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miércoles, 5 de septiembre de 2012

¿Se cambiarán balas por palabras?

Por Luis Eduardo Jaimes Bautista (J.B.) 
Muchos se preguntarán ¿cómo será este nuevo diálogo de paz para Colombia, si parar una guerra fratricida de más de cincuenta años con los alzados en armas y hoy diezmados y con un grupo chauvinista por el pensamiento marxista-leninista que quieren salir al ruedo de la política, cambiando las balas, los cilindros bombas, por las palabras? 
Lo que escuchamos desde la casa de Nariño en su discurso el presidente Santos y desde un lugar escondido en la selva de Colombia a “Timochenko”, el martes 3 de septiembre, marcarán el acuerdo marco de los diálogos; con unas expectativas, como pesimismo dentro de los bemoles de los contradictores, (la extrema derecha) para que la paz se maneje frente a una realidad y no en un sueño. 
La Columna de Hernando Gómez Buendía, tiene parte de ese dilema, que muchos o pocos colombianos piensan que sí, y que no se puede dar la paz aceptando las reglas para este diálogo dentro de un “marco jurídico ¿para cuál paz”? 
Y como lo dice el columnista en la Revista el Malpensante, en la edición actual No. 131: “Puede ser que en un país serio los formalistas tengan mucha razón, pero en Colombia no hay sino realismo: las leyes –y muy en especial las de perdón- se han hecho decena de veces, y cada vez a la medida de los interesados. Entre 1820 y 2010 se pactaron o expidieron por lo menos 26 amnistías (que borran el delito) y 65 indultos (que borran la pena) en beneficios de los “ejércitos patriotas” de la Independencia, de caudillos y soldadescas en las 41 guerras o mini guerras civiles del siglo XIX, de militares golpistas o protogolpistas, de delincuentes comunes por impotencia o para demostrar que somos un país cristiano, de bandoleros en los años cincuenta o –en tiempos más recientes- de ex guerrilleros, ex paramilitares y (tal vez ex)narcotraficantes que han decidido “colaborar con la justicia”. 
Lo que observamos por Televisión: la teleconferencia, desde la selva colombiana con el comandante de las FARC y en Cuba, con los integrantes del secretariado, ojalá se pueda decir en silencio que no sea un show más de los medios de comunicación, ante un problema tan serio como es negociar la paz o la guerra. Base de una descomposición social que se ha arraigado en la pobreza y violación a los derechos humanos. 
El Presidente Juan Manuel Santos, -como dicen los viejos- está jugando con fuego, mientras los 46 millones de colombianos, sin seleccionar entre ricos y pobres, los más pobres que viven con una expectativa inverosímil de llegar a un equilibrio social o compartir este país con equidad. 
A través de la historia colombiana, el problema que no se ha resuelto y ha sido “el jaque mate de todos los gobiernos”: La tierra. Ante este dilema y con la globalización de la economía, ese primer punto del Presidente Santos, sobre el desarrollo rural y el acceso a la tierra para sacar a los campesinos del ostracismo y abandono en infraestructura, la prosperidad y los servicios del Estado, es uno de los temas prioritarios y no promesas, porque debido a ello es que se incubó esta guerra que lleva medio siglo. Sin que alguien se haga responsable. 
Son cinco puntos que tendrán que analizar y discutir en bien de los 46 millones de colombianos los delegados del Gobierno y la guerrilla. Siendo Humberto de la Calle la cabeza de estas negociaciones con los países facilitadores del diálogo a partir del mes de octubre, no sin antes que se cumplan por voluntad propia de la guerrilla la no instigación y terrorismo contra la población civil. 
Este nueva etapa de los diálogos para la paz que clama el pueblo colombiano, algunos serán optimistas y otros pesimistas, pero tenemos que tener en cuenta la cultura del civismo y escuchar al contradictor como al que tiene la razón, sin los odios y las venganzas que han sido los que han llenado de sangre y de dolor a millares de familias colombianas.
*Poeta y Escritor

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Es la paz, estúpidos

Colombia, miércoles 16 de noviembre de 2008

HORACIO SERPA

Los mercaderes de armas están de fiesta. El mundo se ha convertido en un inmenso supermercado de compra y venta de todo tipo de instrumentos de muerte. América Latina no es la excepción. Lo paradójico es que son los países pobres los que están sacando de la crisis económica a las potencias, al destinar sus menguados presupuestos a la compra de aparatos de destrucción que tal vez nunca se usen, pero que en los juegos de la piromanía regional constituyen enorme peligro.

Llegó la hora de la diplomacia. De congelar las chequeras, conectar el cerebro y escuchar las voces de quienes desde todos los lugares del continente clamamos por una América en paz.

Los medios de comunicación publican todos los días las nuevas compras del vecindario. Una larga lista de artefactos que van desde submarinos nucleares, misiles tierra aire y corbetas, hasta fusiles, radares y bases militares. Una oleada de compras y situaciones que generan cambios dramáticos en la geopolítica regional y encienden las alarmas.
Rusia, Francia, Israel, Estados Unidos, China. Todos en jolgorio con los ímpetus militaristas que se pasean por el continente. En aras de la disuasión, se está creando enorme confusión. El nuevo orden internacional que se está generando, tras el fin de la era neoconservadora de Bush, es cada día más caótico. Hemos pasado de la guerra contra el terrorismo, al terrorismo mediático de la guerra, que ya no es fría, sino que se vuelve caliente en las naciones con narcotraficantes, guerrillas, paramilitares, pobres, lunáticos y sátrapas.

Un terrorismo que acaba con la confianza entre los pueblos, cierra los espacios a la diplomacia, legitima el uso de la fuerza e hipoteca el futuro de los pueblos. Los condena al miedo y la pobreza.

Lo que sucede en América Latina debe preocuparnos. Se acabó la tranquilidad. Los pueblos obligados por la historia a la unidad parecen condenados a la disolución. A la alineación con fuerzas que pregonan la ley del más fuerte. No hay razón para quedarnos quietos. Para no actuar. Lo que sucede más allá de nuestros límites debe ser tema central de la agenda pública.

Hay que detener el armamentismo en la región y levantar de una vez por todas las banderas de la reconciliación. Hay que superar el estado de desconfianza que siembran en el corazón de las naciones quienes necesitan países divididos, envilecidos por el odio y la desconfianza.

Expreso mi llamado a la diplomacia. Al diálogo. A que Colombia se siente en una mesa con Venezuela y Ecuador para superar los impases que han permitido que los mercaderes de la muerte se deshagan de sus saldos. Necesitamos desterrar del continente la palabra guerra. Los demócratas exigimos que se respete el mandato natural de la integración.

Es insólito que cuando todos creíamos que con Obama había llegado el tiempo de la paz, solo se hable de rearme y guerras inminentes. Absurdo. Parafraseando la conocida sentencia, toca decirles a los líderes del continente: es la paz, estúpidos. Noticias de Santander >

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