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miércoles, 16 de febrero de 2011

El costo de la paz

Miércoles, 16 de febrero de 2011

Por: Horacio Serpa

“La paz no será gratis para nadie…Habrá reformas fundamentales, o nanay cucas”, dicen las Farc en una acalorada respuesta a una columna de opinión que escribí hace quince días en este diario, titulada “El regreso de la paz”, mediante la cual le decía a esa organización que le manifestaran sí a la propuesta del Presidente Santos de sentarse a negociar, previa liberación de todos los secuestrados y el respeto a la población civil.

A través de Anncol, su agencia de noticias en Internet, esa organización guerrillera reconoce su repliegue estratégico ante la ofensiva militar de los últimos ocho años, comandada por los Presidentes Uribe y Santos. Y consideran que si el gobierno está proponiendo negociar no es por la derrota de las Farc, sino por las nuevas realidades nacionales e internacionales que, según ellos, llevan al Estado a pensar que “después de 11 años perdidos sin lograr la tan cacareada derrota de las “fart”, es mejor llegar a acuerdos con ellos”. (sic)

Alcanzar la solución política del conflicto armado interno es un anhelo nacional. El país ha intentado esa vía en varias oportunidades, durante las administraciones de Betancur, Barco, Gaviria y Pastrana. En unas ocasiones se ha tenido éxito y en otras se ha fracasado. Barco y Gaviria lograron la desmovilización de seis mil hombres y la convocatoria a la Constituyente de 1991, que fue un tratado de paz y sigue siendo el camino esencial para hallar la convivencia.

Las Farc, por desgracia, se burlaron del país y desaprovecharon el proceso del Caguán. Fueron tres años de esfuerzos fallidos. Todo el mundo puso los ojos en Colombia y hasta los hombres de Wall Street visitaron el Caguán para palpar la voluntad de paz de los insurgentes. Todos sabíamos que había que pagar un precio, pero no cualquier precio.

Y ese precio, que en los tiempos de Pastrana parecía subir con el paso del tiempo, se fue al suelo cuando esa organización decidió replegarse y volver a la guerra de guerrillas antes que firmar un acuerdo sobre derecho internacional humanitario. El país entró en la era de la seguridad democrática y las Farc en un pantano existencial, que las condujo a perder sus líderes históricos, que parecían intocables, a padecer deserciones masivas y el repudio general. Y sin embargo, las Farc no se han extinguido, siguen teniendo presencia en muchos municipios y son un factor de desestabilización. También se les sigue reconociendo una intencionalidad política, a pesar de que se les acusa de mantener vínculos con el narcotráfico.

Aún hay posibilidad de negociar. La puerta está abierta. No importa qué tan ácidos son sus comunicados o sus declaraciones, ni qué tan envalentonados estén sus comandantes. El país sigue esperándolos en una mesa de negociaciones. Y sigue dispuesto a pagar un precio por la reconciliación. Pero las Farc tienen que decir cuál es, porque en el Caguán nunca lo dijeron. Solo quedó en la memoria de los colombianos el portazo a la paz y la frustración que aún no se supera.

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