Por Gerardo Delgado Silva
A pesar de mis limitaciones,
procedo a pergeñar estas líneas sobre la figura más brillante de las letras
universales de la generación de “los nuevos”: Gabriel García Márquez. El rostro
afligido de la patria es el grito de dolor de todos los colombianos, que no
somos indiferentes a la dignidad humana.
Sus palabras y sus letras
preclaras transidas de patriotismo, ardientes de fe y esperanza por nuestros
mejores destinos resuenan continuamente en sus obras, desde “La hojarasca”;”El
coronel no tiene quien le escriba”; “Los funerales de la mama grande”; “Un día
después del sábado”; “Crónica de una muerte anunciada”, y otras como
convocatoria a la solidaridad colectiva para la defensa de los grandes
principios que han enriquecido la historia espiritual de Colombia y el
mundo. Orientadas a hacer de la dignidad
humana el centro de la vida individual y las relaciones sociales.
En la prosa de Gabo se admira
la perfección de la forma: esa limpidez, esa ternura, esa maestría, esa gracia,
ese sello de inconfundible encanto, tierra famosa por sus insignes modeladores
del idioma, lo colocan entre los primerísimos escritores de todos los tiempos,
nada menos que EL NOBEL DE LITERATURA. Pero en Gabo hay algo más que el dominio
del arte de la palabra. El es el
pensador de pensamiento fuerte, propio y beligerante, que expresa sus ideas,
pésele a quien le pese, con valor civil; era dueño de una de las más sólidas y
extensas culturas humanísticas que hayan aparecido en las letras americanas, y
su vocación sobre todo asunto de la actualidad intelectual es completa. Hizo su camino solo, con grandes ideales y en
su vida nadie ha encontrado escoria sino condiciones excepcionales de fuerza
espiritual revestido de una inmensa autoridad moral y de simpatía humana. Con la impavidez de su transparente
existencia, supo engrandecer nuestra esperanza y darle un empujón heroico a
nuestro destino.
Sepamos ser sus fieles
herederos espirituales, dando un estremecido testimonio de amor a su memoria
esplendorosa para Colombia. Fue un faro
de dignidad, de entereza que alumbró al país en medio de tantos apagones. En otras palabras en medio de la aridez del
desierto de ideas y pensamiento, le surgen a Colombia algunos oasis que pueden
contribuir, y obviamente como Gabo, contribuyen, a darnos una visión distinta
de lo que en realidad es nuestra patria, sus perspectivas humanas y sus
sentimientos. No se trata de evasiones,
o de puntos de escape, sino de un comportamiento que hunde sus raíces en los
valores del espíritu como habíamos anotado y enlaza a las generaciones actuales
con una tradición intelectual que nos honra y enaltece.
Se trata con las obras de
Gabo, que han contribuido al rescate del país, del trascender de la cultura al
alcance de todos y de un acto de conocimiento y reconocimiento, a nuestros
grandes valores con el consiguiente beneficio para millones de lectores,
nacionales y extranjeros.
Porque, para nadie es un
misterio, que desde el gobierno anterior, vive Colombia una de las épocas más
difíciles de su historia. El orden público
anarquizado por la prepotencia del terrorismo en una cualquiera de sus formas
de intimidación, ya se trate de guerrilla, de paramilitares o de
narcotraficantes. Corrompido el orden
moral por el mal ejemplo que vino de arriba por mandatarios anteriores (los
falsos positivos, agroingreso seguro, interferencias ilegales a diversos
personajes de la patria, etc.) y que se extendió como una mancha de oprobio por
la nación, contaminada por una siniestra mafia de la que hacen parte políticos
locales, flor de la sociedad, funcionarios corruptos y grupos parapolíticos.
Los partidos políticos
aniquilados, convertidos en tiendas de campañas electorales, y no más. Es inevitable aludir al partido nuevo,
llamado “Centro Democrático”. ¿Cuál será
el concepto de pureza, que inicialmente se denominó: “Puro Centro
Democrático”?. Donde el Señor, Álvaro
Uribe impone el dominio de su persona individual sustituyendo las ideas. Aquí sólo hay motivos particulares, en vez de
aspirar al bien común, anhelando subsumir al país en las repugnantes manos del
nazismo. Enmascaran viejas codicias
ligadas a los parapolíticos, cuyas
desastrosas consecuencias están a la vista.
Es indubitablemente el desfallecimiento moral. Es decir, quieren llevar a Colombia lentamente con los ojos abiertos
hacia el precipicio.
Es elocuente, por el
contrario, el remanso espiritual de las magistrales obras de Gabo, dedicado a
hacer la luz en el desorden que nos rodea y a entonar un canto de esperanza a
la vida. Pero esa vida que debe tener una
razón, un objetivo, un incentivo, una meta escondida como en nuestro Premio
Nobel que le permitió perseguir y amar la excelsitud. Para nosotros representa una satisfacción
profundísima leerlo y nos inunda como ya lo hemos señalado, un halo de
bienestar indescriptible. En estos
momentos de dolor por el fallecimiento de Gabo, resulta más repugnante, como
señal del acelerado deterioro del país, recordar los hechos punibles cometidos
por una pandilla de personas en esta ciudad, persuadidos de ser expresión de la
decencia, años atrás, que sustrajeron de la biblioteca Gabriel Turbay, las
obras del eximio Gabo, junto a la de autores como Marx y otros, para
incinerarlos luego, en el Parque de los Niños. Horrendo y ominoso
comportamiento, que avala el superyo criminal de sus autores y el mas negro y
triste espectáculo de rechazo a la bondad, tolerancia y justicia, de la cual
Dante dijo que era “una virtud al servicio de otros”.
El mundo entero tiene la
certeza de que toda la genial obra de Gabo, es un acto vigoroso de solidaridad
y de fortaleza moral, en torno a los motivos más valiosos y enaltecedores de la
especie.
Escrito
para Bersoahoy.com
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