Por: Horacio Serpa
El mundo sigue
espantado por la masacre de Noruega. Setenta y seis personas fueron asesinadas
alevemente en el doble atentado cometido por el ultraderechista Anders Behring
Breivik, a quien señalan de loco, fanático, asesino, esquizofrénico, islamófobo
y cien calificativos más.
Los colombianos
vivimos como propia esta tragedia y de diferentes maneras hemos manifestado
nuestra solidaridad sincera con el pueblo Noruego. “Fue un horror”, se ha
repetido en todos los lugares.
Muy bien este
sentimiento colombiano ante tamaño crimen. Pero muy mal, muy malo, que
permanentemente pasemos de agache sobre lo que ocurre en nuestra propia patria.
El Tiempo informó el
pasado domingo que los paramilitares “han confesado casi 180 mil homicidios en
Justicia y Paz”. Espantoso, ¿verdad?
La misma
información detalla la magnitud de lo que nos ocurrió en los últimos años bajo
el imperio paramilitar: 3.983 cadáveres exhumados, 1.755 masacres, 36.011
desapariciones forzadas, 177.972 homicidios. Son cifras de la Fiscalía General.
¿En qué País? En el
nuestro, en nuestra Colombia querida, aquí mismo donde vivimos con nuestros
hijos y nietos. Es el mismo País por el cual sufrimos hace algunos días cuando
nos derrotó Perú en la
Copa América de Futbol. Hubo hasta lágrimas.
¿Alguien, aparte de
sus familiares, ha llorado por alguno de nuestros muertos? ¿Hemos sentido
angustia en el alma por estos hechos terribles? ¿Nos hemos avergonzado porque
ello haya ocurrido en nuestra propia tierra? ¿Lo hemos criticado públicamente?
¿Hemos hecho algún comentario de desagrado, de rechazo, de indignación?
La inmensa mayoría
de colombianos ni siquiera sabe lo que hemos vivido. A muchos no les importa,
lo que es mil veces peor. A muy pocos preocupa que ni siquiera se haya aplicado
justicia a los responsables. Imagínense, solo se han dictado cuatro sentencias
condenatorias.
Y eso que se trata
solo de los crímenes aceptados por los malhechores. Los asesinatos pudieron ser
medio millón. Un número de muertos muy superior a todos los muertos de todas
las guerras del mundo en los últimos treinta años.
¡De ese tamaño es
nuestra tragedia!
Pero nunca
saldremos de ella si no somos conscientes de lo que nos ha pasado. Eso es lo
primero. Conocer, saber, mirarnos nuestro propio ombligo y ver con ojos bien
abiertos lo que ha ocurrido, donde, cuando, como, por qué, por quienes.
También es
importante reflexionar hasta que punto somos responsables. Me refiero a la
indiferencia, a la impunidad, al nunca haber hecho nada, ni dicho nada, ni
denunciado nada, al “nadie se meta conmigo, que yo con nadie me meto”, a la
cobardía que significa pensar que todo es con ellos y no con los míos ni
conmigo, mientras asesinaban a mansalva, todas las horas de todos los días, en todas
partes, a cientos de miles de nuestros compatriotas.
Y, claro, un
propósito de enmienda. De involucrarse en la vida nacional. Sin un “nunca más”,
serio, responsable, definitivo, seguirán los muertos.
Muy grave lo de
Oslo. En Colombia ha ocurrido mil veces y no nos hemos dado cuenta. Increíble.
¡Ya es hora de despertar¡
Bucaramanga, 26 de
Julio, 2011