Colombia, nuestra patria, el objeto de nuestras mayores devociones, que nos trae a la superficie del sentimiento la impresión de lo vital y lo peremne, paradójicamente nunca ha sido un remanso de paz. No ha “cesado la horrible noche” de que nos habla el himno Nacional.
Lo que contempla la historia, son desenfrenos fraticidas, en un rosario de estupidez satánica hasta hoy. Ni siquiera la pequeña alegría de existir se encuentra pura. Las mañanas emponzoñadas con el rencor de Caín, marchitan las ilusiones a la primera luz.
Empero, por fin se interpuso la razón en la inenarrable tragedia de los secuestrados, como fuerza humana que desborda y desafía a las demás de todos los tiempos.
La liberación – que debiera haber sido de todos los secuestrados – ha identificado las almas sensibles de la patria. Porque, como dijo Pedro Kropotkin en carta a Lenín en 1920: “¿No ha habido nadie para que os esplique qué es un rehén?”...y se responde a sí mismo: “un rehén significa que alguien está preso no como un castigo merecido por una falta cualquiera que cometió, sino porque es un hombre amenazado que os sirve para frenar a vuestros enemigos y obtener ventajas. Eso es como conducir a una persona al lugar del patíbulo y decirle siempre que debe esperar, que quizás morirá más tarde, más tarde, siempre. Y equivale al restablecimiento de la tortura para ese hombre y para sus familiares y sus amigos…”.
Más allá de cualquier otra consideración, a nadie pueden serle extrañas estas tragedias, de ahí que hayamos comulgado con la alegría de la liberación que apoteósicamente, cambió el estado anímico de Nuestra Nación.
Este acontecimiento vivificante, en medio del turbión de los hechos ominosos, que mantienen a las FARC, atadas al prejuicio, la venganza y el odio, al igual que sus epígonos paramilitares; constituye un freno a sus obcecaciones, sus prácticas degradantes, sus corrientes vertiginosas de irracionalidad.
Lo que da valor especial a la libertad de los quince secuestrados, es la exaltación Colombiana del ser humano a las proezas supremas del espíritu. Es una puerta luminosa, para una labor fecunda que ratifique todos los hondos motivos de una alborada de dignidad humana y de paz.
No obstante, la “Operación Jaque”, probó que también fue un espacio de simulación, como en la épica de Homero y en la teogonía de Hesiodo, que consideraban fértil y amable la mentira, y aconsejable la falacia en cuanto condujese a resultados faustos. La magna impostura, con el uso de las insignias de la Cruz Roja, constituyen un a transgresión de la Convención de Ginebra y los protocolos anexos que contienen las normas acerca de los conflictos armados, es decir el Derecho Internacional Humanitario, bajo la protección de la Cruz Roja. El ordenamiento vigente, prescribe que sus signos distintivos, “…deberán respetarse en toda circunstancia. No deberán ser utilizados indebidamente.”
(La negrilla fuera de Texto)
Sin embargo, el Ministro Juan Manuel Santos, proclamó a todos los vientos que el episodio era un hecho pasajero, insignificante, sin la menor importancia, como si los actos ilegales, desafiantes del orden jurídico y los principios éticos y morales de los gobernantes, no tuvieran consecuencias también en el veredicto de la historia.
Claro que traduce la evidente degradación de la clase dirigente en que ha caído, si recordamos por ejemplo la figura egregia de su pariente Eduardo Santos que se confundía y se confunde con la imagen límpida de la patria.
El Ministro, patrocinado por el presidente, es el más próximo al pensamiento de Maquiavelo, quien declaró su indiferencia por le uso de medios ilegales o inmorales para fines políticos. “el fin justificas los medios”, fue su divisa.
Y bien. Aprovechando el estado anímico del país, el Presidente Uribe, dentro de la ansiedad de sostener falsas imágenes, con oraciones oportunistas – que desintegran la fuerza del ecumenismo - como un eco de conquista religiosa procurada por la liberación, ha politizado la fe. La auténtica fe debe ser inconmovible, a todas las asechanzas: de la vanidad, de la arrogancia, de la desmesura, de la ambición de poder ilimitado, de la soberbia que cierra las puertas al don de la justicia, hoy inauditamente vejada. También debe ser inconmovible a las actitudes de insolidaridad, de indolencia social, de displicencia con los oprimidos y maltrechos. Pues en puridad de verdad no se compensa con genuflexiones.
Y es que estas oraciones populistas, no guardan el hondo perfume de la mística, base firme de moral humana; no exaltan el poder de la creencia, la vinculación del ánimo a lo infinito y a lo eterno; ni contribuyen a la espiritualización de Colombia, que naufraga en la pugna por el bienestar material y la trivialización de la vida; ni contienen aquel amor al prójimo del que habla el mandamiento.
Pero los dogmas y verdades de fe del Presidente, son las que emanan de las que ésta civilización ha puesto en su dios laico omnipotente, su Becerro de Oro, asistido por los dogmas del neoliberalismo y su libertad de mercado, la competitividad ciega, el fanatismo vesánico y consternador de la parapolítica, la desigualdad que azota implacablemente al país.
En esta honda dislocación que sufre la sociedad Colombiana, en tan dramático choque entre las tesis del espíritu y la antítesis de la materia, no podemos escudarnos en la fe del Presidente Uribe. Porque la fe, si debe surgir ilimitada, tranquila, granítica, como las grandes montañas de nuestra tierra que se doran al cielo y, eficaz para purificar y elevar incesantemente la moral de Colombia.
Por qué la fe que todo lo ilumina, es la de un Francisco de Asís, quien expresó en oración sin par, que orienta la mente:
Señor, haznos instrumentos de tu paz.Donde haya odio, sembremos amor;donde haya ofensa, perdón;donde haya discordia, unión;donde haya duda, fe;donde haya desesperación, esperanza;donde haya tinieblas, luz; donde haya tristeza, alegría.
Oh Divino Maestro,Concede que no busquemos ser consolados, sino consolar;ser comprendidos, sino comprender;ser amados, sino amar.Porque dado, es como recibimos;perdonando, es como somos perdonados;y muriendo en ti, es como nacemos a la vida entera. Volver a Inicio > Titulares >
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