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domingo, 24 de marzo de 2013

Se están volviendo a salir

                                    Trafugario
Por: José Óscar Fajardo
Hace unos cuatro años atrás, en el Calcio italiano un par de sociólogos locos hicieron un estudio acerca del comportamiento disciplinario de los jugadores durante los partidos, valiéndose de las tarjetas rojas y amarillas, y salió jubiloso Iván Ramiro Córdoba con algo así de 25 tarjetas amarillas en una temporada. Esto fue asociado ipsofacto al ambiente violento que hemos vivido los colombianos durante casi toda nuestra historia que a la hora de la verdad es reciente. Y es porque nosotros fomentamos la cultura del tramposo, del más abeja, del vivo. Los colombianos por cultura somos muy malos para cumplir reglamentos. Generalmente echamos por el desecho en vez de marcar todas las curvas necesarias para arribar. Toda esta parafernalia dialéctica para decirles que, después de que el doctor Lucho Bohórquez y las autoridades componentes de Bucaramanga por poco se sacan los ojos para poner en cintura los vendedores callejeros, ya se están saliendo a la calle otra vez.
Cualquier lector desprevenido podría llegar a pensar que yo estoy de acuerdo en que se le viole el sagrado derecho al trabajo de cualquier ciudadano y eso sería la afirmación más infame el mundo. Siempre he tenido como un manual de comportamiento, sobre todo en mi profesión, en la cual me he preparado con vehemencia, respetar los derechos y ejercer el periodismo dentro de todas las exigencias que hace la ley. El derecho al trabajo es inalienable y eso lo entiendo en toda la extensión de la palabra. Pero los derechos de todos los ciudadanos, también y de la misma manera, son inalienables. Los sociolugares, de los cuales habla hoy la urbanística moderna, son aquellos sitios o áreas sociales a la cuales deben tener acceso todos los miembros de cualquier comunidad. Las iglesias, los parques, las plazas públicas y de mercado y cualesquiera de aquellos donde pueda conglomerarse le gente. Pero las calles son quizá los sociolugares más importantes de una ciudad y las explicaciones se caen de su propio peso. Esa es una realidad axiomática donde sobra cualquier explicación. Una ciudad sin calles, sencillamente no sería una ciudad.
Y las calles son, reitero, los principales lugares de socialización y de mayor peso cultural de una comunidad. Las calles son intercambiaderos de cultura y escenario para todas las manifestaciones de la racionalidad humana. Las calles son los principales escenarios donde se presentan a diario los artistas de la vida y por esas razones no son propiedad exclusiva de nadie. Por lo mismo, siendo las calles una propiedad de los seres humanos, nadie tiene derecho a poner su cama y a arreglar su dormitorio y menos a instalar su negocio en cualquiera de ellas. Mi opinión es que todas las fuerza vivas de la ciudad deben ofrecerle y darle un respaldo irrestricto al alcalde para que a este se le facilité hacer cumplir las normas de ley, y así poder mantener las calles libres para los ciudadanos del mundo que quieran transitar por ellas.
Tengamos claro que las calles y demás sociolugares de Bucaramanga, no son propiedad privada del alcalde, ni del consejo municipal, ni de la policía, ni de las diferentes vertientes religiosas, ni mucho menos de los vendedores ambulantes. Y ya se nota desobediencia civil sobre todo en la calle 34, en la 35 y en algunos sectores de Cabecera. Porque si el doctor Lucho pierde esta pelea que ya está con amplio margen ganada, en unos pocos meses la historia de las calles y de los sociolugares de Bucaramanga será completamente diferente. Y el alcalde se va en tres años y las calles siguen quedando para siempre.

sábado, 28 de agosto de 2010

TRAFUGARIO


-----------------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO

LA GUERRA Y LA PAZ

Preciosa novela de la escuela rusa. León Tolstoi. Traigo ése referente al cuento es porque el jueves anterior se hizo una manifestación por las principales calles de la ciudad capital del Departamento, con una concentración final en la plaza Luis Carlos Galán y sus alrededores, que fue muy poco lo que hubo para envidiar las que provocaba el mahatma Gandhi en Nueva Delhi. De pronto suena como un poco exagerado pero todo lo que se haga y se diga en aras de la Paz, tan esquiva en nuestro país, es válido. Los 44 millones de malcontados colombianos debemos decir todos al tiempo, no al terrorismo. Los gobernantes, los industriales, los pintores, los escritores, los poetas, los periodistas, e incluso los políticos y los intelectuales, si no les es una molestia, deben decir no rotundo al terrorismo. Todos en su totalidad. Porque es que uno se descachimba de la nostalgia y de la soledad, y descachimbar es perder la cachimba, cuando en los noticieros se oye decir y en los periódicos puede leer, por ejemplo, que una niña de 15 años se dio de románticas puñaladas con una compañera suya de 17, donde la menor resulta muerta y los móviles no son otra cosa que un crimen pasional. Y también se circunflautiza uno al oír la noticia de que 35 mil niñas menores de edad, hago esa aclaración es porque a las reinas de belleza y las modelos también les dicen niñas, se prostituyen a diario y con cualquier postor para levantarse lo de una yuca para llevar a la casa algo de comer. Y todo por miseria física. En Bogotá, con corte al 30 de junio, iban 798 muertos por violencia callejera producida por alcoholismo, drogadicción, comercio de drogas ilícitas, prostitución callejera, robos, atracos, y un etcétera más hacia el infinito.

Y si a eso le sumamos que Colombia es uno de los países con mayor tasa de desempleo en América Latina y uno de los más inequitativos económicamente de la región, que el sistema de salud y seguridad social dan ganas de llorar, entonces estamos hablando de los albores de un colapso gravitatorio social en este país del sagrado corazón, que ojalá el mismo sagrado corazón se apiade de nosotros y no lo vaya a permitir porque ahí sí va a volar por toneladas, “de los que sabemos”, al zarzo. Y “de lo que sabemos” no es exactamente oro y piedras preciosas. Yo le aclaro a todos mis lectores que no es que esté hoy escatológico ni mucho menos paranoico, sino lo que pasó fue que mientras se llevaba a cabo “tan suculenta manifestación” antiterrosista, en la calle 35 crecía la audiencia como en El Sueño de las Escalinatas, de la hermosa lírica de Jorge Zalamea, y una familia visiblemente arrancada compuesta por el marido, el guitarrista; la señora, la guacharaquera; una niña como de unos seis años, la cajista; y un niño de brazos que los acompañaba a punta de gritos tal vez muerto de hambre, supongamos que era el cantante de una ópera callejera, también digamos que de realismo mágico. Más adelante una señora de unos 80 años, ciega ella, se acompañaba con su descuadrilada guitarra y en ritmo de ranchera cantaba, “Ayayayayyy, dónde andará… esos ojitos que me hicieron suspirar…”. Y entonces le da a uno por pensar, por qué esa violencia, por qué ese terrorismo, por qué esa gran miseria humana si Colombia es un país grandotote donde casi el 80 por ciento del territorio está desocupado, y tiene demasiadas riquezas como para que los hijos legítimos nos merezcamos esa guerra. Y entonces, para completar, le comenté eso a un político muy conocido pero no digo quién es para que no vaya a perder su clientela y pierda el tiempo y la plata si es que se lanza de concejal, y me contestó con la frescura de una nave espacial esta frase lapidaria: “Eso no se ponga a matarse la cabeza que el pueblo está acostumbrado a eso”. Yo apenas dije, ¡chamfle!

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