Horacio Serpa
Colombia es un País bastante raro. Contradictorio,
incoherente, incomprensible, pero al mismo tiempo de una enorme dinámica y de
definiciones inesperadas. Lo que ayer era imposible hoy es el pan del día, el
motivo de discusión, el primer tema de la agenda nacional. Me refiero al asunto
de la paz. ¡Quien lo creyera!
Lo de la paz se vivió intensamente durante el
gobierno del Presidente Pastrana. Se le desterró sin contemplaciones a lo largo
del doble mandato del doctor Uribe. Al asumir la presidencia, el doctor Santos
despertó explicables expectativas cuando dijo que no lanzaría al mar la llave
del entendimiento. Agregó, eso sí, que su gobierno seguiría en la estrategia de
la acción armada si la guerrilla no daba señales sinceras, sin vacilaciones ni
tramoyas, de querer buscar una verdadera y perdurable reconciliación. Lo ha
cumplido. La prueba son las muertes de Jojoy, el tan mencionado coordinador
militar de la FARC,
y de Alfonso Cano, el comandante mayor.
Nada hacía pensar que las cosas iban a cambiar. Ni
gestos de paz, ni disposición al diálogo, ni consideraciones de ninguna
especie. Solo la confrontación. Pero un par de cartas de Timoleón Jiménez, el
nuevo y enigmático jefe general de las huestes farianas, cambió el rumbo, al
menos, de las conversaciones. Hoy el tema es la paz. Para bien o para mal, a
favor o en contra, con esta agenda o con la otra, aquí o por fuera, en público
o en privado. Como sea o lo que sea, en esta semana solo se habla de la paz.
Timochenko le dijo al Presidente Santos que
retomaran la agenda del Caguán, pero en la carta al profesor Medina lo señala
como agente del continuismo, responsable de muchos de los males nacionales y de
representar a un establecimiento que solo desea continuar en la guerra. A su
vez el gobierno asegura que no hay acercamientos y que nada cambiará hasta que
se haga evidente que no se trata de un nuevo engaño.
Al respecto algo está sucediendo y lo cierto es que
se prendieron las alarmas. Es una situación importante, sin duda, sobre la base
de no hacerse ilusiones, pensar y examinar mucho antes de actuar, no cometer
las ligerezas, las improvisaciones ni los errores del pasado, crear amplios
márgenes de confianza, saber a ciencia cierta que la paz le cuesta a todos pero
saber también que no se puede lograr a cualquier precio.
Sobre las alusiones personales de Timochenko en su
carta al Profesor Medina, digo: hubiera buscado la paz con enorme compromiso
pero con agenda y definiciones distintas y concretas, sin los extremos que
ahogaron el proceso; habría procurado estrategias de cooperación más a la
colombiana con los Estados Unidos y no hubiera negociado ni firmado el TLC como
se hizo.
Pero lo que pasó, ya pasó. Ahora nos toca estar muy
atentos y serios con lo que puede venir en materia de paz. Parafraseando a
Cano, ¿cuántos muertos faltan para lograrla?
Bogotà D.C., 17 de Enero, 2012