-----------------------------------------TRAFUGARIO
Por: JOSE
OSCAR FAJARDO
Para
la lectura de esta realidad escrita que parece una elucubración, debo orientar,
como una obligación filosófica, a todos los lectores. Yo sé que soy un poco
extravagante en mis apreciaciones cotidianas de los objetos, en la categoría de
no racionales, de que está compuesto el universo. Y entre ellos los atuendos
que usa la mujer. Y describiendo con más exactitud, los zapatos.
Sentado cerca
de una ventana donde apreciaba el devenir de ese día, jueves último diez de la
mañana, se cruzó ante mis ojos una preciosa mujer que según mis cálculos
honrados, gozaba de más de dos metros de estatura, de tal manera que parecía
una diosa venida de Suecia o por allá de donde las mujeres son más grandes que
dios. Diez minutos después y ya parado yo en la puerta de la cafetería donde me
encontraba, volvió a pasar la misma inconfundible y preciosa mujer con esos labios
de rubí y esos cabellos de ángel (favor no confundir con Miguel Angel Pinto,
del Partido Liberal) pero esta vez ya no tenía ni la mitad de la estatura
inicial. Era exactamente igual a la
anterior pero como si la espada de Damocles le hubiera mochado la mitad. Yo
estaba totalmente anonadado hasta el punto de llegar a imaginar estupideces así
como por ejemplo que se había bañado y se había encogido como las telas baratas, o que se trataba no
de una sino de media hermana gemela de la anterior, o que se le había quedado
en la casa la mitad del cuerpo, y así otras tonterías de realismo fantástico, pero ya pronto aterricé: se había quitado los
zapatos. Pues claro que con esa nueva y enana estatura, de mujer sueca de
Upsala pasó a ser una chueca regordeta de por allá del municipio de Recetor.
Virgen del perpetuo socorro; esto qué contiene el credo, dije yo. Claro que no
dejaba de pensar en ¿qué carajos les está pasando a las mujeres de este país?.
Pero vengan termino con el cuento que se inició en la cafetería. Un chofer de
taxi que me estaba poniendo cuidado porque estaba más sorprendido que yo, sin
estarle preguntando me contó que su mujer era más corrida todavía porque, por
medio de un malacate y una cincha de cuero se “elevaba del culo”, así dijo el chofer,
“se elevaba del culo”, para ponerse los zapatos. Yo no sabía si reírme o
creerle porque la verdad, el tipo me parecía extravagante. Pero mi hija de
catorce años es más “coscorria”, me dijo.
Esa sí es una “pichurria”, recalcó. Mucha boleta, mano. Anda con unos
“utas ñeros” mano, y eso tiene como media tonelada de chatarra en la jeta,
mano. Incluso en la lengua tiene varios
ganchos de esos que ellos llaman
“pircin” que parecen es como alambre de púas y esa boca se le parece un potrero
de guardar “ganao”, mano.
Yo creo que la va es a matar todo ese óxido que se
traga al día, mano. Y a mí me da vaina que esos recicladores se la roben no
para violarla sino para venderla por chatarra, mano. El tipo se estaba dando
una terapia de catarsis o desinfección sicológica porque no paraba. El año pasado, en diciembre,
mi mujer se cayó de encima de un par de zapatos de tacón de torre, y eso quedó
como si le hubiera pasado una docena de tractomulas por las costillas, mano. Se
hinchó toda y toda la cara raspada, y los brazos y las rodillas esmeriladas y
tras de que está bien destartalada, mano. De todas maneras el tipo me hizo
dudar de la veracidad de la historia fue cuando me preguntó si, él no podría
demandarla civil o penalmente por daños y perjuicios porque a él sí lo tocaba
mantener por obligación a semejante catabra de vieja tan deteriorada. Así dijo
el tipo, “catabra de vieja tan deteriorada, mano”. Y “pallá” va la china, mano.
Qué se podrá hacer, mano. Mentira o verdad, falso o verdadero, el hombre en
medio de su mamadera de gallo o de su confesión sincera, al fin no pude
establecer, dijo varias toneladas de
verdades.