Trafugario
Hace unos cuatro años atrás,
en el Calcio italiano un par de sociólogos locos hicieron un estudio acerca del
comportamiento disciplinario de los jugadores durante los partidos, valiéndose
de las tarjetas rojas y amarillas, y salió jubiloso Iván Ramiro Córdoba con
algo así de 25 tarjetas amarillas en una temporada. Esto fue asociado ipsofacto
al ambiente violento que hemos vivido los colombianos durante casi toda nuestra
historia que a la hora de la verdad es reciente. Y es porque nosotros
fomentamos la cultura del tramposo, del más abeja, del vivo. Los colombianos
por cultura somos muy malos para cumplir reglamentos. Generalmente echamos por
el desecho en vez de marcar todas las curvas necesarias para arribar. Toda esta
parafernalia dialéctica para decirles que, después de que el doctor Lucho
Bohórquez y las autoridades componentes de Bucaramanga por poco se sacan los
ojos para poner en cintura los vendedores callejeros, ya se están saliendo a la
calle otra vez.
Cualquier lector desprevenido
podría llegar a pensar que yo estoy de acuerdo en que se le viole el sagrado
derecho al trabajo de cualquier ciudadano y eso sería la afirmación más infame
el mundo. Siempre he tenido como un manual de comportamiento, sobre todo en mi
profesión, en la cual me he preparado con vehemencia, respetar los derechos y
ejercer el periodismo dentro de todas las exigencias que hace la ley. El
derecho al trabajo es inalienable y eso lo entiendo en toda la extensión de la
palabra. Pero los derechos de todos los ciudadanos, también y de la misma
manera, son inalienables. Los sociolugares, de los cuales habla hoy la
urbanística moderna, son aquellos sitios o áreas sociales a la cuales deben
tener acceso todos los miembros de cualquier comunidad. Las iglesias, los
parques, las plazas públicas y de mercado y cualesquiera de aquellos donde
pueda conglomerarse le gente. Pero las calles son quizá los sociolugares más
importantes de una ciudad y las explicaciones se caen de su propio peso. Esa es
una realidad axiomática donde sobra cualquier explicación. Una ciudad sin
calles, sencillamente no sería una ciudad.
Y las calles son, reitero, los
principales lugares de socialización y de mayor peso cultural de una comunidad.
Las calles son intercambiaderos de cultura y escenario para todas las
manifestaciones de la racionalidad humana. Las calles son los principales
escenarios donde se presentan a diario los artistas de la vida y por esas
razones no son propiedad exclusiva de nadie. Por lo mismo, siendo las calles
una propiedad de los seres humanos, nadie tiene derecho a poner su cama y a
arreglar su dormitorio y menos a instalar su negocio en cualquiera de ellas. Mi
opinión es que todas las fuerza vivas de la ciudad deben ofrecerle y darle un
respaldo irrestricto al alcalde para que a este se le facilité hacer cumplir
las normas de ley, y así poder mantener las calles libres para los ciudadanos
del mundo que quieran transitar por ellas.
Tengamos claro que las calles
y demás sociolugares de Bucaramanga, no son propiedad privada del alcalde, ni
del consejo municipal, ni de la policía, ni de las diferentes vertientes
religiosas, ni mucho menos de los vendedores ambulantes. Y ya se nota
desobediencia civil sobre todo en la calle 34, en la 35 y en algunos sectores
de Cabecera. Porque si el doctor Lucho pierde esta pelea que ya está con amplio
margen ganada, en unos pocos meses la historia de las calles y de los
sociolugares de Bucaramanga será completamente diferente. Y el alcalde se va en
tres años y las calles siguen quedando para siempre.