-----------------------------------Por: JOSE OSCAR
FAJARDO
DIA DEL PERIODISTA
Con motivo de esta fecha que al Estado le vale güevo
inexplicablemente puesto que somos los periodistas los principales
reproductores de la herencia cultural y de los hechos ocurridos a diario en
todos los sentidos, con todo el afecto, pues no tengo más qué brindar, les
envío a mis colegas esta parrafada para que nos sirva de consuelo ya que el
Estado, reitero, no da ni cinco pesos falsos por los periodistas. Sobre todo a
los que no pertenecemos, sin respetar nuestro profesionalismo
y nuestra intelectualidad, a la lista de escogidos y de los privilegiados. Qué
ingratitud. Así reza el testamento:
UNA DESGRACIA
CON TRES MORALEJAS
Intrigado al ver que las aves migratorias de su
región emprendían vuelo hacia las regiones del sur al inicio del invierno
boreal, un travieso pajarillo resolvió imitarlas y se fue tras una bandada de
patos, quienes con el correr de los días lo fueron dejando rezagado. El
agotamiento del pajarillo iba en aumento hasta que por fin no pudo volar más y
cayó rendido a la tierra.
Un caballo que pasaba por los alrededores depositó
sobre el pajarillo todo el contenido de sus tripas y lo cubrió de mierda. La
pobre avecilla, aterida de frío, al contacto con el calor del estiércol, fue
recuperando sus fuerzas al tiempo que se ahogaba por respirar y con el pico
logró abrir un conducto al exterior. El contacto con la brisa lo llenó de
alegría y volvió a emitir sus olvidados trinos.
La felicidad tiene sus contrastes. Cerca al montón de
excrementos deambulaba un gato que descubrió de dónde procedía el canto, y
liberó al pajarillo de su carga de mierda para usarlo como desayuno. Así
terminó la avecilla su aventura del vuelo hacia el sur.
Primera moraleja: No siempre el que te cubre de
mierda es tu enemigo.
Segunda moraleja: No siempre el que te limpia la
mierda es tu amigo.
Tercera moraleja: Si te sientes satisfecho y alegre,
cierra el pico.
Pero mal haría en decir que yo soy el autor. No.
Me lo hizo llegar Zoilo Guarín, un nonagenario y curado intelectual, a quien
rindo homenaje póstumo ya que falleció la semana anterior, y con quien
compartimos la amistad y la alegría de ser columnistas y además, de amar el
arte literario como las aves aman el viento por naturaleza propia. No quiero
decir con eso que seamos buenos escritores porque ése es un activo intangible.
Lo que pasó fue que de tanto leerlo, el escrito que me envió Zoilo, vi que era
la plegaria adecuada para dedicársela a todo los colegas, como dije antes, y
con ello compartir esa soledad que me produce el desdén de quienes nosotros le
dedicamos nuestra voz y nuestras letras, con el fin de amainarles el tedio y la
angustia existencial. Es como un brindis
en silencio por todos los colegas que han sacrificado sus vidas por esta
profesión tan bella como desagradecida pero no por su culpa. Y por todos
aquellos que con el encanto de sus letras o las notas musicales de sus voces,
le cuentan a la gente cómo son y cómo
están los altibajos de la vida. Todas las mañanas desde el amanecer de todos
los días, y todo el día hasta el anochecer, no sólo del tiempo sino de sus
vidas que como antorchas en fiesta del Espíritu Santo, se van apagando hasta
que al final no queda sino un cuaderno de recuerdos. Eso es el periodismo. Una
bitácora impresa en los telones del tiempo donde cada día que pasa es como una
tragedia de Esquilo o una comedia francesa, o finalmente como un zancocho de
las dos que es la colombiana. Se me vino a la cabeza en medio de mis
elucubraciones estúpidas de un tipo cualquiera, que esa aventura de las tres
moralejas, con palabras crudas y todo, contenía la filosofía suficiente para
que uno pudiera ver un retrato hablado de la vida. Por eso mismo quise
hacérsela llegar a todos los colegas en el día más “agradable” de su vida.
Incluso a los colegas más privilegiados. Privilegiados no exactamente de la
ciencia, el arte y la cultura.