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sábado, 27 de octubre de 2012

ZAPATOS DE MUJER

-----------------------------------------TRAFUGARIO
Por: JOSE OSCAR FAJARDO                                               
Para la lectura de esta realidad escrita que parece una elucubración, debo orientar, como una obligación filosófica, a todos los lectores. Yo sé que soy un poco extravagante en mis apreciaciones cotidianas de los objetos, en la categoría de no racionales, de que está compuesto el universo. Y entre ellos los atuendos que usa la mujer. Y describiendo con más exactitud, los zapatos.
Sentado cerca de una ventana donde apreciaba el devenir de ese día, jueves último diez de la mañana, se cruzó ante mis ojos una preciosa mujer que según mis cálculos honrados, gozaba de más de dos metros de estatura, de tal manera que parecía una diosa venida de Suecia o por allá de donde las mujeres son más grandes que dios. Diez minutos después y ya parado yo en la puerta de la cafetería donde me encontraba, volvió a pasar la misma inconfundible y preciosa mujer con esos labios de rubí y esos cabellos de ángel (favor no confundir con Miguel Angel Pinto, del Partido Liberal) pero esta vez ya no tenía ni la mitad de la estatura inicial.  Era exactamente igual a la anterior pero como si la espada de Damocles le hubiera mochado la mitad. Yo estaba totalmente anonadado hasta el punto de llegar a imaginar estupideces así como por ejemplo que se había bañado y se había encogido  como las telas baratas, o que se trataba no de una sino de media hermana gemela de la anterior, o que se le había quedado en la casa la mitad del cuerpo, y así otras tonterías de realismo fantástico,  pero ya pronto aterricé: se había quitado los zapatos. Pues claro que con esa nueva y enana estatura, de mujer sueca de Upsala pasó a ser una chueca regordeta de por allá del municipio de Recetor. Virgen del perpetuo socorro; esto qué contiene el credo, dije yo. Claro que no dejaba de pensar en ¿qué carajos les está pasando a las mujeres de este país?. Pero vengan termino con el cuento que se inició en la cafetería. Un chofer de taxi que me estaba poniendo cuidado porque estaba más sorprendido que yo, sin estarle preguntando me contó que su mujer era más corrida todavía porque, por medio de un malacate y una cincha de cuero se “elevaba del culo”, así dijo el chofer, “se elevaba del culo”, para ponerse los zapatos. Yo no sabía si reírme o creerle porque la verdad, el tipo me parecía extravagante. Pero mi hija de catorce años es más “coscorria”, me dijo.  Esa sí es una “pichurria”, recalcó. Mucha boleta, mano. Anda con unos “utas ñeros” mano, y eso tiene como media tonelada de chatarra en la jeta, mano.  Incluso en la lengua tiene varios ganchos  de esos que ellos llaman “pircin” que parecen es como alambre de púas y esa boca se le parece un potrero de guardar “ganao”, mano. 
Yo creo que la va es a matar todo ese óxido que se traga al día, mano. Y a mí me da vaina que esos recicladores se la roben no para violarla sino para venderla por chatarra, mano. El tipo se estaba dando una terapia de catarsis o desinfección sicológica  porque no paraba. El año pasado, en diciembre, mi mujer se cayó de encima de un par de zapatos de tacón de torre, y eso quedó como si le hubiera pasado una docena de tractomulas por las costillas, mano. Se hinchó toda y toda la cara raspada, y los brazos y las rodillas esmeriladas y tras de que está bien destartalada, mano. De todas maneras el tipo me hizo dudar de la veracidad de la historia fue cuando me preguntó si, él no podría demandarla civil o penalmente por daños y perjuicios porque a él sí lo tocaba mantener por obligación a semejante catabra de vieja tan deteriorada. Así dijo el tipo, “catabra de vieja tan deteriorada, mano”. Y “pallá” va la china, mano. Qué se podrá hacer, mano. Mentira o verdad, falso o verdadero, el hombre en medio de su mamadera de gallo o de su confesión sincera, al fin no pude establecer,  dijo varias toneladas de verdades.  

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