El gobierno de emergencia conformado con representación exclusiva de conspicuos miembros del autodenominado Pacto Histórico, solo logró multiplicar las improvisaciones del gobierno y ahondar la ineptitud en la coordinación y ejecución del cúmulo de políticas pregonadas por el presidente. No extraña que los problemas desatendidos aumentaran y se instalara la sensación de incapacidad de lidiar con las realidades que nos circundan. Intentar reformarlo todo a las volandas no resultó el mejor método para el cambio ofrecido.
Los proyectos de reforma a la salud, laboral y pensional han generado inmensas y fundadas inquietudes que se traducirán en cerradas resistencias ciudadanas. Los proyectos de ley relativos al sometimiento a la justicia, al sistema carcelario y penitenciario, entre otros muchos anunciados o en trámite para ser presentados, confirman los temores ciudadanos sobre el desparpajo del gobierno en destruir sin saber construir. Así lo demuestran todas las encuestadas conocidas, con el exponencial crecimiento de la desafección ciudadana al gobierno de Petro.
En el tema de la paz total no hay error que no se haya cometido. Empezando por su denominación. La ingenuidad o la inexperiencia, solo han conseguido fortalecer a esas organizaciones criminales enfrentadas entre sí por el dominio del narcotráfico, el usufructo de sus rentas, el control de los territorios y el sometimiento de comunidades allí asentadas. El cese al fuego decretado unilateralmente por el gobierno el 31 de diciembre es prueba suficiente de ese extravío, que la reciente masacre de niños indígenas víctimas de reclutamiento forzado confirmó. La suspensión del cese al fuego se convirtió en melodrama con la melosa y escandalosa carta del comisionado de paz a “Iván Mordisco” que corrobora la pérdida de la capacidad de disuasión del gobierno, y con ella su imposibilidad de recuperar control territorial y de defender y garantizar la vida de las comunidades sometidas al yugo de la criminalidad. Lo confirma el propio “Mordisco”, con su amenaza de desatar la guerra y multiplicar los muertos, los heridos y los prisioneros frente a una institucionalidad local y regional impotente y abandonada por el gobierno.
Nadie duda que en el mundo entero soplan vientos de cambio y que la urgencia por comprenderlo y construir nuevas escenarios sociales y políticos es apremiante. Legitimo es entonces emprender la ardua tarea de convertirlo en realidades. Petro y sus ministros deben entender que no se logrará con las recetas ideológicas del pasado que fenece, ni con la sumisión enmermelada de sus socios de ocasión. Es preciso descifrar el espíritu que emerge e interpretar el anhelo de las gentes. En Chile parecen haberlo comprendido Boric y Kast con la necesidad de converger en una nueva institucionalidad. Como carecemos de un Adenauer o un De Gaulle, nos corresponde a todos intentarlo de consuno. Lograr superar los retos más apremiantes con acuerdos nacionales, como ya lo hicimos en el pasado, distintos al sugerido por Iván Cepeda, sino fundados en las exigencias que demandan el momento que vivimos y el futuro que anhelamos, es mandato inaplazable.
Ese sí sería un “Pacto Histórico”. La otra opción es el caos, al que ningún gobierno sobrevive.
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