Por: Bernardo Socha Acosta
No es habitual que nos asalten
estos pensamientos, pero los hechos no demuestran lo contrario. Los empresarios
colombianos y el gobierno enviaron un
deprimente mensaje a sus compatriotas .
Un pasaje básico de la
filosofía de justicia social dice: ‘Respetar la verdad y poner en práctica el principio que
asiste a toda persona a que se respeten sus derechos y que le sea reconocido lo
que le corresponde’… se interpreta como
uno de los mandatos elementales de la justicia social, para que surja uno de lo
más preciado, como es la Paz.
Pero hoy cuando finalizamos un
calendario más de nuestra vida y la evolución del sistema de política nacional,
parece no concordar en lo más básico, porque quienes tienen el poder de la economía y del
estado, no demuestran que quieran realmente la concordia entre los colombianos.
Es que la concordia no llega solo porque
se acabe la guerrilla en las montañas
colombianas. La paz es algo diferente en la que estamos comprometidos, las
ramas del poder público, los entes de control, los gobernados y las organizaciones no gubernamentales. Y nadie puede negar que los diálogos son básicos para un país mejor.
Y el reajuste del salario
mínimo es una de las claras demostraciones de las contradicciones de
querer la paz para los colombianos. Porque es que una familia con su poder
adquisitivo cada vez más debilitado, no
puede unirse a la prosperidad, sino a la inconformidad nacional. Y esto sumado año tras año, va creando bombas
de tiempo.
Para nadie es un secreto que la injusticia unida a la corrupción y otra serie de anquilosadas prácticas, son el caldo de cultivo
de la violencia que se ha extendido en Colombia por más de 50 años y hoy se
pretenden solucionar con unos diálogos en la Habana, mientras los empresarios y el gobierno atizan inconformidad que es igual a violencia,
con el irrisorio aumento del salario para algo más de 1’250.000
compatriotas que cada vez ven más lejos una sobrevivencia que alcance para aumentar algunos gramos de
pan en su comida.
Y este hecho sumado a la gran
franja de la población que ni siquiera el salario mínimo devenga, porque vive
del rebusque y otro gran porcentaje de colombianos que vive de la pobreza y
otra más en la física indigencia, es lo que genera violencia. Entonces, cómo podemos pensar que en Colombia vaya a haber paz, si esa paz que soñamos,
saldría de las montañas, si se firman acuerdos con las FARC, pero la violencia
urbana sobrevive y se incrementa como todos los días lo vemos. Unos que atracan
por buscar un pan y otros (la mayoría) que lo hacen por vicio y para acrecentar
sus voraces y desenfrenos deseos de vivir bien sin trabajar.
Siempre creímos en las
bondades de los diálogos entre el gobierno y las Farc, hasta que vimos la
contradicción de los empresarios y del estado, al proceder a reajustarle el
debilitado sueldo de los colombianos con salario mínimo. Si no conociera el país, los extravagantes y
jugosos balances de utilidades de las grandes empresas, entre ellas la banca, se
justificaría la renuente posición para llegar a mejores acuerdos en la mesa de
concertación salarial, como mínimo un
5,5%, pero esa negativa de los empresarios,
patrocinada por el gobierno, deja mucho que pensar, del real
espíritu de encontrar la tan cacareada PROSPERIDAD nacional.