La vida solo vale 200 pesos
Horacio Serpa
“La vida no vale nada”, dice
una famosa canción ranchera. En Colombia, según el reciente caso por el cual
fue asesinado Nicolás Acosta en el sur de Bogotá, vale doscientos pesos. Es lo
que dicen las noticias, según las cuales el menor de 14 años fue apuñalado seis
veces cuando se negó a entregarle a su agresor esa cantidad que le exigía.
Es una desgracia. Pero es lo
que está ocurriendo. De tanto matar, de tanto vivir en medio de asesinatos y
masacres, nos acostumbramos a la muerte. Nada nos sorprende en materia de
violencia. Siendo, según la famosa encuesta, “el país más feliz del mundo”,
somos también campeones en asesinatos.
Aquí se mata por todo. Por
plata, por política, por rabia, para amedrentar a la comunidad, por machismo,
para que no se testifique, por lo que se dijo en una declaración ante los
jueces, por sapos, por un celular, por no tener dinero, como en las películas
de gansters “porque sabía demasiado”.
Se mata en la guerra de las
guerrillas, en la de los paramilitares, matan los narcotraficantes y los
traquetos, matan los de las bacrim, matan los encargados por el Estado de
evitar que los miembros de la comunidad sigan matando. La delincuencia común asesina.
Todos los malos eliminan al adversario, al que van a robar, al que deben
“despachar” por encargo en oficios sicariales. Y matan los buenos, por celos,
porque “se les va la mano” en la muenda diaria a la pareja, lo hacen en el
matoneo colegial, lo hacen al calor del licor que se consume para alcanzar la
alegría que no se tiene porque no existe bienestar social ni tranquilidad
familiar.
Los medios solo reportan
muertes, lágrimas, dolores, venganzas. Pero es que no hay nada más que
informar. Aquí se cumple a la letra el adagio según el cual “para morir se
nace”. Solo que la muerte ocurre antes de tiempo, a los quince años, a los
veinte. Cuando desde Israel Simón Pérez recordó que “en la paz los hijos
entierran a los padres y en la guerra los padres entierran a los hijos”, ya
sabíamos que ello es cierto solo en el 20%. El 80% de nuestros muertos, en
cantidades que no supera ningún país del mundo, mueren jóvenes, en la calle, en
el campo, y lo lloran sus padres y sus abuelos.
Llevamos la muerte en la
música, en el olfato, en los recuerdos. Muerte atroz, muerte espeluznante,
muerte con motosierra, con torturas, con minas, aplacando la sed con la sangre
de las víctimas y jugando futbol con sus cabezas. Y no asumimos una actitud
valiente para acabar la guerra y extirpar los otros tumores que matan por
cuchillo, por pistola, por asalto, a traición, en desplomado.
No reaccionamos, siendo que
vivimos al revés. Ni siquiera se cumple
el verso del Julio Flórez, “todo nos llega tarde, hasta la muerte”.
Pocos gozamos de ese “privilegio”. Muchos mueren antes de tiempo. Pero no
hacemos nada.
Bogotá D.C., 20 de Febrero
2013 Publicada en el nuevosiglo