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martes, 16 de octubre de 2012

La felicidad en familia

         QUIERO MORIR DIGNAMENTE
Horacio Serpa
Me encuentro bien de salud. Hace menos de dos meses nos practicaron a Rosita y a mi los exámenes ejecutivos en la Clínica Reina Sofía y pasamos con buenas calificaciones. Estoy bien de la tensión arterial, bien del corazón, salió buena la prueba de esfuerzo, la ecografía de órganos vitales y la endoscopia estomacal también resultaron buenas. Si, claro, también me examinaron la próstata: antígeno prostático, ecografía y tacto rectal. Los tres exámenes bien.
Manifiesto que no me quiero morir. Vivo feliz, con Rosita, Sandrita y Andrés con Sebastian y Nicolás, Rosita hija, Horacio José y el resto de familia. También soy feliz con los amigos, con mis actividades. Amo la vida.
Para escribir este artículo hablé con Rosita. Al principio no estuvo muy de acuerdo pero finalmente accedió. ¿Por qué le comenté? Voy a escribir sobre la muerte y no quiero que ella o nuestros chicos se sientan incómodos. Los párrafos anteriores son  para que nadie crea que estoy en artículo mortis.
En el Congreso se está tramitando un proyecto de ley que busca la aprobación de la eutanasia, por virtud de la cual sería permitido en Colombia inducir la muerte para evitar sufrimientos a los pacientes terminales o a quienes habiendo perdido sus funciones intelectuales no tienen oportunidad ninguna de recuperación. También para evitar sufrimientos a los allegados y gastos injustificados que muchas veces arruinan a las familias sin ningún sentido.
Estoy de acuerdo con que eso se haga y como ciudadano solicito a los Congresistas la aprobación del proyecto de ley. Es humanitario y de elemental solidaridad social. No es justo con el paciente ni con sus seres queridos prolongarle la vida artificialmente. Lo rechaza la ciencia médica. No es aceptable que se interpongan razones religiosas sabiendo que Dios es el Ser mas justo y comprensivo. 
La muerte es parte de la vida. Nadie está exento de padecer graves enfermedades irrecuperables o de sufrir accidentes traumáticos. Grato es vivir mucho tiempo, pero con la vejez prolongada llegan procesos degenerativos y la irremediable pérdida de las funciones vitales, entre ellas la memoria. No vale la pena estar muerto en vida.
Considero reprobable que a una persona otrora inteligente, alegre, diligente, productiva, eficiente, se le condene a permanecer postrado en una cama, inútil, sumida en el dolor y la desesperación o ida, sin consciencia.
No deseo ser una de esas personas. La vida se agota cuando no se puede ser feliz ni hacer dichosos a los demás. Si no se puede pensar, no hay vida. No hay vida cuando se inspira lástima. Solo respirar y quejarse, no es vida. La llamada vida vegetal es peor que la muerte. La panacea para estas horas críticas, es la eutanasia.
Quiero morir dignamente. Y el día esté lejano, como escribió Barba Jacob. Quiero irme tranquilo, sin sufrir y sin hacer sufrir, decorosamente como he vivido, recordando a Amado Nervo: “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida nada me debes! ¡Vida estamos en paz!
Bogotá D.C.,17 de Octubre, 2012

domingo, 7 de agosto de 2011

TRAFUGARIO


                                                      
-----------------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO

  DIA DEL PERIODISTA
Con motivo de esta fecha que al Estado le vale güevo inexplicablemente puesto que somos los periodistas los principales reproductores de la herencia cultural y de los hechos ocurridos a diario en todos los sentidos, con todo el afecto, pues no tengo más qué brindar, les envío a mis colegas esta parrafada para que nos sirva de consuelo ya que el Estado, reitero, no da ni cinco pesos falsos por los periodistas. Sobre todo a los que no pertenecemos, sin respetar nuestro profesionalismo y nuestra intelectualidad, a la lista de escogidos y de los privilegiados. Qué ingratitud. Así reza el testamento:

                                 UNA DESGRACIA CON TRES MORALEJAS
Intrigado al ver que las aves migratorias de su región emprendían vuelo hacia las regiones del sur al inicio del invierno boreal, un travieso pajarillo resolvió imitarlas y se fue tras una bandada de patos, quienes con el correr de los días lo fueron dejando rezagado. El agotamiento del pajarillo iba en aumento hasta que por fin no pudo volar más y cayó rendido a la tierra.  

Un caballo que pasaba por los alrededores depositó sobre el pajarillo todo el contenido de sus tripas y lo cubrió de mierda. La pobre avecilla, aterida de frío, al contacto con el calor del estiércol, fue recuperando sus fuerzas al tiempo que se ahogaba por respirar y con el pico logró abrir un conducto al exterior. El contacto con la brisa lo llenó de alegría y volvió a emitir sus olvidados trinos.

La felicidad tiene sus contrastes. Cerca al montón de excrementos deambulaba un gato que descubrió de dónde procedía el canto, y liberó al pajarillo de su carga de mierda para usarlo como desayuno. Así terminó la avecilla su aventura del vuelo hacia el sur.
Primera moraleja: No siempre el que te cubre de mierda es tu enemigo.
Segunda moraleja: No siempre el que te limpia la mierda es tu amigo.
Tercera moraleja: Si te sientes satisfecho y alegre, cierra el pico.

Pero mal haría en decir que yo soy el autor. No. Me lo hizo llegar Zoilo Guarín, un nonagenario y curado intelectual, a quien rindo homenaje póstumo ya que falleció la semana anterior, y con quien compartimos la amistad y la alegría de ser columnistas y además, de amar el arte literario como las aves aman el viento por naturaleza propia. No quiero decir con eso que seamos buenos escritores porque ése es un activo intangible. Lo que pasó fue que de tanto leerlo, el escrito que me envió Zoilo, vi que era la plegaria adecuada para dedicársela a todo los colegas, como dije antes, y con ello compartir esa soledad que me produce el desdén de quienes nosotros le dedicamos nuestra voz y nuestras letras, con el fin de amainarles el tedio y la angustia existencial.  Es como un brindis en silencio por todos los colegas que han sacrificado sus vidas por esta profesión tan bella como desagradecida pero no por su culpa. Y por todos aquellos que con el encanto de sus letras o las notas musicales de sus voces, le cuentan  a la gente cómo son y cómo están los altibajos de la vida. Todas las mañanas desde el amanecer de todos los días, y todo el día hasta el anochecer, no sólo del tiempo sino de sus vidas que como antorchas en fiesta del Espíritu Santo, se van apagando hasta que al final no queda sino un cuaderno de recuerdos. Eso es el periodismo. Una bitácora impresa en los telones del tiempo donde cada día que pasa es como una tragedia de Esquilo o una comedia francesa, o finalmente como un zancocho de las dos que es la colombiana. Se me vino a la cabeza en medio de mis elucubraciones estúpidas de un tipo cualquiera, que esa aventura de las tres moralejas, con palabras crudas y todo, contenía la filosofía suficiente para que uno pudiera ver un retrato hablado de la vida. Por eso mismo quise hacérsela llegar a todos los colegas en el día más “agradable” de su vida. Incluso a los colegas más privilegiados. Privilegiados no exactamente de la ciencia, el arte y la cultura.        

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