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sábado, 11 de septiembre de 2010

TRAFUGARIO

----------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO

LOS NIÑOS ASESINOS

“Sobre una cerca de alambre de púas, desnuda, con el cuerpo ensangrentado, la cara magullada por los golpes y temblando de frío, encontraron sus familiares a Kareen Manuela, de dos de edad, quien había desaparecido la noche anterior. En medio del llanto, la niña sólo tuvo alientos para pedirle un tetero a su mamá. Un adolescente de 15 años, capturado dos días después, la había raptado la noche anterior. La pequeña no resistió las heridas causadas por la violación, los golpes y varios cortes de navaja y murió”.

 La preciosa porcelana de muchacho, el próximo 14 de septiembre, cuando se cumplen dos años del crimen, quedará a tiro de as de recobrar la libertad, ya que sólo fue condenado a tres años de retención en un “centro de protección especial para su resocialización”. De allí saldrá muerto de la risa a hacer un posgrado en “sicariato de alto nivel” en cualquiera de los muchos Institutos Tecnológicos que para tales efectos se han creado en las principales ciudades del país. Pero léanse esta cifra tan rimbonbante: 20.104 adolescentes, entre los 14 y los 17, años entregó la Policía a la Justicia entre marzo del 2007 y junio del 2010. Todos ellos por delitos que van desde el asesinato con sofisticadas armas automáticas, a las violaciones de niñas de brazos, hurto calificado, atraco, uso y expendio de drogas, y así hasta el infinito. Y quién me lo va a creer, yo veo más peligroso a un jibaro menor de edad, que a un sicario mayor de edad con una docena de metralletas. ¿Pueden ustedes amigos lectores, calcular la capacidad de penetración, o más bien el radio de acción, de un “sardino” de esta estirpe, bien churro, por ejemplo en los colegios de secundaria de una ciudad como Bucaramanga?

Entonces mirando la cosa así, acá es donde yo me pongo totalmente de acuerdo con la senadora Gilma Jiménez, del Partido Verde, de crear mecanismos de ley para contrarrestar los efectos de este tipo de comportamientos de los menores de edad. Es que yo me intoxico de la risa cuando dicen o hablan de un niño de 16 ó de 17 años. Alguna vez leía yo en un periódico de Medellín, “la menor de 11 años portaba en su morral de colegiala, una ametralladora MP5, dos proveedores de carga para la misma, y dos granadas de fragmentación”. Y luego pensaba entre risas: Esa inocente sardinita cuando tenga 14 ó 15 años se da plomo con una docena de elefantes. Rosario Tijeras es una encantadora porcelana china al pie de esta doncellita. Y pensar que no es un capítulo más del seriado de Gustavo Bolívar, Pandillas, Guerra y Paz, a la cual tienen acceso todos los niños de Colombia, sino un triste capítulo más de la sociedad.

Por eso le capté el mensaje a la senadora Gilma Jiménez, de bajar la edad, cosa que todavía no tengo suficientemente clara, a los menores a 14 años de edad para su juzgamiento legal, por lo menos por los delitos más atroces. ¿Qué dice la sicología, el psicoanálisis o la psiquiatría modernas? Sencillo. Que un individuo de cualquier sexo, con desarrollo mental normal, ha atravesado todas las etapas de la formación de su personalidad (Oral, Anal, Fálica, De Latencia y Genital, en Psicoanálisis) y que por lo tanto distingue perfectamente el bien y el mal. Es decir, que el Estado tiene que adecuar las leyes para proceder, pero también responsabilizarse, como política de Estado, de crear mecanismos de educación y culturización desde la niñez para evitar futuros delincuentes. Eso se hace combatiendo la pobreza económica que es la que genera la miseria ética y moral. Pues cuando un niño viola una niña y luego la asesina, o un tipo mata a otro porque le dijo un apodo, a una mamá envenena a sus tres hijas y luego se suicida, entre tantas otras escenas increíbles y no de ficción, no se trata de Sófocles o de Esquilo en el antiguo teatro griego, sino de una sociedad cuyo cultura tiene cáncer terminal.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Así no se gana la guerra

Fuente: SEMANA


Por María Jimena Duzán

Quienes asesinaron a esos muchachos en Soacha, en Toluviejo, en Cimitarra y en quien sabe qué más lugares, no fueron terroristas, sino miembros del Ejército.
Sábado 1 Noviembre 2008

MOVILIZACION.


Queda uno bastante sorprendido con las declaraciones dadas a los medios por los generales y los coroneles que fueron retirados de sus puestos de mando esta semana por el presidente Uribe. Aunque en principio aceptaron su retiro, todos salieron a decir que no lo entendían. Dejaron claro que tanto ellos como sus hombres actuaron siempre bajo "los principios y valores" del Ejército. Ninguno creyó haber incurrido en una conducta irregular, ni mucho menos lesiva contra los derechos humanos. Muy por el contrario, el general Paulino Coronado afirmó de manera tajante a La W que en los hechos de Ocaña, donde se encontraron muertos los jóvenes de Soacha, "no había elementos para decir que allí se había cometido un crimen".

La insistencia de todos ellos en que sus acciones las habían hecho cumpliéndole a la patria y a su amado Ejército, me hizo recordar algunos episodios del juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, el reconocido criminal de guerra nazi, pieza clave en el exterminio de los judíos, relatados por Hanna Arendt. En algún momento del interrogatorio, Eichmann se presentó como un gran idealista y dijo que para él, el hombre idealista por excelencia era aquel que estaba dispuesto a sacrificarlo todo y a todos por sostener su idea.

Cuando confesó que él habría matado a su propio padre si se lo hubieran ordenado, sustentó tal aseveración con el argumento de que esa habría sido la mejor forma de resaltar no sólo hasta qué punto él estaba obligado a obedecer las órdenes que le daban y hasta qué punto las cumplía a gusto, sino porque eso demostraba su condición de hombre idealista. Esa justificación del horror es lo que Hanna Arendt ha dado en llamar "la banalidad del mal". Traigo esta tesis a colación porque las declaraciones de esos oficiales idealistas que se despidieron por la radio invocando a su patria y a sus soldados con los cuerpos amputados producto de sus enfrentamientos con las Farc, no sólo contrastan con los horrores a los que presuntamente se les vincula, ya sea por omisión o por acción de las tropas bajo su mando, sino porque sus reacciones tienen cierto aire que recrea esa banalidad del mal. Ninguno de ellos se refirió al dolor de las madres de los jóvenes de Soacha e incluso uno de ellos insistió en que se trataba de muertos en combate que le hacían mal a la sociedad porque eran personas al margen de la ley, casi dando a entender que aun si hubiera habido irregularidades -que según todos ellos, no las hubo-, había que agradecerles porque nos libraron de esa escoria.
Pero tampoco ninguno de nosotros, los periodistas, fue capaz de preguntarle a alguno de ellos cuál era la razón por la cual había tantos falsos positivos en los enfrentamientos contra las Águilas Negras, hecho que debería poner en tela de juicio los resultados que muestra el Ejército en la lucha que libra contra las poderosas bandas emergentes. Nada justifica el horror ni la violación a los derechos humanos. Y lo peor que nos puede pasar a los colombianos es que terminemos transitando por el autoengaño, creyendo que es verdad lo que afirma el Presidente cuando advierte que los falsos positivos de Soacha han sido urdidos por unos terroristas que se infiltraron con el propósito de eclipsar los éxitos de las Fuerzas Militares en su lucha contra las Farc.

Quienes asesinaron a esos muchachos en Soacha, en Toluviejo, en Cimitarra y en quien sabe qué más lugares, no fueron terroristas, sino miembros del Ejército.

Y quienes los reclutaron también. Pero además, ellos no son los únicos que han muerto en esas circunstancias. Según los informes de la Procuraduría y de la Fiscalía, el aumento de las ejecuciones extrajudiciales desde 2005 es un hecho evidente. ¿Por qué el tema de las ejecuciones extrajudiciales fue sistemáticamente soslayado y negado por el gobierno durante tanto tiempo? Esa es la gran pregunta.

El camino a seguir debería ser el de la verdad y el de la justicia. Y en ese sentido, se tendría que decir que la purga no sólo es tardía, sino incompleta. Nadie entiende por qué sacan a 27 miembros de las Fuerzas Militares y se deja en su puesto al comandante del Ejército, el controvertido general Mario Montoya, cuyo récord en materia de derechos humanos no es precisamente el más enaltecedor para el Ejército colombiano, como bien lo advirtió hace poco un demoledor artículo en el Washington Post. Pero además, su cercanía con el coronel Herrera, promovido por el mismo Montoya como uno de sus ayudantes debido a sus grandes resultados como comandante de la brigada móvil 15, la misma que hoy está en el ojo del huracán por violaciones a los derechos humanos, pone de presente que el criterio de eficacia impuesto desde la cúpula ha estado dirigido a exaltar a este tipo de oficiales, en lugar de castigarlos.

Queda claro que la política de seguridad democrática necesita un replanteamiento urgente, si no quiere terminar justificando el horror a través del autoengaño. Con un Ejército así, difícilmente se puede ganar una guerra. Volver a Inicio >

martes, 2 de septiembre de 2008

No pueden absolver a asesinos y ladrones

Tomado del Nuevo Siglo Colombia, miércoles 3 de septiembre de 2008

POR: HORACIO SERPA

Interesante la entrevista del señor Fiscal General en El Espectador, sobre la base de la sinceridad del funcionario. Yo, por lo menos, le creo. No dudo de su transparencia, ni de su carácter. Tiene razón cuando dijo que para tenerlo no se necesita hacer escándalo ni cometer arbitrariedades.
Pero eso sí, mucho ojo, señor Fiscal, porque están pasando cosas muy raras. Se ha olvidado la gravedad de los hechos ejecutados por los paramilitares. Si continúa ocurriendo no tendremos futuro como nación, ni como Estado. Ni tendremos perdón del mundo, ni de Dios.

Andamos enredados en procedimientos, en diligencias, en hechos y casos que no permiten recordar los actos bochornosos, criminales, inhumanos, macabros, que destruyeron millares de vidas, humillaron a poblaciones enteras y les conculcaron sus atributos personales, jurídicos, comunitarios. En esta época dizque de civilización no existe en el mundo atropello igual contra el pueblo y la democracia.

Lo de Yidis, las declaraciones de los mafiosos extraditados, las controversias entre poderes, las tales reformas a la Constitución, las entrevistas palaciegas, los enredos de familiares y amigos de personalidades, todo muy grave, llevó a olvidar los asesinatos a traición, las masacres infames, las cobardes desapariciones, el descabezamiento de los humildes, los destrozos de las motosierras en los huesos y las carnes de nuestros compatriotas, los descuartizamientos de mujeres embarazadas, la deshonra de los niños, los genocidios y tantas bellaquerías como matar padres de familia a la vista de sus hijos, beberse la sangre de las víctimas y jugar fútbol con las cabezas de los asesinados.
Eso no se puede olvidar. Tampoco se puede ser complacientes hasta la pendejería y la sumisión. Una cosa es procurar acuerdos con sanciones relativamente bajas en busca de una paz real y duradera, y otra rayar en la impunidad. Los mancusos, los macacos, los cuarentas, los bernas, siguieron delinquiendo y andan de negociación en negociación, hasta cuando logren penas mínimas y salgan a gozar los millones robados a las víctimas y al Estado. Va a suceder si la justicia no es severa y rápida, y si el Gobierno Nacional no colabora consciente y solidariamente.
También se está brindando impunidad a los cómplices y patrocinadores de tantos ladrones y asesinos. Hay políticos comprometidos. Los que sean realmente responsables (porque en la cárcel hay inocentes y en la calle hay culpables), merecen severas sanciones. Pero no son los únicos. Tampoco son únicos los militares y policías que apoyaron o se prestaron para tanta inmundicia.

¿Qué ha pasado con los empresarios, con los ganaderos, con tanta gente que aplaudió a estos bandidos, los organizó, los armó y financió sus actividades? ¿Qué se hicieron los que les dieron posición social y los que negociaron con ellos?
Señores Fiscales y Jueces: no pueden aceptar que pasen de agache estos señorones, porque a ustedes los perseguirá la sangre de las víctimas y serán señalados como prevaricadores y apátridas en la historia judicial de Colombia.
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