QUIERO MORIR DIGNAMENTE
Horacio Serpa
Me encuentro bien de salud.
Hace menos de dos meses nos practicaron a Rosita y a mi los exámenes ejecutivos
en la Clínica Reina Sofía y pasamos con buenas calificaciones. Estoy bien de la
tensión arterial, bien del corazón, salió buena la prueba de esfuerzo, la
ecografía de órganos vitales y la endoscopia estomacal también resultaron buenas.
Si, claro, también me examinaron la próstata: antígeno prostático, ecografía y
tacto rectal. Los tres exámenes bien.
Manifiesto que no me quiero
morir. Vivo feliz, con Rosita, Sandrita y Andrés con Sebastian y Nicolás,
Rosita hija, Horacio José y el resto de familia. También soy feliz con los
amigos, con mis actividades. Amo la vida.
Para escribir este artículo
hablé con Rosita. Al principio no estuvo muy de acuerdo pero finalmente
accedió. ¿Por qué le comenté? Voy a escribir sobre la muerte y no quiero que
ella o nuestros chicos se sientan incómodos. Los párrafos anteriores son para que nadie crea que estoy en artículo
mortis.
En el Congreso se está
tramitando un proyecto de ley que busca la aprobación de la eutanasia, por
virtud de la cual sería permitido en Colombia inducir la muerte para evitar
sufrimientos a los pacientes terminales o a quienes habiendo perdido sus
funciones intelectuales no tienen oportunidad ninguna de recuperación. También
para evitar sufrimientos a los allegados y gastos injustificados que muchas
veces arruinan a las familias sin ningún sentido.
Estoy de acuerdo con que eso
se haga y como ciudadano solicito a los Congresistas la aprobación del proyecto
de ley. Es humanitario y de elemental solidaridad social. No es justo con el
paciente ni con sus seres queridos prolongarle la vida artificialmente. Lo
rechaza la ciencia médica. No es aceptable que se interpongan razones
religiosas sabiendo que Dios es el Ser mas justo y comprensivo.
La muerte es parte de la vida.
Nadie está exento de padecer graves enfermedades irrecuperables o de sufrir
accidentes traumáticos. Grato es vivir mucho tiempo, pero con la vejez
prolongada llegan procesos degenerativos y la irremediable pérdida de las
funciones vitales, entre ellas la memoria. No vale la pena estar muerto en
vida.
Considero reprobable que a una
persona otrora inteligente, alegre, diligente, productiva, eficiente, se le
condene a permanecer postrado en una cama, inútil, sumida en el dolor y la
desesperación o ida, sin consciencia.
No deseo ser una de esas
personas. La vida se agota cuando no se puede ser feliz ni hacer dichosos a los
demás. Si no se puede pensar, no hay vida. No hay vida cuando se inspira
lástima. Solo respirar y quejarse, no es vida. La llamada vida vegetal es peor
que la muerte. La panacea para estas horas críticas, es la eutanasia.
Quiero morir dignamente. Y el
día esté lejano, como escribió Barba Jacob. Quiero irme tranquilo, sin sufrir y
sin hacer sufrir, decorosamente como he vivido, recordando a Amado Nervo: “Amé,
fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida nada me debes! ¡Vida estamos en paz!
Bogotá D.C.,17 de Octubre,
2012