TRAFUGARIO
--------------------------------------Por: JOSE OSCAR FAJARDO
En las postrimerías del
siglo XIX se hunde el feudalismo y se dan entonces los albores del capitalismo
como modo de producción de las sociedades modernas. Inglaterra está a la cabeza de ellas
y le siguen algunos países como Alemania, Francia y los Estados Unidos. En ese
endemoniado devenir de la naciente sociedad capitalista, son muchos los
problemas que tiene que enfrentar la gente de la época, pero con mayor razón la
humanidad involucrada en ese nuevo modo de producción. La explotación del
hombre por el hombre se agudiza y en las
fábricas y acerías de Manchester y de Lamcashire, entre otras ciudades inglesas,
los trabajadores entre hombres, mujeres y niños, se ven caer extenuados por las
criminales jornadas laborales de hasta 18 y 20 horas al día. Las altas temperaturas, la infeliz
alimentación y los salarios de miseria son algunas de las penas que deben
soportar los trabajadores de la época. A ello hay que sumarle el ruido
espantoso de las maquinas rudimentarias de la naciente industria. Desde ese
entonces el ruido se ha considerado como unos de los generadores de neurosis, psiconeurosis,
cansancio mental, estrés, insomnio, depresión y hasta casos de psicosis maníaco
depresiva. Incluso algunos regímenes han utilizado el ruido como una forma de
tortura inflingida a sus presos políticos de diferentes bandos.
En la
literatura de ficción, en forma metafórica el ruido siempre ha sido identificado
con el infierno. Ya en la época moderna, yo considero a Barbosa como la ciudad
de los ruidos. Con la Administración anterior varias veces toqué el tema pero
el gitano Melquíades no fue capaz de quitarnos ese gorrito de cemento. Consulté
al Arquitecto Ramiro González Saavedra, quien por el momento hace un posgrado
en Gestión Urbana y está precisamente tocando este tema de los Espacios
Públicos y Sociolugares. “Ellos son las calles, las cafeterías, los parques,
los campos de diferentes deportes, las canchas de tejo, y todos aquellos sitios
donde se reproduce la cultura, el quehacer y la cotidianidad de la gente”, me
dijo. “En Barbosa nadie respeta y ningún sitio de esos se salva del ruido de
los salvajes”, argumentó.
Lo permitido, que son hasta
los 60 decibeles, en la ciudad del ruido normalmente pasa de los 100 y 120
decibeles. Y hasta el momento no ha habido autoridad. Ahora cualquier almacén o cualquier cuchitril,
lo primero que adquiere es un equipo de sonido para aburrir a la gente. En
medio de su ignorancia ellos creen que eso es publicidad. ¿En qué universidad
aprenderían que el ruido es publicidad? Eso lo que hace es auyentar la
clientela porque ni siquiera es posible hablar con los vendedores.
Y el turismo
de clase, créanme, no va por allá. El
turismo gaminoso, el cervecero o guarapero, el del cuncho de aguardiente para
formar un bonche callejero, claro que progresa. Cualquier moto tiene poderoso
equipo de sonido para “hacer ruido y agredir los espacios públicos y los
sociolugares”. Los vendedores de rifas y de buenas suertes no se quedan atrás. En
la calle novena que, semiológicamente es la vitrina de Barbosa, donde todos nos
mostramos y se muestra de todo, el sociolugar más importante de la localidad,
los ruidos la tienen convertida en una fábrica de neuróticos. Los locos y los
mendigos hacen parte de esa fauna ruidosa. Las altas horas de la noche le vale
güevo a los ruido-asquerosos. Con el arquitecto Ramiro González llegamos a una
conclusión.
Queda la esperanza de que la alcaldesa de la localidad, doctora
Rocío Galeano, con la asesoría del ex-senador Marcos Cortés, quien trata y sabe
mucho del tema, y quien en varias ocasiones ha llevado al arquitecto urbanista
Javier Vera, codiseñador de El Dorado de Bogotá y de las rutas Transmilenio de
la capital, entre otras, le pongan coto a este problema. Yo recuerdo que Marcos
Cortés llevó hace unos años al Urbanista Javier
Vera a Barbosa para hacer un estudio de planeación moderna de la ciudad,
por lo tanto el puede lograr una solución. Los espacios públicos y los sociolugares hay
que defenderlos a capa y espada porque es allí donde se reproduce la cultura de
los pueblos. Donde se socializa y se
hace comunidad.
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