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sábado, 7 de mayo de 2022

Construcción de un proyecto de Nación

Mario González Vargas
En medio de las dificultades que nos aquejan pensábamos que después de conocer los candidatos presidenciales el debate se concentraría en los temas fundamentales que nos atañen como nación. Los tiempos que vivimos son propios de las incertidumbres que caracterizan los cambios de épocas, que siempre entrañan nuevas realidades culturales y políticas que modifican los equilibrios orbitales y favorecen ascensos y descensos en los poderes y civilizaciones prevalecientes.

No constituyen situaciones difíciles de percibir y reservadas a la comprensión de minorías iluminadas, porque modifican las relaciones de las personas con sus entornos de vida, extienden los instrumentos del saber, transforman las relaciones sociales y obviamente impactan las aspiraciones de vida, y con ellas los escenarios de poder y las formas e instrumentos de las rivalidades resultantes. Ningún país puede sustraerse a la comprensión de esas realidades, si quiere tener futuro.

Pertenecemos los latinoamericanos al mundo de la diversidad cultural y racial, cuya conjunción pareciera ser la sustancia del universo que emerge y en el que somos los adelantados en un escenario aún constreñido por los conflictos suscitados por su incomprensión. Colombia es quizás la más rica en diversidad, seguramente favorecida por su ubicación geográfica, puente de unión de las Américas, y que alberga todas las expresiones culturales que se encuentran diseminadas en las demás naciones de nuestro continente latinoamericano.

Sin embargo, los candidatos parecen ajenos a la realidad que los circunda, pese a las primeras expresiones en la mirada a las regiones y en la escogencia mayoritaria de candidatos vicepresidenciales afrocolombianos, que señalan las exigencias de integración de la diversidad en la impronta de los destinos de Colombia. Asistimos a una refriega entre la copia del fracasado modelo estatista, revestida de seductores mensajes engañosos, y la desestimación del cansancio que han producido políticas que no lograron consolidarse como proyecto de país. La consecuencia ha sido reducir el debate a invectivas y descalificaciones, que se tiñen de intolerancia, en el que proliferan las acusaciones, pero languidecen las propuestas. Petro es maestro en esas lides, con un libreto en el que se permite pactos hasta con el Diablo al tiempo que reclama estándares de ética en sus contendores, o pillado en conductas punibles acude a cortinas de humo como la de amenaza recurrente de supuestos atentados, señalando como presuntos responsables a quienes serían los beneficiarios de su mentado perdón social. Una farsa siempre provoca otra, como la de buscar fortalecer su esquema de seguridad, para hacerlo más robusto y lisonjero para su ego, o la de anticipar fraude electoral, a sabiendas de que las irregularidades conocidas engrosaron impunemente su caudal electoral y sus bancadas en el Congreso. Las prioridades de los colombianos son bien distintas a las que hasta hoy se les ofrecen. Los candidatos deben estar a la altura de las responsabilidades a las que pretenden, procurar elevar al país en los índices de desarrollo humano que merecemos, y perseverar en la construcción de un proyecto de nación en un universo que se abre a nuevas realidades. Es el reto de nuestro presente.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

La indignación ciudadana con la justicia

Los derechos humanos y las decisiones judiciales
Por: Bernardo Socha Acosta
No era común que los ciudadanos lanzaran duras críticas contra el sistema de administrar justicia en Colombia.  Pero hoy ya es  frecuente que las diatribas contra la justicia se escuchen por todas partes. Los ofendidos se preguntas si es el sistema o son las personas  que han sido seleccionadas para administrarla.  
Lo ciertos es que en varias encuestas, que diferentes medios de comunicación han hecho en los últimos días sobre el concepto de justicia en Colombia,  los ciudadanos se han encargado de darle la peor calificación de la historia.
Los últimos hechos en los que delincuentes reconocidos capturados en flagrancia y ciudadanos que por embriaguez han causado la muerte, no de una, sino de varias personas a la vez y los jueces los han enviado a sus casas con argumentos   que para el común de la gente constituyen una afrenta, ha desfigurado  por completo la función de quienes en épocas  no muy lejanas eran sagrados y respetables.
Los peligrosos delincuentes que cometen toda clase de fechorías y son enviados a sus casas,  ha despertado el instinto de venganza de muchos afectados, al ver que en Colombia la justicia desapareció.
Ya se ha visto en varias ciudades de la Costa atlántica que las comunidades de bien han intentado linchar a   los antisociales que se dejan arrestar, porque consideran que de nada sirve que la policía actúe para capturarlos, si más se demora en llegar a los juzgados, que  dejarlos libres, como en un aparente premio por la acción delictiva.  
Estas acciones contra los que violan  las más elementales normas de convivencia y legalidad, es un irrespeto contra el buen ciudadano. Y por eso se está incubando un sentimiento de venganza  y de justicia propia.
Dicen los  que han sido afectados en sus derechos, por decisiones judiciales, que si bien es cierto que hay congestión carcelaria, ese factor  no es óbice para denegar la justicia que merecen los buenos ciudadanos y el castigo  que merecen  los infractores.
La animadversión que las personas de bien, afectadas por hechos delictivos y, al mismo tiempo afectados por decisiones judiciales,  está almacenando un peligroso desenlace de sentimientos de rencor contra varios sectores que posiblemente traerán graves consecuencias en el futuro.
Y valga decir que si en la fecha se celebró el día de los derechos humanos, eso es lo que precisamente reclaman los buenos ciudadanos que ven vulnerados sus más fundamentales derechos por parte de elementos antisociales que ya no tienen el más mínimo principio de esa gracia humana,  y, si no hay justicia que los proteja, qué le queda al ciudadano, o a una sociedad…  Estamos los ciudadanos, frente a un dilema y de espalda a los derechos humanos. Dicen que el prestigio se gana, no se impone.

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