----------------------HORACIO SERPA
Todos coincidimos en que este será un año enteramente político. Hay que elegir Congreso en marzo y Presidente entre mayo y junio. El 20 de julio se instalará el Congreso y los primeros meses de sesiones serán de acuerdos, escogencia de directivas, integración de Comisiones y acoplamientos. El 7 de Agosto se posesionará la o el nuevo Presidente, o el propio doctor Uribe si logra la reelección, y esos cuatro meses y medio de fin de año se irán en la elaboración y discusión del nuevo Plan de Desarrollo. Un año esencialmente político, sin duda.
Pero, además, este es el año del bicentenario, la celebración de los dos siglos de la Independencia, un hecho político que tendrá recordaciones cada día, con temas que, quiérase o no, serán políticos. Tanto más cuanto que el Bicentenario rememorará la gesta comunera, el más político de todos los hechos que integran nuestra historia.
Es inescapable tratar el tema político. Muchos lo harán desde la óptica partidista. Otros en la perspectiva de analizar los hechos electorales. Surgirán estudios académicos y observaciones periodísticas. A mí se me ocurren unas reflexiones para insistir en que la política y la acción electoral no pueden considerarse cumplidas por la realización de unas elecciones.
El acontecer culminante de lo electoral son los comicios, nadie lo discute. En sus resultados se define el poder público. Pero la validez del resultado, su carácter legítimo, su esencia democrática, dependen de que se cumplan unos requisitos definidos con anticipación, reconocidos por la comunidad y aceptados por los intervinientes en el proceso.
Son las denominadas reglas del juego, que deben ser claras, equilibradas, permanentes, al alcance de todos los ciudadanos, de manera tal que su aplicación brinde confianza y todos se avengan a cumplirlas sobre la base de que también las atiendan sus adversarios.
El ejercicio de la política es especialmente una lucha de intereses diferentes, por lo que es esencial que las reglas sean diáfanas, conocidas anticipadamente y de obligatorio e igual cumplimiento por todos. Esa es la gracia de la democracia. Con votos, no con armas, no con trampas ni engaños, se define quienes gobiernan y cómo lo van a hacer.
Para llegar a ello deben existir autoridades pulcras, objetivas e imparciales que brinden garantías por igual. La igualdad es fundamento de lo democrático. La confrontación electoral exige equilibrios, oportunidades semejantes, posibilidades del mismo tenor para todos los contendientes. Si no hay equidad, si unos tienen más poder que otros, si los instrumentos que brinda el Estado para el ejercicio electoral se utilizan a favor de unos y en detrimento de otros, se rompen la ecuanimidad y la justicia, desaparece lo democrático y se impone la ilegalidad.
Delicadas decisiones se avecinan en este año político. Hay que reflexionar con objetividad, sin pasiones, sobre las reglas del juego y las garantías electorales. Menos de cinco meses faltan para elegir Presidente. ¿Hay reglas? ¿Hay garantías? Lo único cierto es la incertidumbre, porque a estas horas nadie sabe qué va a pasar.