lunes, 23 de agosto de 2010

TRAFUGARIO

----------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO

ADIOS A LA PROFE HAMIRA

La profesora Blanca Hamira Fajardo Sánchez, descansó en la paz del Señor. Una de las últimas veces que hablamos nos dijo que contra cualquier fuerza de la naturaleza ella nos exigía que su cuerpo fuera cremado. Y tal como ella lo diseñó, en una mañana no tan llena de sol, en las aguas mansas de una quebrada que seguramente hace miles de años viene trayendo y llevando retazos de naturaleza por entre aquellos pastizales, Laura, su única hija, sacó del copón de color de plata una chuspita de pana morada y empezó a vaciar su contenido a manotadas como lanzándole arroz a las palomas de la paz en todas las plazas del mundo. Consuelo y Angela, hermanas, no pudieron contener sus lágrimas y en un silencio mustio lanzaban pétalos de flores de todos los colores, lo que a los pocos instantes de empezado el ritual que ella se inventó, todos sus hermanos estábamos haciendo lo mismo. Mandándole flores desarmadas con sus estambres y sus pistilos y sus tallos y sus cogollos con el fin de que ella en las noches de luna llena las aprenda a armar de nuevo para que los siglos no se le vayan a hacer tan eternos. Allí estuvimos el tiempo suficiente mientras la tía Eugenia rezaba algo así como unos responsos, o el equivalente a unos responsos, porque, estoy seguro, no se trataba de una misa de las que rezan o cantan los curas en la iglesia.

La profe Hamira, como le decíamos todos cariñosamente, se hizo bachiller normalista en la Escuela Normal de Oiba y luego se licenció en Idiomas, área mayor Filología española, en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Unos años después y en esta misma universidad cursó un posgrado en Semiótica y Lingüística. Pero muchos años antes, con el profesor Simón Cornejo y otros docentes de los años setentas, contra viento y marea lograron fundar el Colegio Cooperativo de Barbosa, hoy una de las instituciones más cotizadas de la región por sus buenos resultados. Pero acá hay un hito tan contradictorio como inédito porque pocas veces se dan cosas así, sobre todo en un país con unos presidentes y unos dirigentes adictos a la guerra y enviciados a la bala, y con las gentes acostumbradas a la cotidianidad de la muerte: que las instalaciones de un batallón del ejército se conviertieran en un claustro para la enseñanza. Aunque ustedes no lo crean, así fue. Pues en las décadas de los cincuentas y los sesentas, ésas casas antiguas servían para enjaular y adiestrar soldados. Años después, allí fue instaurado un colegio que hoy es un argullo para Barbosa y para la región. Es decir, ese puñado de modestos profesores le hizo caer en la cuenta a los dirigentes colombianos que la guerra es el fracaso de la inteligencia.

Pero como la profe Hamira era una lectora de tiempo completo, sus agallas intelectuales le sirvieron para, como docente y desde la rectoría del claustro, crear e impulsar concursos literarios de cuento, de poesía, de danza y de otras disciplinas que le dieron un enorme prestigio a la institución. Y aún así, eso a la hora de la verdad no es lo más importante porque nosotros sus hermanos tenemos otros referentes. Pues la profe como amiga y como hermana, me perdonan mis lectores pero tengo que decirlo porque de lo contrario me quedaría un torniquete incurable en mi espíritu, fue enorme, avasalladora, eterna. Su bondad no tenía nudos gordianos aunque era de temperamento fuerte y rectilíneo. Eso le sirvió para ejercer los cargos oficiales con la frente en alto, y para llevar su carga de madre y hermana con la ternura necesaria para recordarla con amor hasta el final de los siglos. A la profe siempre le gustó pasear. Y sus paseos por Ciudad de México, París, Barcelona, Madrid, Roma y otras, los terminamos buscando durante varias horas su última morada para esparcir sus restos, porque ninguno sabíamos el sitio exacto que ella había escogido desde que se dio cuenta que una maldita enfermedad le iba a matar su alegría cuando aún no era la hora.

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