Horacio Serpa
Acabamos de gozar una de las
fechas más estimadas por la comunidad cristiana: la Navidad, el nacimiento del
Niño y la rememoración de todos los principios que surgieron del ejemplo de
Jesús. La Nochebuena que acaba de pasar, con sus fiestas y los regalos, es la
confirmación de un compromiso de vida, que nos induce a ser mejores, más
solidarios, mucho más íntegros, generosos en la familia y condescendientes en
comunidad.
De tantas cosas que queremos,
ninguna es tan necesaria, tan ecuménica, como la paz. No hay en el País casi
nadie que sepa lo que es una vida tranquila
y pacífica. Es un horror decirlo, pero es la verdad. Tal vez los más ancianos,
los de 80 y 90 años, en la niñez gozaron un período de paz. Pero a buen seguro
que desde su juventud solo han
registrado violencia y han sido muchos los parientes y amigos, compañeros de
trabajo y copartidarios, paisanos, a los que han llorado con indignación.
De allá para acá, todas y
todos han sufrido directamente la violencia o sus consecuencias. Una de ellas,
por cierto, es la pobreza, que afecta a la mitad de nuestra población. Es la
ingrata secuela de una guerra atroz, que primero comprometió a liberales y
conservadores durante 15 años en sangriento aquelarre, y luego se hizo
insensata, despiadada y destructora con el accionar de guerrillas,
paramilitarismo, narcotráfico y delincuencia común. Ha sido el reciclar de la
barbaridad en todas las modalidades y en todas las dosis. Un desastre total.
Los cristianos de todas las
religiones, de todos los partidos, de las diferentes condiciones sociales y
económicas, en las distintas regiones, aprovechamos estos días para imponernos
deberes y hacer fe de mejores comportamientos y actitudes. Ninguna definición
mejor ni promesa más altruista, que volvernos estandartes de la convivencia.
Ello implica apoyar el proceso
de paz que el gobierno del presidente Santos y las farc adelantan en La Habana.
Nos dicen las noticias que las conversaciones van bien, avanzando con paso
seguro. Dichos comentarios son motivo de alegría y han de servirnos para
comprometernos fielmente a colaborar en todo lo que sea necesario para que de
esa mesa de deliberaciones salga un compromiso ineludible de poner fin al conflicto
armado.
Con frecuencia se pregunta,
¿cómo ayudar?. Solo con tener una
voluntad sincera proclive a los acuerdos y la firme decisión de cooperar en el
cumplimiento de estos, en cuanto correspondan a la comunidad, es una magnífica
participación.
Ella implica desatender a los
agentes de la violenta lucha interna. Porque hay personas y organizaciones que
desean la continuación de la guerra fratricida. Dígase lo que se diga, es una
conflagración violenta entre colombianos, con víctimas exclusivamente colombianas
y con daños profundos, incurables a la sociedad colombiana.
Entonces, con un sentimiento
colombiano, con espíritu cristiano, asumamos un firme, decidido, inclaudicable
respaldo a la paz. Que esa sea la promesa para el nuevo año, en el que seamos tolerantes,
demócratas, equitativos y solidarios. FELICES PASCUAS Y MUCHOS ABRAZOS,
Popayán, 24 Diciembre, 2012
Publicada en el Nuevo Siglo
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