Por
Gerardo Delgado Silva
Cuando se llega a la cúpula de las altas
posiciones del Estado, aún en el caso insólito del Señor Pastrana, no se puede
ser ligero, ni ingrávido, en el sentido moral del vocablo. Tanto menos si se procede bajo la presión de
voces extrañas, en las que interviene también el Señor Uribe, que sólo ha
prohijado la guerra, sepultando también muchos de los valores sobre los que se
había construido el sistema general de la vida de la humanidad a lo largo de
los siglos: el tejido mismo de la civilización contemporánea.
Ahora, con las críticas acervas del Señor
Pastrana a los diálogos de paz, quiere que se desplome el espíritu de fe y
confianza que alumbra el país para gozar de convivencia. Es la consecuencia en ambos señores, de
políticas abyectas, que hay que remediar. El mito del futuro les impide vivir.
Los griegos inventaron la noción del destino,
que hace de los hombres monigotes ciegos bajo la planta inclemente de los
dioses, como si fueran uvas. Hasta que
Esquilo dulcificó la humillación sugiriendo que contribuimos a la tragedia con
nuestra soberbia y nuestras codicias.
Pero cuando los pueblos caen en los abismos de
desfase moral como acontece ahora en Colombia, es fácil explicar esa clase de
asaltos o intentos de asaltos contra las esperanzas de paz. No es un ánimo patriótico el de los Señores
expresidentes, si no una voz que descorre el velo de una intención proditoria
una abominación, con la cual avalan los crímenes de lesa humanidad de los
paramilitares, que cuentan con justificaciones de la extrema derecha. Es decir, la ideología nazi.
Están en la mitad de los municipios en
territorios de donde desplazaron a las Farc y al Eln con la siniestra política
de masacrar campesinos y sindicalistas, acusándolos de ser “auxiliadores” de la
guerrilla. Los paramilitares eran los
compinches del general Santoyo el hombre de la seguridad del presidente
Uribe. Quien tuvo el propósito de que se
les confiriera estatus político. Al fin
y a la postre con los parapolíticos, fueron sus electores. Los paramilitares como lo sabe todo el mundo,
se tomaron el poder, exhibiendo su influencia no solo militar sino política,
social y económica.
Las actitudes en detrimento de la dignidad de
las víctimas y de la sociedad de Uribe y Pastrana, definen la decadencia de una
clase dirigente y la degradación en que ha caído. Por eso nos parece, también una falta de
respeto con sus partidos y con el país.
Porque lo cierto, es que no oímos ante los genocidios eufemísticamente
llamados “falsos positivos”, la voz de Pastrana ni registramos su protesta.
En puridad de verdad, los auténticos líderes
nacieron del consenso público después de una confrontación ideológica y ética:
Uribe Uribe, Herrera, Alfonso López, Gaitán, los dos Lleras, Álvaro Gómez,
surgieron así en medio de la tempestad, demostrando su hombría de bien y
nutriendo con la sabia ideológica de su pensamiento el discurrir histórico de
la nación. Lo otro es un calificable
acto de audacia personal solo concebible como producto del estado de la
corrupción de las costumbres políticas, que está viviendo el país. En el caso
del Señor Pastrana como consecuencia también, claro está, de sostener falsas
imágenes, la ansiedad, la soberbia, el resentimiento y el odio por cuanto el proceso del Caguán
terminó siendo un estruendoso fracaso.
Entrego una guerrilla militarmente fortificada y deslegitimada en lo
político. La revista Semana de esa época, comentó: “Cuatro años después
de haber encarnado la ilusión colectiva de un país, Andrés Pastrana se va de la
Casa de Nariño con la peor imagen que haya tenido un presidente en la historia
política del país”.
Estamos en el instante preciso de iniciar una
gran cruzada de entereza pública que congregue a la Nación en defensa de los
valores morales abolidos, la democracia maltratada, en Derecho Humanitario derruido.
Los Colombianos de hoy no podemos resultar
inferiores a la inmensa tarea que nos ha señalado la historia. Santos recibió un Estado que se estaba
extinguiendo porque para algunos dirigentes, “La corrupción es lo mejor de lo
peor”, como sentenciaban los romanos. Al
país hay que rehacerlo y este no es solo un ejercicio del Gobierno. Todo por fortuna, esta siendo replanteado por
el Presidente Santos, como el más intrépido defensor de los intereses
nacionales en todos los aspectos de nuestra vida republicana. Ha demostrado ante propios y extraños, que es
un guardián insomne de la moral pública.
Por el prestigio de Colombia Santos si está
cerrándoles las puestas al narcotráfico, porque las drogas destruyen ante todo
a la juventud y nos ha causado inmensos daños en lo ético, en lo político y en
lo económico. “El Estado recobró
dignidad”, nos expresó Bruno Moro coordinador de la ONU en Colombia.
Suena patético. Lo que contempla María Jimena
Duzán, con impecable lucidez, que forma el estilo personalísimo de su valeroso
pensamiento, al revelarnos las palabras del diálogo entre el presidente
Betancur y el gobernador de Antioquia, Álvaro Villegas, en 1982 y que aparece
en la biografía de este, escrita por Germán Jiménez. Betancur se muestra justamente alarmado
cuando dijo: “¿Cómo es posible que tengamos en la Alcaldía de Medellín a una
persona de quien me han dicho tiene nexos con los narcotraficantes?”.
Es indispensable que el país contribuya, como
lo demostró en las marchas, al empeño del gobierno de garantizar el mandato
constitucional que establece para el Estado, el imperativo de la paz.
Esa labor de sanidad espiritual del Presidente
Santos con los diálogos de paz, va alcanzar la finalidad redentora de devolvernos
a los Colombianos la seguridad de poder vivir y avanzar protegidos en nuestros fueros.
Ante el envilecimiento de los valores humanos
con esos denuestos de Pastrana y Uribe,
nos permite afirmar, sin ser psiquiatras, que estos dos ciudadanos comparten
ese rincón oscuro de la conciencia que se llama esquizofrenia paranoide, donde
duermen las pesadillas de la razón. De
ahí las desmesuras, sus ideas delirantes, sus ambiciones de poder ignorando los límites de la ética y el Derecho
Humanitario para la protección de la población civil, obligatorio para
Colombia según la Convención de Ginebra.
Se infiere que Uribe y Pastrana están más
preocupados por ajustar cuentas, que por contribuir con la justicia.
“No hay victoria sino se pone fin a la
guerra”, nos dice Montaigne, que amaba la paz y el reconocimiento de la
dignidad humana como la inmensa mayoría de los colombianos de bien.
Para Bersoahoy.com sección opinión
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