Trafugario
Por: José Óscar Fajardo
Hasta no hace mucho tiempo el
fútbol y la política eran un verdadero dolor de cabeza para la mayoría de
mujeres, casadas, solteras y en concubinato. Ahora que empieza la eliminatoria
para el próximo mundial y que no hace mucho pasó la Copa América, uno se da
cuenta que las cosas han cambiado un poco respecto a este entuerto sociológico
deportivo, pero que de todas maneras el problema aún subsiste. Es cierto que
los éxitos últimos del seleccionado colombiano han contribuido a que nuestras
mujeres se adapten a la situación y quieran un poco más este deporte que, no lo
sabe nadie, qué diablos contiene para emparrandar a la gente. Con la política
pasa lo mismo. Hay mujeres que se quejan que su marido se metió a la política,
con la misma desesperanza y desilusión que si este se hubiera muerto, o que en
su defecto, el urólogo le hubiese informado que tiene la próstata corronchosa y
más grande que una mogolla de 50 mil pesos. “Ahora ese hombre no hace sino
hablarme de chismes y componendas políticas y de triunfos y fracasos y ya no se
le ocurre ni siquiera darme un beso por solo mamar gallo. Y si de ñanga ñanga
hablamos, tiene el mismo apetito que el de un eunuco porque ya ni se le da por
acariciarle siquiera una oreja a nuestra perrita Tilsia que él adora”, me comentó
una amiga esposa de un candidato.
“Qué obsesión tan arrecha por
la política y el fútbol, señor mío Jesucristo”, dice totalmente abatida como al
final de un entierro. Y ahora no se le
dio sino por invitar a todos los amigos, una manada de vagorretos igual a él
que no hacen un culombio, a ver cualquier partido en la casa y eso hacen una
gritería que parece el manicomio más grande del mundo y la humareda y el olor a
humo de cigarrillo es como en un amanecedero. El viernes por la tarde por poco
me desbaratan los muebles de la sala en protesta porque según ellos, aupados
por mi marido, esa pichurria de candidato del doctor fulano de tal, es tan
chambón que más parece un candidato a la presidencia de las damas rosadas que
un aspirante al concejo municipal de Bucaramanga. Y lo verraco es que
hablando en serio, la señora de la cual
estoy hablando, no doy su nombre por razones humanitarias dado que es la
legítima esposa de un amigo mío, abogado él, exdiputado de Santander, tiene
toda la razón. Un fanático es un paranoico obseso-compulsivo, que dice ser
enviado de Alá y poseer toda la razón y la verdad absoluta de todas las cosas.
Entonces calculen carísimos
lectores y amigos míos, si la dama que ocupa nuestro relato, no tiene la razón.
¿Ustedes se pueden imaginar, por esta nefanda época, qué es un fanático godo o
cachiporro, rezandero o comunista, judío del monte de Sión o musulmán de la
Meca, o fundamentalista del Estado Islámico, enfermo por el fútbol y la
política y fuera de eso con tres litros de aguardiente y un kilo de maracachafa
en la cabeza? Yo no estoy diciendo que
mi amigo abogado exdiputado esposo de la señora a la cual hago mención,
sea así. No, señores. Pero sí tiene una similitud brutal. De tal manera que
cada vez que hay una fecha de fútbol o elecciones, la desdichada señora entra
en estado de conmoción y no creo yo que sea por simple hipocondría. Según me
dice ella, uno de los episodios más aterradores se da cuando ya es hora de
dormir, él exige que sea a las nueve de la noche, y son las seis AM y el tipo
no ha parado de hablar imbecilidades y
darle codazos para que le ponga atención.
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