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lunes, 1 de junio de 2020

Nuestro hábitat se convertirá en el infierno que nadie querrá vivir


El ruido de las motos prepara el peor escenario de tormento ambiental

Por Bernardo Socha Acosta
Los motociclistas vanidosos e irrespetuosos le están mancillando la cara a las autoridades que agacharon la cabeza y olímpicamente están dejando  que estos señores violen las normas legales  que le pone controles al exceso de ruidos o contaminación ambiental.

Hay desde luego motociclistas que son unos señores que respetan toda la normatividad, desde la no violación de las reglas de tránsito, hasta contribuir con el buen ambiente sano al oído de los moradores de las ciudades. Pero hay  motociclistas que a más de ser fanfarrones, son presumidos, jactanciosos e irrespetuosos que parece que jamás se hubieran montado en un velocípedos de estos y  para hacerse notar con equivocada vanidad,   le han adecuado elementos ruidosos  en el escape, ignorando el gravísimo daño que le causan al ambiente y a toda la población a su alrededor, pero principalmente a los niños, porque con el exceso de  ruido se está incubando una  población  de sordos irreversibles, neuróticos y con graves  alteraciones en el cerebro que conllevan a cambios en la ordenación del sistema nervioso central, alteraciones en el proceso digestivo,  trastornos cólicos e intestinales,  aumento de la tensión arterial y la presión muscular, alteraciones del pulso en el electroencefalograma y muchas otras secuelas que está causando el exceso de ruido  hasta llevar a la locura generalizada.  Los efectos sicológicos que causa el excesivo ruido  no tienen límites, dicen los especialistas en temas en neurociencia.

Pero el ruido no solo está afectando a la niñez, sino las mujeres embarazadas, los jóvenes, adultos y población mayor, ruido que combinado con la contaminación del aire y otros factores negativos, está preparando el hábitat  en el peor INFIERNO  que nadie querrá vivir. 

Y ante esta triste realidad, que está incubando una población endémica que puede resultar peor que ni la misma pandemia del Corornavirus, nos preguntamos, qué están haciendo las autoridades para impedirlo, porque, no es que las motocicletas  sean construidas exclusivamente para que produzcan esos aterradores ruidos que superan todos los decibeles. La mayoría de las motos son unos verdaderos servicios de transporte que no causan sino el sonido normal  de un medio rápido, pero hay un mínimo porcentaje de Motos que causan el ruido más infernal que jamás  haya experimentado el oído humano.

Y es que las autoridades pueden ser denunciadas ante instancias competentes  para que respondan por VIOLAR las normas legales, ya sea por ignorancia o por omisión, al no acatar lo dispuesto en la resolución 8321 de 1983 del Ministerio de salud respecto a los niveles máximos de decibeles permitidos en Colombia.

 Y no se puede desconocer que, en cuento a   Protección ambiental en relación con vehículos y concretamente de Motos,  está el mandato para que lo cumplan, consagrado en  el capítulo IX, de la Ley 0769 de 2002 (código Nacional de Tránsito)  La normatividad relacionada con el tema ambiental  vehicular  no permite que quienes compran motocicletas  cambien los conductos de escape y recámaras originales por aditamentos artesanales que buscan elevar el volumen del ruido, mucho más de lo permitido, que es de 86 decibeles para Motos. Los ruidos de las motos que están llevando al traste la salud de las comunidades estará por encima de 150 decibeles, según opinión de expertos.

Es necesario convocar a las comunidades a solicitarle formalmente a las respectivas autoridades, a que cumplan con estas disposiciones, pues no es impedimento que se hagan reclamos por el bien de las mayorías, así se afecte el bien particular de quienes quieren congraciarse poniendo en gravísimo riesgo la salud en general. 

Ojalá que esta columna se conciba como un delicado Derecho de Petición, para que las autoridades respectivas actúen sin esperar mandatos judiciales superiores con el fin de conjurar esa otra PANDEMIA  del ruido de algunas motos que ya llenó la copa de los moradores de las ciudades.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Mucho ruido en Barbosa

                                                      TRAFUGARIO
Por. JOSE OSCAR FAJARDO                                     
Al alcalde anterior del Manicomio más grande del mundo, me refiero al municipio de Barbosa, Santander, la tierra que me vio nacer dado que soy legítimo barboseño y por lo tanto tengo derecho a comentar, siempre le reclamé por qué en este municipio se hacía más ruido que en cualquiera otro del Departamento. Y le di pruebas fehacientes de que, relativamente, era verídico, e incluso que en horas de la noche y hasta el amanecer, en ciertos sectores de la ciudad, el problema era aún más verraco. En una de tantas ocasiones que de manera muy respetuosa y amigable le hice alusión al caso, vean la perla que me contestó: “Mire, periodista. Lo que pasa es que Barbosa es una ciudad muy alegre y moderna y está llena  de jóvenes y los jóvenes son ruidosos”. Con esa dialéctica barata me contestó el aludido exmandatario. Yo, al ver que era en serio que me lo decía y que no era mamando gallo, por poco me despellejo de la incredulidad. Le expliqué que uno de los derechos más importantes del ser humano era el derecho a la Paz y que el silencio, o el no ruido, era uno de los poderosos pilares de la Paz. Por ejemplo el derecho a dormir en paz, y esa paz no es otra cosa que el silencio, le recalqué. Pero eso era como hablarle a un loro de física nuclear.  Lo que más me causaba desazón y aún me la causa, es que al silencio se le rinde culto en las naciones más civilizadas, por no decir que en los países de más alto nivel y calidad de vida. El respeto al silencio no solo es una refinada cultura sino un especial  modo de vida.   
Hoy en El manicomio más grande del mundo la cosa sigue igual, o de pronto se ha agravado por la llegada, quien va a creerlo, de tanto muchacho estudiante y de tanto transeúnte. Porque en eso sí estoy de acuerdo y es que los muchachos son demasiados ruidosos. Pero eso no hace que el ruido sea culto o una excelsa  muestra de progreso. Es al revés. Casi todos los días de la semana hay mínimo un vehículo con ruido  circulando por las calles de la ciudad. La publicidad se hace a todo el volumen que den los equipos de sonido y peor aún, sin tener en cuenta que ese tipo de “publicidad”, en vez de sumar adeptos los ahuyenta. De la misma manera casi todas las noches hay mínimo un carro de ruido con música a altísimo volumen, y en muchas ocasiones en horas del amanecer.  En otras se instalan frente a residencias familiares y allí dan rienda suelta a sus instintos primarios mediante los cuales fluye el complejo reptiliano, es decir el instinto más primitivo de los seres humanos. De golpe el más salvaje. Todos los sectores de la ciudad son vilipendiados de esta manera, pero en especial algunos sitios de la carrera novena como en la denominada zona rosa, y sobre todo en las escalas a la entrada del callejón de las señoritas García frente al banco Colombia. Ese punto se ha convertido, por las “leyes del modernismo y la juventud”, en verdaderas cuevas de Rolando, como en la novela de Ludovico Ariosto, en vulgares amanecederos, y ninguna autoridad competente toma medidas drásticas. Bonches, gritos, envases rotos, reyertas pasionales, restos de empaques de comidas, pedazos de CD y excrementos y orines por todas partes. ¿Y qué? Píntela si no le gusta.
¿Y el ruido de las motos y de los carros locos que cada día más son una epidemia parasitaria quién la controla? Y sólo se trata de hacer cumplir el Código de Policía.  

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