Tradugario
Por: José Óscar Fajardo
Hace unos años publiqué una
columna en esta misma tribuna en la cual les contaba a los lectores que un
sicoanalista alemán había afirmado que el fútbol era el deporte de las grandes
masas porque las grandes masas eran energúmenas e indiscutiblemente brutas. De
la misma manera el profesor proponía que por causas contrarias el ajedrez era
el deporte de las minorías precisamente porque necesitaba en los individuos que
lo practicaban procesos mentales muy similares a los de las matemáticas. Y ese
es el dolor de muela de muchos estudiantes en el mundo, sobre todo en los
colombianos donde según las pruebas Pisa, somos unas miserias humanas en el
mapa de las derivadas y de las integrales, de los campos escalares y de los
vectoriales y para qué decir más. Yo no es que esté totalmente de acuerdo con
ese imaginario sicoanalista porque fue un invento de un personaje de una de mis
novelas, pero sí veo que el concepto tiene mucho de verídico. Si bien es cierto
que el premio Nobel de literatura Albert Camus, autor entre otros relatos de El
Extranjero, y el más joven en recibir tal galardón, era un aficionado del
fútbol de pies a cabeza, nunca se supo si era en realidad un fanático. Del
connotado exfutbolista argentino Jorge
Valdano, autor de siete libros y además mundialista junto con Diego Maradona y
otros, tampoco se ha sabido jamás que fuera un fanático.
Lo mismo podría decirse de
otro montón de intelectuales del mundo entre los que también se cuenta nuestro
escritor Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina, y de
los que claramente uno puede afirmar, así por simple inspección, que de ninguna
manera eran fanáticos del deporte de las grandes masas. Pero que las grandes
masas son el terreno abonado para todo tipo de fanatismos y no sólo del fútbol,
es una verdad de Perogrullo que fácilmente puede calificarse como axioma. La
suma de las partes es igual al todo. La política y la religión, por decir algo.
Me pareció terrible una escena que vi en el noticiero del medio día de Caracol
TV en que los planos muestran a una niña de unos seis o siete años por mucho,
llorando sin consuelo alguno porque según ella, “la Fifa era tramposa y le
había robado el botín de oro al futbolista colombiano James Rodríguez y que
Messi debía devolverlo”. Yo estoy seguro que ese concepto no es producto de su
razonamiento lógico sino que, seguramente lo escuchó de un fanático. O puede
ser también el resultado de “El efecto de la TV en los niños”, conferencia que he
dictado en muchos colegios y varias universidades del país. De todas maneras no
es más que una forma de fanatismo exacerbado. Es un comportamiento obsesivo
adquirido porque, estoy totalmente seguro, reitero, esa nena que todavía huele
a tetero rancio no tiene ideas propias de nada.
Hoy, ya terminado el mundial
con los resultados que todos conocemos, una abrumadora mayoría todavía “llora”,
por así decirlo, no sólo por lo de James, sino además porque “el hp árbitro nos
robó el partido con Brasil y nos quitó el título mundial”. Eso puede ser cierto
según el grado de fanatismo del que lo dice. Pero relativamente pocos hacen el
racionamiento que el partido en realidad se perdió cuando, a los cinco minutos,
Carlitos Sánchez, sin culpa, regaló un gol que mató sicológicamente al equipo
colombiano y fuera de eso se tiró todo el planteamiento que había hecho el gran
José Pekerman. Pero el poder mental del fanatismo decía que ya éramos
campeones mundiales desde mucho antes de
iniciar el partido. Los comentaristas de fútbol también son culpables.