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miércoles, 8 de abril de 2015

PERDIDA INCONMENSURABLE

                                Por Gerardo Delgado Silva
La muerte de Carlos Gaviria Díaz, no solamente enluta el ámbito vasto de la sociedad que ama el derecho, sino que representa una pérdida notoria en todo el panorama de proyección moral, patriótica, espiritual, de la personalidad del jurisconsulto.  Inflexiblemente recto, naturalmente austero, apasionadamente estudioso, sustancialmente incapaz de doblez o hipocresía, sincerísimamente modesto.
Alcanzó bien pronto como joven profesional una celebridad de jurista tan vasta y sólida, que un concepto suyo tenía el valor de una sentencia ejecutoriada. 
Gaviria, adquirió la estatura de un verdadero clásico jurídico de nuestra época, un contemporáneo que se dedicó a ser la luz en el desorden que lo rodeaba, para definirlo, para entenderlo, para superarlo.
Reveló en todas sus actuaciones una intensa preocupación por las cuestiones permanentes del hombre, pero no visto de modo abstracto, sino relacionado con los problemas de nuestro tiempo.
Dejando atrás el nihilismo, superando el absurdo, Gaviria entró un canto de esperanza a la vida.
Esperanza reflexiva, no incondicionada, sometida, pues, a las vicisitudes de una conciencia siempre alerta.
Sus análisis de la libertad para el hombre moderno o de la libertad y la democracia, tienen esa mezcla de amplios conocimientos y de impecable lucidez, que formaron el estilo personalísimo de su pensamiento y de sus meditaciones y providencias, donde se profundiza con pasión y sin pedantería, en el complejo mundo de la personalidad humana y su conducta.
Le mereció a Carlos, la veneración del Estado Social de Derecho, considerado como toda organización política de la sociedad  que reposa sobre normas fundamentales, cuyo imperio se impone y sobrepone a toda voluntad arbitraria y personal.  De ahí, que fuera como un defensor predestinado de la justicia.
Cumplió en todo instante de su vida con los preceptos clásicos formulados por Ulpiano, en el aforismo latino: “ Honeste vivere, Alterum non laedere, suum cuique tribuere, hoec  sunt  principio  juris”.  Lo cual significa: “Vivir honestamente, No dañar a los otros, y dar a cada cual lo que le corresponde, tales son los principios del Derecho.”. 
Y al igual que Platón, considero la moral como una ciencia fundamental de la cual forma parte la política, porque, dentro del Estado se cumple los fines más elevados del hombre.
Así se llegó al Constitucionalismo como sistema de organización político-social.
La Constitución es un orden jurídico fundamental, integral y estable, impuesto a todos los miembros de la sociedad, lo mismo a los gobernados que a los gobernantes.
Sin el Constitucionalismo como sistema de ordenamiento jurídico, no puede existir la República, que es una estructura, y mucho menos la democracia que es un contenido ético.
Lo que constituye el hecho fundamental y sensacional de la época contemporánea no es la democracia, que asoma constantemente a lo largo de la historia, ni la República, que se presenta bajo diversos aspectos, es el constitucionalismo.  Sin su garantía, jamás podrá asegurarse la existencia de la dignidad y de la libertad humana, como así mismo las posibilidades de una justicia progresiva.
Fue una pasión profunda la de Carlos, por colocar la administración de justicia en el decoroso nivel que le corresponde; y  por la constante y fervorosa defensa de los Derechos Humanos.  Fue un continuador del pensamiento de Ulpiano.
Su transparente existencia, la dedicó claro está, a la defensa de los grandes principios que han enriquecido la historia espiritual de Colombia.
Ahora, para la pesadumbre de la patria, existen personas como el señor uribista Pretelt, que desde la Corte Constitucional mancilla la propia piel transparente de Colombia. 
A partir  de la Constitución de 1991, esa Corte es el guardián natural de la Constitucionalidad de la Ley.
En todas sus ponencias, el eminente Magistrado Carlos Gaviria, plasmó con lenguaje correcto y elegante, sus interpretaciones constitucionales, con un significado que trasciende, como nos lo demuestra una de las muchas sentencias de esa institución, cuando a un indígena candidato por el Guainía a la Cámara de Representantes, lo protegió en su derecho de usar su idioma, que se le prohibió en ese departamento, para utilizar por los medios de comunicación en su campaña política (T-384/94).
Revela la confianza en el porvenir de la patria y de nosotros mismos. (Escrito para  www.bersoahoy.co – sección opinión)

miércoles, 7 de mayo de 2014

Pérdida inconmensurable

                                   Por Gerardo Delgado Silva
A pesar de mis limitaciones, procedo a pergeñar estas líneas sobre la figura más brillante de las letras universales de la generación de “los nuevos”: Gabriel García Márquez. El rostro afligido de la patria es el grito de dolor de todos los colombianos, que no somos indiferentes a la dignidad humana.
Sus palabras y sus letras preclaras transidas de patriotismo, ardientes de fe y esperanza por nuestros mejores destinos resuenan continuamente en sus obras, desde “La hojarasca”;”El coronel no tiene quien le escriba”; “Los funerales de la mama grande”; “Un día después del sábado”; “Crónica de una muerte anunciada”, y otras como convocatoria a la solidaridad colectiva para la defensa de los grandes principios que han enriquecido la historia espiritual de Colombia y el mundo.  Orientadas a hacer de la dignidad humana el centro de la vida individual y las relaciones sociales.
En la prosa de Gabo se admira la perfección de la forma: esa limpidez, esa ternura, esa maestría, esa gracia, ese sello de inconfundible encanto, tierra famosa por sus insignes modeladores del idioma, lo colocan entre los primerísimos escritores de todos los tiempos, nada menos que EL NOBEL DE LITERATURA. Pero en Gabo hay algo más que el dominio del arte de la palabra.  El es el pensador de pensamiento fuerte, propio y beligerante, que expresa sus ideas, pésele a quien le pese, con valor civil; era dueño de una de las más sólidas y extensas culturas humanísticas que hayan aparecido en las letras americanas, y su vocación sobre todo asunto de la actualidad intelectual es completa.  Hizo su camino solo, con grandes ideales y en su vida nadie ha encontrado escoria sino condiciones excepcionales de fuerza espiritual revestido de una inmensa autoridad moral y de simpatía humana.  Con la impavidez de su transparente existencia, supo engrandecer nuestra esperanza y darle un empujón heroico a nuestro destino. 
Sepamos ser sus fieles herederos espirituales, dando un estremecido testimonio de amor a su memoria esplendorosa para Colombia.  Fue un faro de dignidad, de entereza que alumbró al país en medio de tantos apagones.  En otras palabras en medio de la aridez del desierto de ideas y pensamiento, le surgen a Colombia algunos oasis que pueden contribuir, y obviamente como Gabo, contribuyen, a darnos una visión distinta de lo que en realidad es nuestra patria, sus perspectivas humanas y sus sentimientos.  No se trata de evasiones, o de puntos de escape, sino de un comportamiento que hunde sus raíces en los valores del espíritu como habíamos anotado y enlaza a las generaciones actuales con una tradición intelectual que nos honra y enaltece. 
Se trata con las obras de Gabo, que han contribuido al rescate del país, del trascender de la cultura al alcance de todos y de un acto de conocimiento y reconocimiento, a nuestros grandes valores con el consiguiente beneficio para millones de lectores, nacionales y extranjeros. 
Porque, para nadie es un misterio, que desde el gobierno anterior, vive Colombia una de las épocas más difíciles de su historia.  El orden público anarquizado por la prepotencia del terrorismo en una cualquiera de sus formas de intimidación, ya se trate de guerrilla, de paramilitares o de narcotraficantes.  Corrompido el orden moral por el mal ejemplo que vino de arriba por mandatarios anteriores (los falsos positivos, agroingreso seguro, interferencias ilegales a diversos personajes de la patria, etc.) y que se extendió como una mancha de oprobio por la nación, contaminada por una siniestra mafia de la que hacen parte políticos locales, flor de la sociedad, funcionarios corruptos y grupos parapolíticos.
Los partidos políticos aniquilados, convertidos en tiendas de campañas electorales, y no más.  Es inevitable aludir al partido nuevo, llamado “Centro Democrático”.  ¿Cuál será el concepto de pureza, que inicialmente se denominó: “Puro Centro Democrático”?.  Donde el Señor, Álvaro Uribe impone el dominio de su persona individual sustituyendo las ideas.  Aquí sólo hay motivos particulares, en vez de aspirar al bien común, anhelando subsumir al país en las repugnantes manos del nazismo.  Enmascaran viejas codicias ligadas a los parapolíticos,  cuyas desastrosas consecuencias están a la vista.  Es indubitablemente el desfallecimiento moral. Es decir, quieren  llevar a Colombia lentamente con los ojos abiertos hacia el precipicio.  
Es elocuente, por el contrario, el remanso espiritual de las magistrales obras de Gabo, dedicado a hacer la luz en el desorden que nos rodea y a entonar un canto de esperanza a la vida.  Pero esa vida que debe tener una razón, un objetivo, un incentivo, una meta escondida como en nuestro Premio Nobel que le permitió perseguir y amar la excelsitud.  Para nosotros representa una satisfacción profundísima leerlo y nos inunda como ya lo hemos señalado, un halo de bienestar indescriptible.  En estos momentos de dolor por el fallecimiento de Gabo, resulta más repugnante, como señal del acelerado deterioro del país, recordar los hechos punibles cometidos por una pandilla de personas en esta ciudad, persuadidos de ser expresión de la decencia, años atrás, que sustrajeron de la biblioteca Gabriel Turbay, las obras del eximio Gabo, junto a la de autores como Marx y otros, para incinerarlos luego, en el Parque de los Niños. Horrendo y ominoso comportamiento, que avala el superyo criminal de sus autores y el mas negro y triste espectáculo de rechazo a la bondad, tolerancia y justicia, de la cual Dante dijo que era “una virtud al servicio de otros”.
El mundo entero tiene la certeza de que toda la genial obra de Gabo, es un acto vigoroso de solidaridad y de fortaleza moral, en torno a los motivos más valiosos y enaltecedores de la especie.

                                                                                                              Escrito para Bersoahoy.com

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Y... la pérdida de 75 mil kilómetros...

¿Apenas comienzan los pleitos?
Horacio Serpa                       
Han sido nueve días de indignación, opiniones diferentes, controversias, debates sobre el fallo y denuncias contra la comisión que representó los intereses de Colombia. También contra los gobiernos que actuaron a lo largo de los once años que duró el proceso. En el Congreso hablaron de declarar traidores a la patria a los funcionarios que resulten responsables de la pérdida de 75.000 kilómetros cuadrados de superficie marítima en el Caribe.
La verdad es que si llegaren a deducirse responsabilidades políticas y gubernamentales, los únicos que no tendrían “velas en ese entierro” serían el actual Presidente de la República y su Canciller. Solo les tocó mirar las últimas actuaciones del equipo de defensa, conformado diez años antes, y conocer el fallo de la Corte Internacional. Los dos gobiernos anteriores nombraron a los delegados colombianos que representaron a Colombia, contrataron asesores internacionales, asumieron la competencia de la Corte, presentaron excepciones, aceptaron que se descartara el meridiano 82 como frontera, presentaron pruebas, alegaron, en fin, corrieron con la responsabilidad de atender el pleito.
El buen juicio indica que a este respecto no deben asumirse actitudes precipitadas. Ni que se hagan linchamientos morales, políticos o éticos, sin conocer a ciencia cierta todo lo que pasó y por qué pasó. Por fortuna el gobierno informó que ya cuenta con un comité asesor diferente para emprender las tareas que corresponden a buscar las aclaraciones necesarias, pedir revisión en lo que sea dable y denunciar ante las Naciones Unidas los desconocimientos y atropellos que se han advertido. Es lo que se pretende hacer, según informaciones públicas.
Entre acatar el fallo y rechazar la sentencia, ha surgido una tesis muy importante que debe estudiarse. No es posible  reconocer ni aceptar ni acatar un fallo que no se puede ejecutar. Opinión del exministro Jaime Pinzón, en Ola Política.
Varias razones se han expuesto para sustentar el planteamiento: con base en el meridiano 82 como línea de frontera, Colombia suscribió tratados limítrofes vigentes con Haití, República Dominicana, Estados Unidos, Costa Rica, Honduras y Panamá. Si se acata el fallo se desbarata la geografía del Caribe y se desconocen olímpicamente los derechos de seis naciones.
Nicaragua no debiera precipitarse a ejercer vigilancia sobre los 75.000 kilómetros cuadrados a que se refiere la sentencia de La Haya, hasta que no se resuelvan los recursos y denuncios de Colombia y se sepa si la providencia es ejecutable. Todo indica que no lo es.
Como han dicho que Nicaragua reclamará más áreas marinas y que sus propósitos contra Colombia no cesarán hasta no quedarse con el Archipiélago, hay que estar atentos a los movimientos que se den en la República centroamericana. Por cierto, ya vienen sus barcos y se van a encontrar con los colombianos.
La situación  no es fácil. Todo menos la guerra, que es improbable. Entonces, tocará seguir pleiteando. Ojalá que para enfrentarlos, los nuevos defensores de nuestros derechos examinen a fondo de que se trata y nos eviten nuevos dolores de cabeza.
Bogotá D.C., 27 de Noviembre, 2012
NuevoSiglo

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