Por: GERARDO DELGADO SILVA
Enmascarando su aspiración presidencial, el Ministro de Agricultura se puso una camiseta contra el despeje “para que el campo viva”, como en una verdadera tragicomedia, que estalla las contradicciones del Gobierno y la ideológica de sus encubrimientos y manipulaciones.
Ignora el Ministro-aspirante, que la Ley 782 de 2002, permite decretar zonas despejadas, con la vigencia de las instituciones estatales, como ocurrió en Santafé de Ralito. En este acontecimiento, al Ministro no se le despertó ese afán de señalarle el rumbo al Estado, para evitarle la amenaza de su estabilidad; cambiándole para siempre como cree, la perspectiva catastrófica del campo, e implantándole aquella justicia que es condición para la felicidad de los hombres.
Y con una retórica desmesurada, y de flaca urdimbre, rayana en lo pedestre, en su campaña dijo: “soy combativo, bravo, vehemente, berraco (sic) y dispuesto a defender al Presidente Uribe”. Es el arte despreciable de adulación de los políticos, la reverencia debida por un vasallo a su señor en la institución feudal típica de la Edad Media.
Es inocultable el desdeño por el intercambio humanitario, apenas un remanso, una pequeña cuota de dicha, en el turbión ominoso de las víctimas del secuestro execrable. Predomina en su pensamiento el presagio de la tempestad aniquiladora, perdiendo de vista que es imposible que la guerra en Colombia, se vaya a resolver mediante más guerra.
De ahí que el Informe Nacional de Desarrollo, con el auspicio del PNUD y la Agencia Sueca de Cooperación, con la serena voz de la razón dice que ésta es una “guerra de perdedores”.
El Ministro-aspirante, ¿ha vestido alguna camiseta, para luchar por la desigual tenencia de la tierra, por los millones de campesinos que han emprendido un desgarrador éxodo masivo, en tanto que los narco-paramilitares controlan por medio de la intimidación y la violencia un promedio de 4.8 millones de hectáreas de las tierras más productivas de la patria?
El Ministro de Agricultura, no fue un intrépido defensor de los intereses de los campesinos, en la acomodaticia Ley de Desarrollo Rural, que contiene pasajes oscuros y ambiguos, en la prescripción adquisitiva de dominio, pudiendo consagrarse con aguas bautismales a quienes hayan despojado proditoriamente a sus dueños.
¿Cómo puede demostrar un humilde campesino que fue coaccionado a vender su fundo o despojado de él, si la carga de la prueba corresponde al más débil?
¿Cuál el atuendo para que el campesino minifundista no muera de hambre?
No sabemos si el Ministro-aspirante, fue guardián insomne de la moral pública y el Estado de Derecho, en todos los aspectos de los bananeros de Chiquita y Banadex, ante el contubernio con los paramilitares para atropellar a los campesinos. Lo cierto es que no oímos su voz, ni registramos su protesta por la orfandad de las comunidades indígenas y afrocolombianas, a quienes les han expoliado sus terruños, para sembrarlos de palma africana.
La actitud de campaña cínica del Ministro, va más allá de la simple desfachatez personal, para comprometer la función estatal. Al intervenir activamente en política, está incumpliendo con los deberes funcionales de los servidores públicos. Por ende, debe ser objeto de investigación disciplinaria por parte del Señor Procurador General de la Nación, ejerciendo su poder preferente de manera oficiosa.
Así pues, insistir en la necesidad de una solución negociada a esta guerra, en sintonía con la comunidad internacional, sigue siendo la única salida.
Es evidente que vivimos una escasez de grandes valores nacionales, de los grandes hombres de Estado, que representaron la síntesis de nuestro secular esfuerzo democrático y ético de la patria.
Precisamente, cobran vigencia en estos momentos de caos y corrupción sin límite de Colombia, las palabras de uno de esos grandes, Eduardo Santos, quien exclamó: “No hay guardianes en la heredad, ni luz en la poterna”.
Enmascarando su aspiración presidencial, el Ministro de Agricultura se puso una camiseta contra el despeje “para que el campo viva”, como en una verdadera tragicomedia, que estalla las contradicciones del Gobierno y la ideológica de sus encubrimientos y manipulaciones.
Ignora el Ministro-aspirante, que la Ley 782 de 2002, permite decretar zonas despejadas, con la vigencia de las instituciones estatales, como ocurrió en Santafé de Ralito. En este acontecimiento, al Ministro no se le despertó ese afán de señalarle el rumbo al Estado, para evitarle la amenaza de su estabilidad; cambiándole para siempre como cree, la perspectiva catastrófica del campo, e implantándole aquella justicia que es condición para la felicidad de los hombres.
Y con una retórica desmesurada, y de flaca urdimbre, rayana en lo pedestre, en su campaña dijo: “soy combativo, bravo, vehemente, berraco (sic) y dispuesto a defender al Presidente Uribe”. Es el arte despreciable de adulación de los políticos, la reverencia debida por un vasallo a su señor en la institución feudal típica de la Edad Media.
Es inocultable el desdeño por el intercambio humanitario, apenas un remanso, una pequeña cuota de dicha, en el turbión ominoso de las víctimas del secuestro execrable. Predomina en su pensamiento el presagio de la tempestad aniquiladora, perdiendo de vista que es imposible que la guerra en Colombia, se vaya a resolver mediante más guerra.
De ahí que el Informe Nacional de Desarrollo, con el auspicio del PNUD y la Agencia Sueca de Cooperación, con la serena voz de la razón dice que ésta es una “guerra de perdedores”.
El Ministro-aspirante, ¿ha vestido alguna camiseta, para luchar por la desigual tenencia de la tierra, por los millones de campesinos que han emprendido un desgarrador éxodo masivo, en tanto que los narco-paramilitares controlan por medio de la intimidación y la violencia un promedio de 4.8 millones de hectáreas de las tierras más productivas de la patria?
El Ministro de Agricultura, no fue un intrépido defensor de los intereses de los campesinos, en la acomodaticia Ley de Desarrollo Rural, que contiene pasajes oscuros y ambiguos, en la prescripción adquisitiva de dominio, pudiendo consagrarse con aguas bautismales a quienes hayan despojado proditoriamente a sus dueños.
¿Cómo puede demostrar un humilde campesino que fue coaccionado a vender su fundo o despojado de él, si la carga de la prueba corresponde al más débil?
¿Cuál el atuendo para que el campesino minifundista no muera de hambre?
No sabemos si el Ministro-aspirante, fue guardián insomne de la moral pública y el Estado de Derecho, en todos los aspectos de los bananeros de Chiquita y Banadex, ante el contubernio con los paramilitares para atropellar a los campesinos. Lo cierto es que no oímos su voz, ni registramos su protesta por la orfandad de las comunidades indígenas y afrocolombianas, a quienes les han expoliado sus terruños, para sembrarlos de palma africana.
La actitud de campaña cínica del Ministro, va más allá de la simple desfachatez personal, para comprometer la función estatal. Al intervenir activamente en política, está incumpliendo con los deberes funcionales de los servidores públicos. Por ende, debe ser objeto de investigación disciplinaria por parte del Señor Procurador General de la Nación, ejerciendo su poder preferente de manera oficiosa.
Así pues, insistir en la necesidad de una solución negociada a esta guerra, en sintonía con la comunidad internacional, sigue siendo la única salida.
Es evidente que vivimos una escasez de grandes valores nacionales, de los grandes hombres de Estado, que representaron la síntesis de nuestro secular esfuerzo democrático y ético de la patria.
Precisamente, cobran vigencia en estos momentos de caos y corrupción sin límite de Colombia, las palabras de uno de esos grandes, Eduardo Santos, quien exclamó: “No hay guardianes en la heredad, ni luz en la poterna”.
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