Tomado de Elespectador.com
Por: Sergio Otálora Montenegro
NUNCA HABÍA SIDO TAN CLARO COmo en estos últimos ocho años: para que el discurso y la praxis de la guerra sean posibles, es necesario construir un complejo entramado de corrupción destinado a consolidar, legitimar y continuar un proyecto de poder autoritario. Esa podría ser la síntesis de la llamada seguridad democrática.
No es que la bala vaya por un lado y la podredumbre por el otro. No son compartimentos estancos. Las dos dimensiones se complementan, se entrelazan: la transgresión permanente de la ley, por aquellos que dicen defenderla e incluso dar su vida por ella, es herramienta fundamental para perpetuar la violencia, desde las altas instancias del Estado.
Ante el objetivo de derrotar a la subversión, este Gobierno no ha tenido límites éticos. La razón es clara: la popularidad del caudillo se interpretó como carta blanca para hacerle el quite a las normas. Por lo tanto, en las cumbres del poder uribista, existió la íntima convicción de que el pueblo, exasperado ante la vesania guerrillera, tendería un generoso manto de complicidad ante las acciones torcidas (pero necesarias) del Gobierno.
Parecía que los resortes morales de la sociedad colombiana se habían perdido, en esa locura desatada de buscar que las Farc mordieran el polvo a cualquier precio. Sin embargo, los resultados de las elecciones parlamentarias demostraron que todos estos escándalos (las chuzadas del DAS, por ejemplo) sí estaban quedando registrados en la conciencia ciudadana.
La impresionante bola de nieve que se ha echado a rodar desde entonces con la candidatura de Mockus, es la constatación de que el electorado, y sobre todo los jóvenes, le están pasando una enorme cuenta de cobro al cinismo uribista. Que el Partido Verde haya enarbolado la bandera ética, bajo conceptos como “la vida es sagrada” o “el fin no justifica los medios”, es un intento exitoso de quebrar en mil pedazos el andamiaje de corrupción que sostiene y justifica la guerra.
En la Colombia de hoy, recuperar el respeto a la Constitución es de hecho una revolución democrática de enormes consecuencias. Pero hay que evitar el voluntarismo: Antanas no es el mesías cargado de milagros.
De entrada, el Congreso es de mayoría uribista. Varios de sus miembros repitieron la estrategia triunfadora: pactos con los paramilitares y narcos, en el ámbito regional, para aceitar la maquinaria electoral a través de la dádiva o de la intimidación armada. Ese poder local no se dejará arrebatar, por las buenas, es decir, por la vía democrática, sus privilegios y luchará, con los medios torcidos de siempre, para que fracase cualquier proyecto alternativo.
Gane Mockus la Presidencia en la primera o segunda vuelta, con alianzas o sin ellas, tendrá que demostrar, desde el primer minuto, que su propuesta ética tiene efectos políticos prácticos: abrir las compuertas del poder a la participación de los sectores excluidos de siempre, a través de la desarticulación nacional y regional de los mecanismos de la violencia contra el opositor político. Esta lógica conducirá, de manera inexorable, a la revisión profunda de la estrategia militar contra la guerrilla. Ahí sabremos si el proyecto de los verdes tiene dimensiones históricas o es apenas la continuación, con otras caras, de la fórmula uribista de tierra arrasada.
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