Por Gerardo Delgado Silva
Al parecer no ha alcanzado el país a medir las
proporciones del estado de descomposición moral desde el gobierno del señor
Uribe.
En puridad de verdad, los paramilitares exhibieron
una influencia no solo militar sino política, social y económica. Tan profunda y tan extendida, que para muchos
no resulta exagerado hablar de una paramilitarización de Colombia.
No surgieron contra el sistema sino del mismo con
la bandera de defender la propiedad y ayudar al Estado a combatir la
subversión. Respaldados por fantásticas cantidades de dinero ilegal,
y la aquiescencia oficial de ese gobierno que les prometió declararlos delincuentes políticos, un verdadero escarnio
y befa al orden jurídico. Adquirieron un
control con su poder de fuego e intimidación que sufrieron miles de desplazados
y cientos de masacres como también asesinatos selectivos. Es decir, adquirieron un control sobre
Asambleas, Concejos, y otros entes estatales; así mismo sobre extensas regiones
del país, como un fenómeno dramático, después de imponerse a sangre y fuego,
con las preocupantes implicaciones para el futuro nacional, como lo observamos
en las pasadas elecciones del 25 de Mayo.
Un apocamiento moral de algunos ciudadanos, sin meditar lo que ha
representado para Colombia el tétrico panorama de la carrera criminal de los
paramilitares, a quienes el señor Uribe, en una cruzada ominosa quiso legalizar
a un régimen mafioso, promesa hecha en Santa fe de Ralito, acudiendo a
mecanismos jurídicos como amnistías e indultos.
Les aseguró que no serían juzgados por narcotráfico, ni extraditados del
país.
De ahí, que capitulando ante todos los deberes,
desdeño la sagrada misión de la Corte Suprema de Justicia, contra la cual
desato procacidades explicables por el odio que en Uribe desató esa mística y
fortaleza de la corte, al fallar contra un familiar y amigos del alma, sus
electores parapolíticos.
Y ha pretendido desde entonces una obstrucción
insolente de la justicia y reparación de las víctimas de acciones criminales de
los paramilitares, a despecho de la tradición jurídica universal.
Ahora bien. Ese sector de la sociedad que depositó
su voto por el señor Zuluaga, de brazo de un oscuro hacker, es el que está
orillando todas las claudicaciones y por tanto estará dispuesto a auspiciar y
abrir las puertas a la guerra. Ese
sector, puede ser prisionero del miedo, y por ello se muestra dispuesto a
transigir con una inversión radical de valores, con la negación del pasado y el
tejido mismo de la civilización. Estarían también dispuestos a abrir sus
puertas a los autores de crímenes execrables y evidentemente niegan a las
víctimas la justicia, ignorando los grandes soportes que le dan sentido a la
existencia. Sin dubitaciones se han
congratulado con esos crímenes de lesa humanidad, eufemísticamente llamados
“falsos positivos”. Es el consenso para
justificar públicamente esos hechos punibles, en tanto que el señor Uribe
continúa lavándose las manos en la jofaina de Pilatos. Allí está el aroma del
Averno que proporciona la seguridad democrática.
No podemos dejar de mencionar la intervención
ilegal de teléfonos y correos electrónicos.
Además de violar la ley, esos hechos demuestran que la fibra
indispensable la del sentido ético se aflojo, cuando no desapareció. Lo cual, no se supera sino mediante la acción
individual traducida en una voluntad colectiva mayoritaria por Juan Manuel
Santos. Porque solo de brazo de los
principios éticos, viejos de siglos, milenarios mejor, se puede lograr una sociedad
prospera.
Nadie ha olvidado el episodio punible de Agro
Ingreso, con la sangría de los recursos, contribuyó al desmedro de la vida ya
ruinosa de millones de campesinos.
Al tétrico panorama de la denominada “seguridad
democrática”, hay que sumarle ahora, que los dineros destinados a proteger la
salud de doce millones de colombianos más pobres, fueron a parar a las arcas de
los paramilitares y terminaron siendo utilizados para comprar armas, alimentar
el narcotráfico y encender aún más la guerra.
Entonces, por esas calendas, se reveló que 24 de
las 50 ARS existentes estaban involucradas en los hechos punibles y que el
hombre que orquestaba este negocio ilícito era Rodrigo Tovar Pupo, “Jorge 40”,
segundo al mando del Bloque Norte, elector de Uribe, con los famosos “distritos
electorales”.
Este desmantelamiento del Estado de Derecho comenzó
casi de un modo insensible. Y bien.
Mucho más daño que la guerrilla en su punible acción, que en ocho años de
gobierno Uribe no pudo evitar con la guerra; le hizo al país la reiterada
costumbre en ese gobierno de atentar desde adentro contra sus instituciones
republicanas.
Se impone así, un compromiso sagrado entre los colombianos,
de reaccionar frente a la conspiración del “Centro Democrático” de Uribe, contra
el Estado de Derecho, la Democracia, la moral y la paz. Por eso, precisamente no nos cansaremos de
clamar por un acto de entereza pública en las próximas elecciones del 15 de
junio, que congregue a la nación por el prestigio de Colombia y la guarda de su
futuro, como lo está logrando Juan Manuel Santos, que ha demostrado su hombría
de bien al nutrir con la savia ideológica de su pensamiento el discurrir
histórico de la nación. Lo montado sin pruebas, tratando de enlodar la campaña
del 2010 de Santos, va mas allá de la simple desfachatez personal para
comprometer a la Patria ante propios y extraños, y desde luego a la institución
política que presidió. Que gran ejemplo
para la juventud. Un ex presidente que
no padezca sicopatía, no puede corromper la conciencia colectiva de la nación y
torcer el rumbo histórico que siempre ha percibido de los auténticos líderes, ejemplos
enaltecedores de dignidad y de grandeza.
¿El nuevo pensador de la ciencia política,
candidato Zuluaga, ha demostrado a la patria el mecanismo por mejorarle su
suerte – al lado de Uribe -, por elevar la dignidad de una sociedad, por
preservar nuestros valores, por encontrar unos rumbos mas esplendorosos?.
Los líderes como Alfonso López, Gaitán, los dos
Lleras, Eduardo Santos, nacieron del consenso público después de una
confrontación ideológica y ética, Zuluaga surgió como el sub producto de unos
estatutos hechos para la rutina electoral del partido denominado “Centro
Democrático”.
Aquellos pertenecieron a la aristocracia de la
inteligencia, la cultura y la política que veló por el mantenimiento de las
instituciones. Y fueron faros de
dignidad, entereza y obstáculos infranqueables, para las fuerzas que
pretendieron destruir al Estado de Derecho.
Santos representa, - y así lo ha entendido todo el orbe -, al mundo
civilizado, su cara mas amable, la mas humana sin duda, la que ha mirado desde
los albores de la modernidad por la dignidad y la libertad del ser humano
encarnadas ambas en los valores de la justicia social, la igualdad, la tolerancia,
los derechos humanos, la democracia representativa.
Es posible que se piense mal de la existencia en
que los valores, tan descaecidos ya, se preserven y se evite – con la vituperable amenaza de
Uribe – un mayor desmoronamiento de los mismos.
Pero mientras sea necesario defenderlos y salvar el efecto benéfico que
tienen en una sociedad organizada, tendremos que hacerlo, con la seguridad de
que con ello estaremos protegiendo los principios fundamentales que rigen la
conducta humana.
Así las cosas. Podemos inferir lógicamente, que
todos los colombianos de bien ante este tifón maligno del Centro Democrático,
tienen reclinada su alma en el salmo 42: “Juzgadme vos, ¡oh Dios, y defended mi
causa de la gente malvada: libradme del hombre inicuo y engañador”.
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