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sábado, 22 de julio de 2023

Petro en su laberinto

Mario González Vargas
El país no ha tomado en serio los elementos estructurales de la personalidad del presidente Petro, a pesar de que nunca han permanecido ocultos en sus intervenciones en los debates nacionales y en los foros internacionales. Ello, le ha reportado ventajas para distraer a partidos, gremios y opinión pública en Colombia, y granjeado cierta curiosa atención en las instituciones y audiencias internacionales poco acostumbradas a ejercicios de igual naturaleza. Petro se aprovecha de ello para adormecer a sus respectivos auditorios y gozar de la incredulidad de sus compatriotas y de la educada despreocupación de sus auditores de otros países.

En Colombia nunca ocultó sus metas, sin que sus contradictores tomarán conciencia que procuraría convertirlas en realidades, quizás porque le prestaban la naturaleza ilusoria que predomina hoy en la política nacional. Navega así con comodidad a sabiendas de que sus críticos no lograrían entender que sus palabras son promesas que se esfuman en la vorágine de impunes incumplimientos que hemos sufrido y tolerado por muchos años. Perfecta ilusión de que todo cambie para que todo permanezca igual.

Igual ejercicio ejecutó en la reunión de la Celac y la Unión Europea, en la que desdeñó abordar los temas de fondo de unas relaciones consideradas desiguales e improductivas para las Américas latina y del Caribe, para dar curso a una lección de lo que significa el progresismo en la versión Petro, que él identifica como compartida por las izquierdas americanas. Acusó al capitalismo de haberse convertido en un Frankenstein para nuestros pueblos, que tiene por ejes fundamentales sistemas “caracterizados por la acumulación de capitales alineados con la ganancia de codicia que define el capital y el modo de producir capitalista que ha generado la crisis climática”. Y todo ello, delante de gobernantes de países que al amparo de la democracia en lo político y del capitalismo en lo económico, lograron los mayores índices de progreso social y económico que hace de sus democracias ejemplos de estabilidad, prosperidad y libertades que no se habían logrado en épocas anteriores.

En sus declaraciones en su gira por países europeos insistió retóricamente en los peligros ambientales que amenazan al mundo, en discursos apocalípticos y, por ello, libres de soluciones apropiadas para un mundo con renovadas capacidades científicas para conjurarlos. Replica, así, el relato que usa para consumo interno de redención de políticas, costumbres y creencias que condena, pero que consiente en su propio gobierno, pletórico de impericia, improvisaciones e incapacidades ejecutivas, quizás también animado por la obsecuente actitud de los partidos, más preocupados por las gabelas de sus congresistas que por las legítimas necesidades y aspiraciones de los ciudadanos. Nada lo conmueve ni lo inquieta. Ni los escándalos de corrupción que salpican familiares y políticos próximos al poder, ni la inseguridad que hoy se extiende por todo el país, ni las catástrofes naturales que sesgan vidas, destruyen infraestructuras y condenan a las gentes a desplazamientos inevitables, ni el creciente repudio ciudadano que se está convirtiendo en tsunami que, a falta de oposición de organizaciones partidistas, será talanquera eficaz para impedir su ambición inaudita de supuestamente perfeccionar a su antojo nuestra democracia.

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