en cada uno de esos escenarios. Ese decaimiento se acompaña de una crisis climática que no se quiso atender y de los alcances insospechados de nuevas tecnologías que, por sus características y alcances, abren nuevas y más contundentes amenazas geopolíticas en un mundo en ebullición. Hay más de 180 conflictos que sacuden al orbe, que se retroalimentan y socavan los precarios equilibrios del pasado reciente, y cobran inusitada capacidad de imponernos su ley.
En el 2024 habrá elecciones en más de 70 países, incluyendo a EEUU, Rusia e India, tres potencias nucleares, con intereses globales diversos, cuando no encontrados, con zonas de influencia en disputa con otros poderes orbitales, como China, o con países de sus áreas de influencia, que exigen alineamientos en otros continentes para fortalecer sus objetivos y metas. Por ello, ninguna elección en el mundo escapa a sus intereses y múltiples serán sus esfuerzos por ampliar el abanico de sus aliados. Los efectos del ataque terrorista de Hamás a Israel y su natural respuesta pueden extenderse al Líbano, Siria y Yemen, comprometer más a Irán y otros países árabes y determinar acciones terroristas en países de la Unión Europea.
En la América Latina los gobiernos progresistas (Cuba, Méjico, Honduras, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Chile y Bolivia) cierran filas a favor de Hamás y con ello procuran cercanía con Rusia, China e Irán, que hacen presencia en Venezuela, y con los países que conforman el Brics(Rusia, China, Brasil, África del Sur, Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos), gobernados mayoritariamente por dictaduras de manos ensangrentadas, cercanos entre sí por sus identidades sobre la conformación y ejercicio del poder, mientras los Estados Unidos resuelve la enconada disputa por la presidencia entre los dos contendores del 2020, aparentemente olvidadizo de la reconfiguración de un mundo que se vislumbra ajeno a la democracia y a sus más elementales libertades que hicieron posible altos niveles de progreso y bienestar que el mundo había procurado infructuosamente en centurias anteriores. A esas compañías pretende arrimarnos Gustavo Petro, sin que hasta hoy la oposición acierte en impedirlo, y sin importarle la ineptitud de su gobierno que alcanzó su paroxismo con la pérdida de los Juegos Panamericanos para Barranquilla. Otros vientos soplan en año nuevo y crecerán las capacidades de gobernadores y alcaldes, de la Justicia y del Senado, para contrarrestar la demolición de la institucionalidad y la restricción de las libertades que aún gozan de protección constitucional. Todavía es posible construir sobre lo construido.
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