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lunes, 8 de junio de 2020

A propósito del Covid 19 en la capital colombiana


                    Mario González Vargas

Las autoridades del Distrito Capital no han sido exitosas en la contención del COVID-19. La Alcaldesa, más preocupada en emular con el presidente por el liderazgo del combate al enemigo silencioso que en diseñar y ejecutar políticas que permitan su control y frenen su expansión, actúa de acuerdo a su fe ideológica y al unísono de su crecido ego. Los resultados negativos se acumulan y amenazan convertir a Bogotá en un “ghetto” que haría más gravoso el remedio que la enfermedad. Sus últimas decisiones avizoran un cerramiento de la capital con los incalculables nocivos efectos sociales y económicos para Bogotá y el país. Esas situaciones suelen ser propicias para imponer medidas y aclimatar procedimientos que en tiempos de normalidad hubiesen sido inadmitidos.

Las aplicaciones diseñadas por la alcaldía pretenden ejercer control sobre la movilidad, ubicación, archivos, fotos, conexiones de wifi, almacenamiento de información y en general sobre todos los aspectos que constituyen la privacidad del ciudadano en la sociedad en que vivimos. Constituyen una intromisión indebida en la intimidad de los ciudadanos y entronizan la vigilancia del estado a los más inviolables derechos de los ciudadanos. El decreto 131 de 2020 dispone la obligación para las personas de acreditarse e identificarse en el registro de movilidad segura en la plataforma, y que las autoridades de Policía podrán verificar en cualquier momento la debida inscripción e imponer las sanciones correspondientes, en caso de que no se haya hecho el registro respectivo. El que haya reculado ante la masiva protesta ciudadana, omitiendo la obligatoriedad, no desvanece la amenaza de vernos sometidos en un futuro cercano a la intromisión del estado en el control de nuestras libertades. Estas disposiciones de los decretos distritales adoptan las formas y los medios vigentes en la República Popular China, con los que supuestamente ese régimen hiperdictatorial logró controlar la expansión del letal virus. Adoptar esa política resultará más letal para las libertades ciudadanas y afectará la vida misma que supuestamente se pretende proteger.

Vivimos tiempos revueltos en los que el COVID-19 y el reacomodamiento del orden mundial hacen parte del escenario geopolítico y se entremezclan en la disputa en curso.  Ello explicaría la demora de la China en advertir al mundo sobre el inicio de la pandemia, como lo evidencia que el mismo día de diciembre en el que XI JImping omitió su mención ante el Pleno del partido Comunista Chino, Taiwan alertaba a la OMS sobre la aparición y difusión del virus, sin que ésta divulgará ese hecho por sugerencia del gobierno chino. Desde entonces, desde los púlpitos de la izquierda internacional se nos ha querido vender la fórmula china para vencer el COVID-19 como la más eficiente y protectora de nuestras vidas, ocultando el precio a pagar en libertades confinadas y olvidadas.
Bogotá puede convertirse en Colombia en el primer pulso en ese nuevo escenario. De la vigilancia que se ejerza sobre las decisiones de la alcaldesa depende que Bogotá no se convierta en el primer “China Town” de Colombia. 

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