Por Gerardo Delgado Silva
La muerte de Carlos Gaviria Díaz,
no solamente enluta el ámbito vasto de la sociedad que ama el derecho, sino que
representa una pérdida notoria en todo el panorama de proyección moral,
patriótica, espiritual, de la personalidad del jurisconsulto. Inflexiblemente recto, naturalmente austero,
apasionadamente estudioso, sustancialmente incapaz de doblez o hipocresía,
sincerísimamente modesto.
Alcanzó bien pronto como joven
profesional una celebridad de jurista tan vasta y sólida, que un concepto suyo
tenía el valor de una sentencia ejecutoriada.
Gaviria, adquirió la estatura
de un verdadero clásico jurídico de nuestra época, un contemporáneo que se
dedicó a ser la luz en el desorden que lo rodeaba, para definirlo, para
entenderlo, para superarlo.
Reveló en todas sus
actuaciones una intensa preocupación por las cuestiones permanentes del hombre,
pero no visto de modo abstracto, sino relacionado con los problemas de nuestro
tiempo.
Dejando atrás el nihilismo,
superando el absurdo, Gaviria entró un canto de esperanza a la vida.
Esperanza reflexiva, no
incondicionada, sometida, pues, a las vicisitudes de una conciencia siempre
alerta.
Sus análisis de la libertad
para el hombre moderno o de la libertad y la democracia, tienen esa mezcla de
amplios conocimientos y de impecable lucidez, que formaron el estilo
personalísimo de su pensamiento y de sus meditaciones y providencias, donde se
profundiza con pasión y sin pedantería, en el complejo mundo de la personalidad
humana y su conducta.
Le mereció a Carlos, la
veneración del Estado Social de Derecho, considerado como toda organización
política de la sociedad que reposa sobre
normas fundamentales, cuyo imperio se impone y sobrepone a toda voluntad
arbitraria y personal. De ahí, que fuera
como un defensor predestinado de la justicia.
Cumplió en todo instante de su
vida con los preceptos clásicos formulados por Ulpiano, en el aforismo latino: “
Honeste vivere, Alterum non laedere, suum cuique tribuere, hoec sunt principio
juris”.
Lo cual significa: “Vivir honestamente, No dañar a los otros, y dar a
cada cual lo que le corresponde, tales son los principios del Derecho.”.
Y al igual que Platón,
considero la moral como una ciencia fundamental de la cual forma parte la
política, porque, dentro del Estado se cumple los fines más elevados del
hombre.
Así se llegó al
Constitucionalismo como sistema de organización político-social.
La Constitución es un orden
jurídico fundamental, integral y estable, impuesto a todos los miembros de la
sociedad, lo mismo a los gobernados que a los gobernantes.
Sin el Constitucionalismo como
sistema de ordenamiento jurídico, no puede existir la República, que es una
estructura, y mucho menos la democracia que es un contenido ético.
Lo que constituye el hecho
fundamental y sensacional de la época contemporánea no es la democracia, que
asoma constantemente a lo largo de la historia, ni la República, que se
presenta bajo diversos aspectos, es el constitucionalismo. Sin su garantía, jamás podrá asegurarse la
existencia de la dignidad y de la libertad humana, como así mismo las
posibilidades de una justicia progresiva.
Fue una pasión profunda la de
Carlos, por colocar la administración de justicia en el decoroso nivel que le
corresponde; y por la constante y
fervorosa defensa de los Derechos Humanos.
Fue un continuador del pensamiento de Ulpiano.
Su transparente existencia, la
dedicó claro está, a la defensa de los grandes principios que han enriquecido
la historia espiritual de Colombia.
Ahora, para la pesadumbre de
la patria, existen personas como el señor uribista Pretelt, que desde la Corte
Constitucional mancilla la propia piel transparente de Colombia.
A partir de la Constitución de 1991, esa Corte es el
guardián natural de la Constitucionalidad de la Ley.
En todas sus ponencias, el
eminente Magistrado Carlos Gaviria, plasmó con lenguaje correcto y elegante,
sus interpretaciones constitucionales, con un significado que trasciende, como
nos lo demuestra una de las muchas sentencias de esa institución, cuando a un
indígena candidato por el Guainía a la Cámara de Representantes, lo protegió en
su derecho de usar su idioma, que se le prohibió en ese departamento, para
utilizar por los medios de comunicación en su campaña política (T-384/94).
Revela la confianza en el porvenir de la patria y de nosotros mismos. (Escrito para www.bersoahoy.co – sección opinión)
Revela la confianza en el porvenir de la patria y de nosotros mismos. (Escrito para www.bersoahoy.co – sección opinión)