Mario González Vargas
El periodo de relativa paz que se vivió después de la Guerra Fría ha llegado a su fin. No es que no se hubiesen padecido conflictos en el orbe, sino que ellos fueron vistos y convenidos como de baja intensidad, es decir no susceptibles de efectos suficientes para trastornar los equilibrios existentes. Pero, en un mundo globalizado ningún país escapa a las consecuencias de los conflictos que se suscitan allende de sus fronteras, más cuando irrumpen en un escenario de reajuste del convenido statu quo moribundo.
La agresión de Putin en Ucrania hizo trizas una convivencia que al parecer a nadie convenía, y abrió una caja de Pandora que marcará la política orbital por las décadas a venir. Asoman conflictos cuyos alcances apuntan a encontradas relaciones de poder entre las potencias prevalecientes y las emergentes, que desajustan los pactos y acuerdos preexistentes que empiezan a desmoronarse sin terapia que la detenga.
En los Balcanes reviven las pretensiones adormecidas por décadas, semejantes a las que originaron la primera guerra mundial del siglo XX, y en las que se oponen raíces culturales no extintas en tiempos de frágiles y atormentados arreglos, como los de Serbia y Kosovo. En el sureste asiático irrumpen nuevamente las tensiones entre las dos Coreas, una de ellas con armamento nuclear, que obliga al Japón a un rearme que llevará a cabo sin atender obligaciones impuestas en el pasado, hoy desuetas ante la amenaza que confronta, y que se verá agravada por la pretensión China sobre Taiwán, cuyos efectos se extenderán hasta Australia y Nueva Zelanda.
Y, por último, la política de Turquía, nueva potencia militar en el seno de la OTAN, de alterar los equilibrios existentes en el Mediterráneo oriental que apuntan a Grecia y a Chipre, así como la de revivir el Imperio Otomán en el mundo islámico, parecen desarrollarse en medio de la contrita pasividad de una Europa callada, incapaz de oponerse, ni siquiera al segundo genocidio de Armenia que se halla en curso y con alcances traumáticos sobre el componente musulmán de Rusia. Alemania ha iniciado su política de rearme, sin atención a constreñimientos impuestos en el pasado, porque percibe amenazas que intenta disuadir.
El hemisferio americano no escapará a las nuevas realidades. China, Rusia Irán y Turquía han tomado pie en el continente, comercial y militarmente, con especial énfasis en Venezuela y Nicaragua, con dotación de armamento, asesoría cibernética y en inteligencia, entrenamiento de tropas y maniobras militares conjuntas, en las que pronto veremos surcar naves de guerra por el Caribe y pesqueras en nuestros puertos del Pacifico, en el entendido del favorecimiento de los nuevos gobiernos de izquierda. La presencia militar de potencias extra continentales es inédita en las Américas que solo había conocido el testaferrato del castrismo.
Mientras ello ocurre la democracia se halla en vilo de fenecer, como aconteció en el Perú con el golpe fallido de Castillo, o como se evidencia en Bolivia, en el que Arce decide encarcelar a sus oponentes por el solo hecho de disentir. Petro ha convalidado ambos estropicios, mientras languidecen los medios, los gremios y los políticos en el ejercicio de la estrategia del avestruz. Un mundo sombrío asoma.
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